Roberto Laserna en Brújula Digital (25|05|25) y los libertarios abogan por una dolarización al estilo de Ecuador, El Salvador y Panamá. La dolarización tiene méritos sin duda, pero también costos. No es un remedio para todos los males.
Un principio básico de la política monetaria entre 1986 y 2005 fue el de la absoluta libertad cambiaria, que quería decir que el público podía componer su dinero de la manera que juzgara más conveniente, en bolivianos o en dólares. No se violaba ese principio dando una ligera ventaja tributaria a los depósitos en moneda nacional, ni abriendo una brecha muy moderada entre el precio de compra y el precio de venta del dólar.
Se juzgó correctamente que la bolivianización voluntaria, subrayo la palabra voluntaria, era deseable por tres razones. Primero, para tener una política para encarar los shocks exógenos, internos o externos que podrían producirse. Segundo, para que el BCB pueda cumplir idóneamente el papel de prestamista de última instancia que le asignaba la ley. Como el BCB no puede “imprimir” dólares, tenía que conseguirlos a un costo de oportunidad sumamente elevado. Tercero, los países obtienen una remuneración por la moneda que emiten (el señoreaje) que en última instancia es transmitida al Tesoro. Este señoreaje puede ser importante. En los países de economía avanzada llega a 1,5% del PIB; en sentido contrario, un señoreaje exagerado produce inflaciones o, cuando menos, tensiones inflacionarias.
Se forzó la bolivianización durante el gobierno del MAS con una política mal pensada de altos encajes para los depósitos en dólares. Por otra parte, ya desde 2017 cundía el temor de una devaluación, que hacía que los clientes prefirieran prestarse en bolivianos. La combinación de altos encajes con poca demanda por créditos en dólares aceleró la bolivianización, que tenía que ser gradual para sostenerse en el tiempo.
Las monedas tienen tres funciones bien conocidas. Primero, son un medio de pago, que es posiblemente su función más importante. Basta considerar la pérdida de eficiencia con la alternativa que sería el trueque. Segundo, sirven para cotizar precios. Tercero, son una reserva de valor. En países de baja inflación, se lo considera un activo sin riesgo y líquido por antonomasia. Pocas monedas del mundo cumplen a cabalidad las tres funciones. En el lenguaje popular se las conoce como monedas duras.
Es frecuente que se emplee una moneda extranjera como reserva de valor. Sucede también que los precios de algunos bienes y servicios se coticen en moneda extranjera, pero que se paguen en moneda nacional. Como medio de pago, salvo en situaciones de inflación extrema, la moneda extranjera no sustituye a la moneda nacional.
Hasta la crisis asiática de fines del siglo pasado el consenso era que se irían abandonando las monedas nacionales y se convergería a un mundo de unas tres o cuatro monedas duras. Las vicisitudes de los países asiáticos revelaron la importancia, sobre todo para la estabilidad financiera, de contar con monedas nacionales bien manejadas. El fracaso de 1998-2001 del plan de convertibilidad argentino, basado en una cuasi dolarización, reforzó el convencimiento (por lo menos el mío) de la importancia de contar con una moneda nacional, con todas sus prerrogativas.
El dólar se ha vuelto muy fluctuante con relación a las monedas de otros países de economía avanzada. Por el momento se está debilitando fuertemente. No parece muy prudente arrimarse a una moneda que depende de las extravagancias del presidente Trump .
Se arguye con frecuencia que la dolarización, como todo sistema de cambio fijo, disciplina fiscalmente a los países. La disciplina fiscal es necesaria, pero se la puede conseguir sin dolarización. Por otra parte, la dolarización no protege siempre de la incontinencia fiscal. Ecuador tiene el segundo mayor riesgo país de la región. El Salvador tiene el cuarto mayor riesgo país más alto y tiene una deuda pública a PIB de 87,5%. Detrás de Panamá, el mejor situado, hay ocho países con menor riesgo país. Ecuador ha tenido que renegociar su deuda con acreedores privados en 2020 y con China en 2022. Tanto Ecuador como El Salvador han acudido al socorro del FMI.
Juan Antonio Morales es PhD en economía.