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Sin embargo | 26/12/2025

Estulticia con poder

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli
Hace unas semanas la Bienal de Arte de São Paulo canceló la participación de la princesa Esmeralda, sobrina bisnieta del emperador Leopoldo II de Bélgica, con el argumento de que no se podía dar voz a la descendiente de un monarca que cometió tan terribles atrocidades contra la población africana. De nada sirvió el argumento de que Esmeralda es una figura reconocida por sus acciones a favor de los derechos humanos y el medio ambiente (Folha de SP, 5/11/25).

Para no dejar la la estupidez en el anonimato, conste que la decisión la tomó el director artístico de esta edición de la muestra, el camerunés Bejeng Ndikung, director de la Haus der Kulturen der Welt en Berlín. Supongo que para su decisión él ha aplicado el principio de que “Quien hereda corona hereda culpas”, derivación de aquél famoso “No se reina impunemente”, con el que los revolucionarios franceses llevaron a Luis XVI a la guillotina, extremo radical de cancelación.

Las atrocidades del emperador han pasado a la historia como uno de los episodios más vergonzosos del colonialismo europeo y eso no está en discusión. Se puede también comprender la sensibilidad de dicho director con cuestiones referidas a la cultura africana y la población negra en particular, pero censurar a la sobrina bisnieta por aquellas atrocidades es de una estupidez de antología e ingresa, a su vez, a la de los excesos mal atribuidos al woke.

Al respecto, dice el columnista David Brooks: “ser woke es ser radicalmente consciente de la podredumbre que impregna las estructuras de poder”; un sentido político muy distinto del que le quieren dar los críticos reaccionarios, muchos de los cuales parecen estar contentos de haber encontrado un uso malicioso para un concepto noble, como quien descubre que una cuchara de palo es un arma contundente.

Suponía yo que el director de una entidad cultural en Berlín o un país tropical y tolerante como Brasil no incurrirían en dichos excesos, pero me equivoqué y si me diera el trabajo de hurgar entre las decisiones tomadas en el pasado reciente, con seguridad que encontraría otras similares tomadas en los mismos países, quizá no tan absurdas como esta o como las que han pasado a la antología de dichos excesos en Estados Unidos, pero que pertenecen al mismo comportamiento aberrante.

Lo cierto es que la raíz del problema no está en que un país sea tropical, teutón, anglosajón o latino, que esté al norte o al sur de la línea del Ecuador, sino que gente estúpida tenga suficiente poder para hacer que sus prejuicios (o lo que ellos creen que son principios) se conviertan en censura. La estupidez sin poder solo es dañina para quien la padece e inocua para la sociedad, pero en cuanto tiene armas de censura y va de la mano de una falta de sentido del ridículo, su poder de destrucción social es tremendo.

Tenemos ahí un elemento sicológico cuya historia se remonta a la Inquisición o quizá antes, que es el celo de quien se siente en el deber moral de corregir un mal. Cuando se ve en la posición de hacerlo, la presión de su propia conciencia y la de su grupo de correligionarios es irresistible porque además viene con la satisfacción de un deber cumplido y de un mal combatido; destruido cuando es posible. 

El ejemplo con el que comienza esta reflexión pertenece a los excesos atribuidos wokismo de izquierda, pero tendríamos que ver las cosas con un solo ojo para no reconocer que para cada acto de censura del wokismo de izquierda hay uno igualmente absurdo del de derecha. 

El columnista David French, republicano y conservador, en su artículo El mayor guerrero de la cultura de la cancelación es Donald Trump, dice: “[…] cada disfunción vista en la extrema izquierda ha surgido también en la extrema derecha, pero esta no ha sido repudiada, sino empoderada. Los estadounidenses deben ahora prepararse para un asalto a la libertad de expresión, la intolerancia extrema y una forma tóxica de cultura de la cancelación que incluye una avalancha de amenazas e intimidación” (NYT, 21/11/24). 

Uno de los más activos censuradores de derecha ha sido asesinado hace unos meses. Nada justifica el crimen, pero junto con la memoria de sus cosas buenas, debe quedar el inventario de las personas cuya remoción de sus puestos universitarios él provocó so pretexto de las ideas, como las de inclusión e igualdad, que esos académicos defendían en el aula.

Estos wokismos tóxicos de derecha e izquierda se manifiestan y dañan cuando van de la mano del poder, como sugerí al inicio, y ahora fríos vientos del norte ya presionan contra la agenda de equidad y diversidad en el mundo. En nuestro país las cuestiones de inclusión social y de género son fundamentales para el desarrollo y consolidación de esta nación todavía dividida. Como viene la mano, preocuparse con el wokismo de izquierda es como era hace poco empeñarse en derrotar al MAS. Preocupémonos más bien por las presiones que querrán que alineemos nuestras agendas con los nuevos vientos y contra nuestras prioridades de desarrollo social.

Sobre lo que quiero hacer hincapié aquí es que debemos distinguir los wokismos como actitud estúpida en sus variantes extremistas de derecha y de izquierda, de las ideas buenas de las que nacen. Quien no lo hace incurre en el mismo error inquisitorial (o estupidez) del wokismo que critica. Abyssum abyssus invocat.
Jorge Patiño es escritor boliviano.


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