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Voz ciudadana | 24/04/2025

¿Por qué seguimos eligiendo entre lo mismo?

Sandra Verduguez
Sandra Verduguez

“La definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”, dice una frase atribuida a Albert Einstein. En Bolivia, seguimos esperando que cada elección traiga nuevos liderazgos, sin asumir que durante décadas no se ha trabajado seriamente para construirlos. Esta especie de locura política parece no solo aceptada, sino naturalizada.

Desde la irrupción del MAS en la política nacional, las elecciones se sienten como un déjà vu: los mismos rostros, las mismas promesas huecas y la misma sensación de estancamiento y desconfianza. Esto no solo evidencia una crisis de liderazgos, sino también el colapso de los partidos políticos como vehículos de representación y transformación. Su rol como intermediarios entre la sociedad y el Estado se ha desdibujado.

¿Qué nos están ofreciendo hoy los precandidatos? El MAS, pese a su fractura interna, al desgaste de su figura histórica y a los cuestionamientos sobre la viabilidad de su modelo económico, sigue teniendo el mismo discurso que lo hace reconocible aun desde sus distintas facciones. La oposición, por el contrario, aún no logra articular un mensaje propio. Más allá de oponerse al MAS, su propuesta se limita a ser reactiva y no propositiva, sin proyecto y sin visión.

Y nuevamente, como en elecciones pasadas -aunque en un escenario más crítico- nos enfrentamos a una elección sin alternativas reales. Más allá del hartazgo ciudadano con la clase política tradicional, por toda la historia de corrupción y otros temas relacionados, lo que falta son propuestas programáticas con visión de futuro, capaces de abordar la desigualdad persistente, la crisis ambiental y sanitaria, el empleo informal o la crisis de la justicia. ¿Dónde están los programas que hablen de esto con seriedad?

La renovación de liderazgos es otro problema. ¿En más de dos décadas, los partidos tradicionales no han tenido tiempo para formar nuevos cuadros? Seguimos viendo las mismas figuras como si el tiempo no pasara, como si la política no requiriera ideas frescas ni liderazgos capaces de pensar más allá del caudillismo.

Y mientras tanto, los precandidatos actuales no conectan con las preocupaciones reales de la población. Temas cruciales como el colapso del sistema de salud, la crisis educativa, la inseguridad o la justicia cooptada brillan por su ausencia en el aún incipiente debate electoral. En su lugar, tenemos frases demagógicas, promesas sin sustento y guerras internas, que poco nos interesan porque son ajenas a los problemas estructurales que enfrentamos.

Esta situación no es exclusiva de Bolivia. En muchas democracias, incluso consolidadas, los partidos han dejado de ser espacios de deliberación y formación de liderazgos para convertirse en plataformas electorales vacías, sostenidas sólo por el carisma de figuras individuales o, ahora, fortalecidas por el marketing digital. Las consecuencias son la apatía ciudadana, el voto volátil y la consideración de propuestas autoritarias, síntomas de una crisis de representación muy fuerte que ponen en alto riesgo al sistema democrático.

Sin embargo, en lo relacionado con la crisis de partidos, Bolivia vive algunas características particulares a otras democracias porque después de la presencia hegemónica del MAS por casi dos décadas, ahora enfrenta una fragmentación y debilitamiento de las organizaciones sociales (antes pilares del MAS), que ahora parecen encontrarse sin posibilidades de articulación ni representación. Por otro lado, los liderazgos personalistas han caracterizado a la política boliviana, impidiendo la institucionalización de los partidos políticos. A esto se suma la crisis institucional, la falta de confianza de la ciudadanía y la desconexión con los partidos.

¿Se puede cambiar este panorama? Es posible. Pero no bastaría tampoco con rostros nuevos. Necesitamos partidos con vida interna, que formen líderes, que escuchen, que debatan, que estén presentes en el territorio más allá de las redes sociales. En Bolivia hace falta formar partidos con contenido, que se animen a pensar más allá de sólo la búsqueda del poder; que sean capaces de reconstruir el vínculo entre la ciudadanía y la política, y de recuperar su nombre como instituciones, no como franquicias electorales que aparecen cada 5 años.

Mientras eso no ocurra, seguiremos atrapados en una paradoja: queremos un país distinto, pero votamos entre lo mismo. Así, las elecciones seguirán siendo un ciclo de promesas repetidas, y no una oportunidad real de cambio.

Sandra Verduguez es comunicadora social.



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