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Sin embargo | 06/06/2025

Impuestos: la inmoralidad de los moralistas

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

Ahorrarse el pago de impuestos en la medida de lo legalmente permitido ha sido siempre un terreno fértil para la prestidigitación contable, pero los evasores, contadores y auditores creativos tienen ahora un santo patrono, San Milei. En una reciente entrevista, el siempre original presidente argentino “ha causado polémica –dice una nota de la Folha de São Paulo (21|05|25)– al elogiar a los evasores de impuestos. Dijo que quienes los eluden son astutos y que el término contribuyente es ofensivo”. 

Para que no queden dudas sobre la moral de su posición, Milei ha completado su declaración con estas perlas: “El evasor no hizo nada malo. Evadir muestra habilidad. No puedo castigarlos por haber sabido huir del ladrón (se refiere al Estado)”. Y agrega: “Si más personas hubiesen evadido impuestos, los políticos no habrían tenido qué robar. Siento mucho por aquellos que no pudieron escapar”. ¡Viva el cambalache!

Mientras que para algunas personas evadir impuestos es inmoral, para los libertarios, lo inmoral es cobrarlos. A nadie le gusta pagarlos, pero solo ellos le dan un barniz moral a su aversión. El ahora candidato Antonio Saravia dijo en un artículo (Brújula Digital|22|01|24), que “El problema moral es que los impuestos cobrados para garantizar derechos son (…) un ataque violento a nuestra libertad”. Jaime Dunn ha expresado posiciones similares.

En otro artículo, (BD|28|04|25), Saravia vuelve a la carga: “Si hacemos que aquellos que acumularon fortuna de forma legítima y con mucho esfuerzo individual paguen impuestos mucho mayores a los que pagan los pobres en aras de una ‘justicia redistributiva’, estaremos castigando a una persona inocente y productiva”.

Tanta ingenuidad es comprensible en un profesor que se ha hecho una composición de la realidad a partir de los dogmas libertarios, pero no es aceptable en un candidato a la Vicepresidencia en este país. El cinismo criollo de Milei es al menos honesto.

Los libertarios defienden dos posiciones complementarias: primero, que el cobro de cualquier impuesto es inmoral porque el dinero obtenido con ese cobro será usado para beneficiar a otros, y, segundo, que lo inmoral es cobrar más al que gana más porque “genera un trato desigual ante la ley”. Mediante la ley, debió decir.

La necesidad del cobro de algún nivel de impuestos no lo podría negar ni el más dogmático. Sin ellos, el Estado no tiene dinero para cubrir servicios e infraestructura básicos. Para los libertarios, el conjunto aceptable de esos servicios financiados con impuestos incluye la seguridad urbana y nacional y las grandes carreteras y unas cosillas más. El hecho es que, aceptado el cobro de unos impuestos, deja de valer el argumento moral contra otros.

La discusión interesante se centra en qué se debe financiar con esos impuestos. La posición de los libertarios, y de Saravia en ese artículo, es que los impuestos no deben ir a financiar salud y educación ni cualquier servicio público que caiga bajo el concepto general de redistribución. Estos mecanismos, parte de las políticas sociales de los Gobiernos, son anatema para los libertarios. “Es un contrasentido hablar de justicia social”, dice él y Dunn se niega a usar el concepto de justicia para lo social “porque no hay jueces que la administren, dijo en un reciente debate.

Como buen libertario, Saravia invoca como referencia que no admite apelación a Hayek. Es por eso interesante ver qué dice al respecto el sabio austríaco:

“En cuanto a la educación, el principal argumento a favor de que sea subvencionada por el Gobierno es que los niños aún no son ciudadanos responsables y no se puede suponer que sepan lo que necesitan.” (Law, Legislation and Liberty, Vol. 3).

Esa subvención, que es evidentemente una redistribución, tendrá que venir de los impuestos.

El propio Hayek ofrece una razón complementaria para que la educación ocupe un lugar especial en las políticas públicas: "La educación puede despertar en quien la recibe capacidades que no sabían que poseían"; Op. Cit. Es decir, la búsqueda de educación no nace de un cálculo costo beneficio individual, mecanismo básico con el que opera el mercado.

El de Hayek no es el único argumento a favor del financiamiento estatal de la educación. Por ejemplo, que la educación de los niños no es un gasto, sino una inversión en el desarrollo; es decir un bien colectivo del que se beneficiarán las futuras generaciones. Sospecho que este argumento no conmueve a los libertarios, para quienes las futuras generaciones no tienen por qué beneficiarse de los impuestos de esta. Al final de cuentas, si ni siquiera han nacido, ¿qué derechos pueden tener?

Sin embargo, hay otros argumentos económicos que no dependen de sentimientos sociales sino de beneficios colectivos. Cuando el Estado dispone de más recursos, el beneficio es colectivo, como lo ilustra, por ejemplo, este hecho:

“En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cerca del 50% de las ganancias de las empresas estadounidenses se destinaron a impuestos estatales y federales. Desde el punto de vista económico, fue una época dorada. Los ingresos de la clase media crecieron aproximadamente al mismo ritmo que los de los estadounidenses más ricos”. (NYT |03|05|25)

La segunda objeción de los libertarios es que lo inmoral es la desigualdad en el cobro de impuestos: “Abandonar la imparcialidad y la objetividad para lograr ciertos objetivos sociales (como el alivio de la pobreza, o la igualdad de oportunidades, o el acceso a ciertos bienes y servicios) es peligroso (e injusto) porque genera trato desigual ante la ley, castiga al inocente y reduce los incentivos productivos”, dice Saravia en el artículo ya citado (BD|28|04|25).

El concepto de igualdad tiene más de una lectura; la primera es la lectura aritmética de la igualdad absoluta: en ese reino, todos, el mendigo y el millonario, pagan la misma cantidad monetaria; digamos 300 bolivianos al año, para que le alcance al más pobre (en la igualdad absoluta que él quiere, no hay excepciones). Con este dinero tendríamos calles mal empedradas y oscuras porque no alcanzaría para más.

Una segunda lectura es que todos paguen el mismo porcentaje de sus ingresos. ¿Es esta una forma de igualdad aceptable? En este caso, el millonario pagará más dinero en impuestos y como se beneficiará de menos beneficios que el promedio, permitirá que se financien aquellas políticas que tanto aborrecen los libertarios.

En Estados Unidos, gracias al lobby de las grandes empresas, se está yendo en dirección contraria y “por primera vez en la historia, los multimillonarios tienen una tasa impositiva efectiva más baja que los estadounidenses de clase trabajadora” (NYT|03|05|25).

Ahora no solo tienen una tasa impositiva más baja, sino que, cuando un gran banco o fábrica de autos está al borde de la quiebra, el Gobierno viene a salvarlo con el dinero de los impuestos de todos. ¿Es esto moral?

En la discusión de estas cuestiones hay una distinción importante. Hayek, como sabemos, objeta que las sociedades busquen un orden vía diseño, sea cual sea ese orden –una distribución “justa”, por ejemplo– ya que, ante la ausencia de un conocimiento de todos los hechos relevantes, dice él, ese fin no podría ser alcanzado deliberadamente. Es como si un médico no pudiese curar porque no conoce el comportamiento de cada célula.

Sin embargo, hay una noción, más limitada si se quiere, que no busca un orden total, sino implementar políticas que tienen objetivos específicos como financiar educación para todos, porque es una apuesta al desarrollo; o de protección de los más vulnerables por razones humanitarias. En esta visión, una sociedad es más justa si no abandona a aquellos a quienes la vida ha castigado con el infortunio, y esto no hace que busque un orden predeterminado, sino que incorpore en sus políticas públicas principios de solidaridad.

Encuentro particularmente canalla la actitud de quienes en nombre de una teoría niegan salud y educación básicas a los más pobres. Los libertarios se apiadan de la injusticia que sufre el pobre millonario “inocente” al que se cobra impuestos, pero son indiferentes a las penurias de una madre agobiada por la miseria o a que se deje que un niño sufra hambre hasta que la mano invisible del mercado o la cuchara aleatoria de la caridad le den de comer.

Este es uno de los rasgos de la falsa moral de ciertos grupos que quieren ocupar el espacio que está abriendo el cada vez mayor descrédito de las políticas que defienden la protección del más débil y el bien común. Hay algo muy feo en esta mezquindad que se viste de moralidad y que no tiene vergüenza de salir a cosechar aplausos de quienes ven celebrado su propio egoísmo.



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