En la época que vivimos, el debate sobre la expresión “Feliz Navidad” en Europa ha despertado una profunda reflexión sobre la libertad de expresión y el respeto a la diversidad religiosa.
Si bien es cierto que algunos documentos internos de la Unión Europea han recomendado el uso de fórmulas más inclusivas como “felices fiestas” en comunicaciones oficiales, la Comisión Europea ha aclarado que no ha prohibido ni desalentado el uso de la palabra “Navidad” en la vida cotidiana, y que la celebración de la Navidad y el uso de símbolos cristianos son parte de la rica herencia europea. Sin embargo, la sola sugerencia ha generado una inquietud legítima sobre el papel de las instituciones en la imposición de ciertos criterios de “inclusividad”, que en ocasiones pueden rozar el límite de la censura.
Contrastando esta situación, en los países comunistas, como China, Laos, Corea del Norte y Vietnam, la censura religiosa es mucho más severa y sistemática. La actividad religiosa no autorizada puede ser castigada con prisión, campos de trabajo forzado o severas sanciones. Se exige lealtad al gobierno, se supervisa el financiamiento y se controla la doctrina, lo que resulta en una persecución sistemática contra la fe cristiana, especialmente cuando esta se ejerce de manera independiente del Estado. En estos regímenes, la libertad religiosa no es un derecho, sino una concesión precaria, y el cristianismo, en particular, es visto como una amenaza al orden impuesto por el partido único.
Ambos fenómenos, aunque distintos en intensidad, comparten un denominador común: la manipulación del pensamiento y la sumisión de la sociedad a la autoridad. En Europa, el debate sobre el lenguaje inclusivo puede interpretarse como una forma sutil de control, mientras que en los países comunistas la censura es directa y brutal. Ambos casos evidencian la tendencia de los sistemas autoritarios a imponer un pensamiento único, ya sea por medio de la “educación inclusiva” o por la represión abierta. La educación, en particular, se convierte en un instrumento clave para la formación de ciudadanos dóciles, incapaces de cuestionar el orden establecido.
Desde la perspectiva de Santo Tomás de Aquino, la verdad y la libertad son bienes esenciales para la dignidad humana. El hombre, dotado de razón, debe buscar la verdad y actuar según ella, no según los dictados de una autoridad que pretende suplantarla. Cuando el sistema educativo o el poder político impone un pensamiento único, se produce una grave injusticia, pues se niega al hombre la posibilidad de conocer y vivir la verdad en su plenitud. La sociedad se convierte en una masa de “borregos”, incapaces de discernir el bien y el mal, y sometidos a la voluntad de sus gobernantes.
En Bolivia, este fenómeno ha sido evidente durante los últimos veinte años. Los sindicatos, que en teoría deberían defender los derechos de los trabajadores, han callado ante el robo descarado del “papá Gobierno”, permitiendo que el Estado se expanda sin control y se endeude hasta la ruina, sin contar los variados casos de despilfarro que, esperamos, Irán esclareciéndose en los siguientes meses.
El silencio de los representantes sindicales, motivado por intereses personales o por miedo a represalias, ha conducido a una sociedad financiera y moralmente devastada. Hoy, el país enfrenta una crisis estructural que no puede ser resuelta sin una profunda reforma ética y educativa. La falta de coraje y de educación crítica ha llevado a que el pueblo sea víctima de su propia pasividad, como ovejas que siguen al pastor sin cuestionar el camino.
Tanto en Europa como en los países comunistas, la prohibición o la recomendación de ciertos términos religiosos, así como la censura abierta, son manifestaciones de un mismo mal: la imposición de un pensamiento único que anula la libertad y la dignidad humana. La educación, en vez de ser un medio para la formación de ciudadanos libres y responsables, se convierte en un instrumento de adoctrinamiento.
El paralelismo con Bolivia es evidente: la falta de educación crítica y la sumisión de los líderes sindicales han conducido a una sociedad endeudada y desorientada. Solo mediante el restablecimiento de la verdad, la libertad y la responsabilidad moral podrá superarse esta situación y recuperarse la dignidad de la persona humana.
Cecilia González Paredes es biotecnóloga y divulgadora científica.