En tiempos en los que el discurso sobre la “excelencia” y el “potencial” se multiplica en las agendas educativas, el Ministerio de Educación ha dado un paso importante al descentralizar los Encuentros de Talento Extraordinario, llevándolos este año a provincias. La intención es loable: abrir oportunidades para que niñas, niños y adolescentes de zonas alejadas puedan ser identificados y apoyados si demuestran capacidades fuera de lo común. Sin embargo, la buena voluntad no siempre basta. La improvisación y la falta de comprensión real sobre lo que significa el talento extraordinario pueden terminar desvirtuando el sentido de estos encuentros y, en última instancia, afectar negativamente a quienes se pretende beneficiar.
Primero, conviene precisar de qué hablamos cuando hablamos de talento extraordinario. No se trata de cualquier habilidad sobresaliente, ni de niños que simplemente aprenden más rápido que sus pares. El talento extraordinario, según la propia definición del Ministerio, es un desempeño diferencial, sostenido y verificable, que supera ampliamente lo esperado para la edad y el grado escolar, y que puede manifestarse en áreas tan diversas como las ciencias, el arte, el deporte o la tecnología. Es una condición excepcional, no una etiqueta para el estudiante aplicado o el niño curioso. Además, esta definición incluye la doble excepcionalidad, es decir, aquellos estudiantes que combinan altas capacidades con alguna discapacidad, un grupo que requiere aún más atención especializada.
Las cifras lo confirman: entre 2016 y 2018, apenas 608 estudiantes en todo el país fueron identificados con talento extraordinario, la mayoría menores de 14 años. Si pensamos en los millones de escolares bolivianos, el porcentaje es ínfimo. Y es que, aunque el mito del “genio oculto” es tentador, la realidad es que el talento extraordinario es, por definición, raro. No basta con ser bueno; hay que ser excepcional, y demostrarlo de manera objetiva y sostenida. Esto implica evaluaciones rigurosas, seguimiento constante y un entorno que permita el desarrollo integral del estudiante.
Por eso, la búsqueda de talentos en provincias debe ser abordada con rigor y responsabilidad. Forzar la identificación, sin criterios claros ni equipos capacitados, puede ser contraproducente. El riesgo de los falsos positivos es alto: niños y niñas que, por destacarse en una habilidad puntual, son etiquetados como “extraordinarios” y sometidos a expectativas desmedidas. Esto puede llevar a la frustración, la presión innecesaria y, en el peor de los casos, al descrédito de un programa que, bien ejecutado, podría cambiar vidas. Además, la improvisación puede generar desigualdades aún mayores, porque sin un sistema sólido, solo algunos estudiantes recibirán atención real, mientras otros quedarán en el olvido.
La descentralización es necesaria y justa, porque el talento no tiene código postal. Pero debe ir acompañada de formación docente, metodologías rigurosas y recursos suficientes. De lo contrario, los encuentros de talento extraordinario pueden convertirse en vitrinas de talentos comunes, perdiendo el sentido de excepcionalidad que los justifica. La improvisación, en este caso, no solo es ineficaz: puede ser dañina. Por ejemplo, en zonas rurales donde la infraestructura educativa es limitada, la falta de preparación puede llevar a que se confunda el talento con la simple curiosidad o el buen rendimiento, sin un análisis profundo que considere el contexto socioemocional y cultural del estudiante.
Reconocer y cultivar el talento extraordinario exige más que entusiasmo. Requiere compromiso, conocimiento y una política educativa que entienda que, precisamente porque son pocos, estos niños y jóvenes merecen una atención especializada y sostenida. No se trata de buscar genios a la fuerza, sino de no dejar que los verdaderamente extraordinarios pasen inadvertidos, allí donde estén. Esto implica no solo identificarlos, sino también brindarles acompañamiento pedagógico, emocional y social que les permita desarrollarse plenamente, sin caer en la sobreexigencia o el aislamiento.
Es fundamental que el Ministerio y las autoridades educativas trabajen en fortalecer los procesos de identificación y seguimiento, capacitando a docentes y familias, y creando redes de apoyo que trasciendan los encuentros puntuales. Solo así lograremos que el talento extraordinario deje de ser un concepto abstracto o un evento aislado, para convertirse en una verdadera política pública inclusiva y transformadora. Porque el futuro de Bolivia depende, en buena medida, de cómo cuidemos y potenciemos a quienes tienen la capacidad de innovar, crear y liderar cambios significativos.