Aprovecho la vacación para cubrir uno de mis pendientes en la Ciudad de México: visitar la Capilla Alfonsina. He pasado decenas de veces por la puerta en la colonia Condesa, he escuchado en múltiples ocasiones hablar de ella, pero nunca me di el tiempo para recorrerla. Llega el día.
Entrar a la Capilla Alfonsina es una sensación es especial, es introducirse en la personalidad materializada de Alfonso Reyes, como ser un invitado en su laberinto intelectual. Es una sala grande, de techo elevado, con estantes llenos de libros en las paredes, y un segundo piso al que se llega por una escalera lateral, que permite, a la vez, acceder a los estantes que están en los muros, y también mirar hacia abajo como desde un balcón, donde hay una mesa central de trabajo, sillones de lectura, un par de escritorios. Entiendo mejor aquello que escribió en 1925: “dichoso país aquel donde la lectura es un hábito general”.
En la biblioteca-museo, que se construyó en 1939 -y que fue el lugar donde vivió Reyes hasta su muerte el 27 de diciembre de 1959-, se encuentra por supuesto la obra del regiomontano, parte de los libros que marcaron su trayectoria, y objetos de su uso diario: tres máquinas de escribir de distintas épocas, una colección de bastones, barcos en pequeña escala, una selección de pipas, antiguas plumas de tinta, cuadros, fotos, esculturas, lámparas, sillones de lectura, escritorios de trabajo, manuscritos, y un bello reloj de pared en el lugar más llamativo.
Alfonso Reyes nació el 17 de mayo de 1889 en la ciudad de Monterrey. Perteneció a la generación del Ateneo de la Juventud (al lado de notables pensadores como José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y otros) que transitó entre el siglo XIX y el XX y que vivió el fin del porfiriato y la Revolución Mexicana. Su padre, el General Bernardo Reyes (Gobernador de Nuevo León y secretario de Guerra y Marina, vinculado a Porfirio Díaz), murió en 1913 intentando la toma del Palacio Nacional.
Desde joven fue lector y escritor desplegando su inteligencia y creatividad en sus letras. Se integró al cuerpo diplomático mexicano, lo que le permitió viajar y tener intercambios con personalidades de muchas culturas, entre otros, por ejemplo, con Jorge Luis Borges.
Fue embajador en varios países de Europa y América Latina. A lo largo de su vida, con más de una centena de libros escritos, varias reimpresiones y traducciones en muchos idiomas, recibió merecidos reconocimientos: doctorados honoris causa por las universidades de Nuevo León, de Harvard, de La Habana, de Princeton, de París y de la UNAM.
Además de su trabajo intelectual, Reyes fue un promotor de instituciones de educación, fiel a la Lección I de su libro Cartilla Moral que dice: “El hombre debe educarse para el bien”. Colabora en la creación de la Casa España, que luego deviene en El Colegio de México, institución de la cual fue presidente de la Junta de Gobierno. Fue catedrático fundador de El Colegio Nacional, y director de la Academia Mexicana de la Lengua. Para Reyes una misión moral es “humanizar más y más al hombre, levantándolo sobre la bestia, como un escultor que, tallando el bloque de piedra, va poco a poco sacando de él una escultura”; ahí debe jugar la pedagogía de una nación.
Reyes fue un mexicano universal que asumió como suya tanto la herencia del pensamiento clásico, como del México profundo. Pensó México y pensó el mundo. Circuló por las ideas más variadas, atravesando saberes y formas. Polifacético, difícil de clasificar, Max Aub (1949) nos regala este retrato: “Humanista/ Ensayista/ Preceptista/ Prosista/ Cuentista/ Narrador/ Traductor/ Profesor/ Dramador/ Memorialista/ Periodista/ Poeta, inventor. /Si trece Alfonso Reyes/ -y el rabo por desollar-/ y el singular/ ¿qué tal?”.
Incansable escritor, dejó una nutrida obra que se reimprime constantemente dejando nuevas enseñanzas en cada lectura. Pensar que hace más de medio siglo escribió: “El progreso moral de la humanidad será mayor cuanto mayor sea la armonía entre todos los pueblos. La paz es el sumo ideal moral. Pero la paz, como la democracia, sólo puede dar sus frutos donde todos la respetan y aman”.
Enorme intelectual, me quedo con las palabras que le dedica Borges: “Reyes, la indescifrable providencia/ que administra lo prodigio y lo parco/ nos dio a los unos el sector o el arco,/ pero a ti la total circunferencia”.
En suma, la Capilla Alfonsina es eso, una capilla en el sentido más puro, pero de las ideas. Me declaro un feligrés.
Hugo José Suárez es sociólogo e investigador de la UNAM.