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La curva recta | 20/04/2025

La orgía perpetua

Agustín Echalar
Agustín Echalar

“La única forma de soportar la existencia es sumergirse en la literatura, como en una orgía perpetua”. La frase la escribió en una misiva privada el gran escritor Gustave Flaubert, dirigida a su amiga Louise Colet. La conocemos gracias a Mario Vargas Llosa, que la publicó en su extraordinario ensayo sobre Madame Bovary.

Existen otras formas de soportar la existencia, sumergirse en la pintura por ejemplo, lo testimonia Graciela Rodo Boulanger, con sus 365 dibujos del año de la pandemia, o en la música: pienso en el esfuerzo y el amor que implicó armar el último concierto de Coral Nova en nuestra a veces triste ciudad.

El arte, la literatura y la música, sus variantes, son lo que nos permite soportar la vida, y además hacerlo con gracia: sin esos elementos se me antoja tremenda y letalmente aburrida, aun cuando se esté cumpliendo con deberes mayores como ser garantizar la continuidad de la especie.

Por el otro lado, la política es casi la antípoda, me imagino como sumergirse en un lodazal, o peor, en una mala orgía, algo así sintió el nobel de Literatura, también un poco alto-peruano, cuando se le ocurrió, gracias a su gran popularidad, candidatear para el puesto de alto rango que más personas ha llevado a la cárcel en la historia peruana. En lo que va del siglo, van cuatro expresidentes de ese país que han terminado tras las rejas, uno detenido en su domicilio y uno que evitó el arresto tomando una actitud extrema.

La partida de Mario Vargas Llosa me conmueve porque es posiblemente el autor que más he leído en mi vida; es también el autor que mejor me ha hecho entender el Perú (el país que más amo aparte del mío) y que me toca muchas veces mostrar y explicar a gentes venidas del otro lado del Atlántico.

Mas allá de sus brillantes novelas ambientadas en Brasil, República Dominicana y otros lugares del mundo, la obra de Vargas Llosa es obra peruana, se trata de literatura para entender el Perú, aunque eso les duela a la legión de detractores que tiene. Una de las mejores maneras de acercarse al Perú, y de amarlo, es leyendo sus libros.

Vargas Llosa miente como él dice, “con conocimiento de causa”, y lo escribo en presente, porque pese a su muerte, él sigue tan vigente y fascinante como siempre. Y no solo describe a su país, sino que se adentra en la condición humana de una manera asombrosa y certera.

Tuvo una vida completa y, al parecer, un buen morir, rodeado de sus seres más queridos, y como diría Amado Nervo, sin deberle nada a la vida y sin que la vida le debiera absolutamente nada.

Eso sí, como lector siento que se ha ido debiéndome dos libros: hubiera querido leer una novela sobres su desmedida vida madrileña al lado de la más mediática de las españolas (Isabel Presley) y para consumo local, un relato inspirado en el robo de la medalla presidencial boliviana de hace algunos años. Ese episodio pide a gritos una pluma del calibre vargasllosista para ser inmortalizada.

Hace varios años está en Arequipa una parte importante de su biblioteca, la que el ha donado a su ciudad natal. Se alberga en una casona colonial a dos cuadras de la bella plaza de Armas de esa ciudad. Es un espacio que tiene algo de santuario, pero también, siguiendo la asociación de orgía con literatura, de promiscuidad. Los libros son objetos maravillosos, contienen tantas vidas y tantas experiencias, tantos dolores, y tanto placer, que es imposible catalogarlos acertadamente.

Ha muerto el más grande escritor del Perú, o podemos decir, de los Andes. Ha muerto el señor de los libros. Sin embargo, su partida no es ninguna pérdida porque su presencia en este mundo está garantizada. 



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