Se acerca del día “D”, la temperatura política está en ascenso; como es natural, esta disputa electoral centra el foco de atención en lo que más preocupa a la población: la economía. Paradójicamente, nuestro país hace muchos años está peligrosamente desinstitucionalizado y con entandares democráticos nominales; no obstante, nada de eso hizo eco en la ciudadanía. Las sistemáticas violaciones a la institucionalidad constitucional no lograron generar preocupación y menos captar el interés popular, pasaron casi desapercibidas y no por falta de protestas o reclamos desde distintos espacios de la sociedad civil y política, sino porque no fue suficiente para generar un malestar directo en la población.
Ahora la preocupación es palpable, el malestar colectivo está directamente vinculado a la caída estrepitosa del poder adquisitivo de la moneda (100%), la inflación (en productos importados supera el 100%) y sobre todo, la sensación de incertidumbre. Según el INE, en 2023 una persona pobre podía sobrevivir diariamente con 16 bolivianos, es decir 2,36 dólares al tipo de cambio oficial (6,96); hoy, esa cifra apenas alcanza a 1 dólar.
Nos estamos empobreciendo a un ritmo acelerado, la nueva clase media se vislumbra otra vez en un inevitable retorno a la pobreza. Asimismo, el peligroso colapso energético ha encendido todas las alarmas. Si bien la recurrente escasez de combustibles genera las mayores preocupaciones, la perspectiva es que en menos de tres años el riesgo de abastecimiento de gas para el sector industrial y consumo interno será una realidad que podría terminar de descalabrar nuestra magra economía, causando desabastecimiento al sector energético en general.
En este contexto, estas elecciones son diferentes, el deseo de que las cosas vuelvan a ser como antes mantiene viva una tenue llama de esperanza. Como digo, el tema de la desinstitucionalización es secundario (siendo que es la génesis misma del problema); ahora mismo, lo que retumba en la mente de todos no son las causas del problema (modelo económico fallido), sino los síntomas, o sea la escasez, escasez de muchas cosas, pero al fin y al cabo escasez. Se acabaron los tiempos de bonanza, estabilidad y prosperidad. Crease a o no, la añoranza de ver locales repletos de consumidores, ventas boyantes de un contrabando infinito y sensación festiva irrefrenable, se acabó. La fiesta llegó a su fin, ahora toca pagar, porque algún momento el derroche compulsivo e irresponsable se acaba. En momentos así, la leyes de la física también aplican por muy extraño que parezca: “toda acción genera una reacción”. La acción fue el estatismo, el derroche y la corrupción; la reacción es la crisis múltiple.
Ahora bien, encontrándonos cada vez más cerca de las definiciones en el confuso mapa electoral, sabemos que el denominado “bloque de unidad” estalló por los aires; en realidad, presumo que muy pocos le dieron crédito a semejante hazaña. De hecho, nació sin convicción, fue un espejismo que se diluyó abruptamente como casi muchos presagiaron sin ser miembros de ningún oráculo.
Empero, los mensajes cotidianos de la retórica política, vienen en distintos formatos, algunos edulcoran las palabras para que suenen bien y las empaquetan en celofán para que se vean bien. Otros, prefieren el papel lija, que raspe y hasta duela, a ver si así entienden que la situación no precisa versiones light del complejo momento que vivimos. De una u otra forma, la aspiración ciudadana pareció ser en principio que exista unidad, ahora mutó a renovación. Pero a la hora de tomar una decisión los votantes se decantan por lo conocido. Es decir, el electorado es conservador.
¿Por qué no logran seducir a los votantes los candidatos considerados “renovadores”, si la demanda aparentemente viene en clave de renovación?; ¿qué les falta para hacer el “clic” necesario que los ponga en primera fila? Presumo que dos cosas: primero, algunos renovadores creen que son hijos de la Luna, que no tienen orígenes anclados en el pasado, según ellos vienen del futuro, son seres sublimados y carentes de mancha alguna; segundo, actúan con la misma soberbia que los jurásicos precandidatos, se creen predestinados, asumen que tienen una misión celestial, la divinidad los puso ahí, nacieron para hacerle un favor al país, no buscan el poder, el poder los busca, no están contaminados, son el oxígeno purificador, presumen superioridad moral. Estos supuestos seres impolutos no entendieron nada, a la luz de los hechos son más de lo mismo. Tienen ante sí una gran oportunidad histórica: no hacer lo mismo que esos a los que en alguna medida desprecian. Tienen una sola oportunidad de ser diferentes, los candidatos de siempre se las pusieron fácil: tienen la posibilidad de conformar la renovación con unidad, algo que consolida dos aspiraciones: unidad y renovación.
La fragmentación es igual de patética en el frente de renovadores. Estos creen tener más legitimidad, pero eso no se refleja en mayor popularidad, de hecho, los tradicionales siguen rayando la cancha. Los renovadores participan, pero no compiten. Cuando entiendan que para competir hay que hacer política de verdad y bajar de la poltrona de la superioridad, quizás recién entren al ruedo a luchar con reales probabilidades de éxito. De momento van camino a engrosar el anecdotario político.
Franklin Pareja es cientista político.