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Es ampliamente conocida la importancia de las bebidas alcohólicas en Bolivia. Ya se ha escrito sobre el tema desde la antropología, la política, la sociología, el cine y la literatura. No es indispensable atravesar por los autores para comprobarlo: una rápida observación en nuestro entorno es suficiente para corroborar que el trago está en el centro.

Un amigo me decía que en nuestros años de juventud, cuando él era dirigente universitario, las reuniones solían durar al menos tres días. El primero era de confrontación, y en la noche farra; el segundo de discusión, y desde la tarde farra; el tercero, casi pura farra, era cuando se lograban acuerdos y consensos. Puede ser una exageración, pero es sabido que en la política quien no toma, tiene problemas o debe acudir a varias estrategias para eludir “el cariño” expresado en una copita de bienvenida a la autoridad.

Guardo recuerdos poco gratos del uso del alcohol en la adolescencia. Beber era un símbolo de adultez y de hombría, por lo que quienes teníamos poco talento para ello, éramos estigmatizados y excluidos. En varias fiestas se privaba del ingreso de quienes no estuvieran dispuesto a embriagarse.

Como todos conocíamos el efecto de una buena borrachera al día siguiente, solían existir múltiples estrategias para no pasarla tan mal o resistir mientras se tomaba. La imaginación estaba a la orden: decían que había que comer antes de beber, evitar salir al frío y los cambios bruscos de temperatura, tomar café para despertar o comer un plato picante. La recomendación más sorprendente para tener mejor aguante, era tragarse una cuchara de aceite una media hora antes de la fiesta. Acertaron: nunca lo hice. Los más responsables tenían en su botiquín una serie de medicamentos para sobrellevar el chaqui -cruda en México, resaca en España- del amanecer.

El caso es que últimamente han aparecido una serie de medicamentos con fórmulas muy básicas (antiácido más analgésico, o combinaciones así) que están dirigidas al público bebedor. Ressaka de Inti promueve su producto con el slogan “con salud todo es posible” y un lema que parece máxima de un gurú devaluado: “la vida no consiste simplemente en vivir, sino en estar bien (…). Mensaje del Ministerio de Salud y Deportes…”. Lo propio la empresa Vita con Digestán-fiesta que invita al “¡Di sí a festejar!” (contra el malestar, dolor, acidez, pesadez, hinchazón, vómitos, calambres; su fórmula: paracetamol y otros componentes).

En una misma avenida en la cual uno se puede encontrar estas publicidades, aparecen mensajes oficiales de la autoridad que dicen “si bebes no conduzcas”, o las apabullantes propagandas, particularmente de cerveza, que anuncian promociones de toda naturaleza, mostrando los beneficios si se consume más. Tampoco falta la información oficial triunfalista: en los muros del Ministerio de Gobierno, que comparte un estudio nacional en hogares que muestra el descenso del consumo de alcohol en casi veinte puntos porcentuales entre 2007 y 2023 (¿será?).

Lo sorprendente del asunto es que no hay una campaña que fomente discutir seriamente el uso del alcohol. Lo más importante, parecen sugerir las publicidades, es pasarla bien y después atender las consecuencias a la salud.  Como si no hubiera alegría y diversión fuera de los excesos. Es como si una empresa de chocolates promoviera que los diabéticos consuman su producto porque hay una pastilla que combatiría los efectos negativos. En vez de buscar una vida globalmente saludable y equilibrada, mejor disfrutar el reventón porque la farmacia vende el alivio. Algo no me cuadra. Sabemos, por múltiples experiencias, que esa es una fórmula equivocada.

Ojo que no emprendo aquí un discurso moralista respecto de las bebidas espirituosas; soy un aficionado del buen vino que regala notas de roble y disfruto en México de todos los mezcales artesanales con los que me encuentro. Ni hablar de las virtuosas afinidades entre alcohol y sexo, amistad o misticismo. Como toda experiencia humana, tiene su lado luminoso y su lado oscuro. El punto con el trago es cómo se lo usa, cómo se educa sobre sus efectos y consecuencias, y cómo se controla al mercado para no tener impacto negativo en la salud pública, que es, al final del día, lo que más importa.

Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.




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