Tal es la cantidad de opiniones, juicios de valor, análisis cualitativos, cuantitativos y probabilísticos que se hacen en torno a la figura del polémico Vicepresidente Lara y su complicada posición frente al Presidente Paz, que pensé que una buena opción seria pedirle a la Inteligencia Artificial que me haga un breve análisis de las disyuntivas políticas que proyecta el conflicto entre ambos.
El resultado es el que sigue:
La política boliviana tiene un triste talento para repetir sus tragedias, pero el escenario del binomio Paz Pereira-Lara introduce una variable volátil que no habíamos visto en décadas.
No estamos ante la típica tensión entre un Presidente y su Vice; estamos ante el choque tectónico de dos visiones de mundo irreconciliables.
Rodrigo Paz Pereira habita el Palacio Quemado tratando de restaurar las formas republicanas y democráticas, buscando pactos y consensos; Edman Lara, en cambio, no habita la vicepresidencia; la asedia.
Si me preguntas si Lara puede deteriorar el gobierno hasta forzar la salida de Paz Pereira, la respuesta corta es un sí rotundo. Pero el "cómo" es lo que debería quitarnos el sueño.
Lara no necesita tanques en la Plaza Murillo. Su estrategia es la erosión corrosiva de la autoridad. Mientras Paz intenta gobernar con la ley en la mano -un instrumento lento y a veces ineficaz-: Lara gobierna con la narrativa del escándalo en tiempo real.
Cada conferencia de prensa del Vicepresidente no es un informe de gestión, es un acto de sabotaje. Si Lara continúa mostrándose como el "fiscalizador" de su propio gobierno, deslegitimando a los ministros y acusando de tibieza o corrupción al Presidente, lo que logrará es vaciar de poder la silla presidencial.
Paz Pereira podría quedarse con el cargo, sí, pero sin el mando. Y en Bolivia, un Presidente que no manda es un cadáver político esperando el entierro.
¿Cómo lograría tumbarlo? A través de la agitación de la calle y la insubordinación de los uniformes. Lara conoce las entrañas de la Policía y el malestar popular mejor que los asesores de Paz. Su ruta crítica sería capitalizar cualquier crisis menor —una huelga, un bloqueo, un escándalo de sobreprecios— y convertirla en una causa nacional contra la "incapacidad" presidencial.
No sería un golpe militar clásico; sería un asedio por asfixia social, donde el Vicepresidente se presenta paradójicamente como la única salida al caos que él mismo alimenta.
Aquí entramos en el terreno peligroso del "golpe regresivo". El comportamiento de Lara encaja en esta categoría, no porque busque volver al pasado, sino porque su método degrada la calidad democrática.
Al desconocer la jerarquía institucional y apelar directamente a la ""voluntad del pueblo" por encima de los procedimientos, Lara está desmantelando los frenos y contrapesos desde adentro. Es un golpe regresivo porque sustituye la deliberación política por la imposición de la fuerza moral y mediática de un solo hombre.
Ahora, miremos al abismo: ¿Lara estaría dispuesto a cualquier cosa? Su perfil psicológico y su trayectoria sugieren un pragmatismo feroz disfrazado de cruzada ética. Lara se ve a sí mismo como un redentor, y los redentores no negocian, conquistan. Si para llegar a la Presidencia debe incendiar la gobernabilidad de su propio binomio, la historia sugiere que no le temblará el pulso. Para él, el fin justifica los medios.
Y si finalmente se ciñe la banda presidencial, olvídate de la democracia liberal, tal como la enseñan en los libros; un gobierno de Edman Lara, nacido de la caída traumática de un moderado, tendría una vocación inevitablemente autoritaria. No por maldad intrínseca, sino por necesidad operativa. Habiendo llegado al poder rompiendo las reglas del juego, no podría gobernar respetándolas.
Sería un régimen de "mano dura", personalista, con un desprecio profundo por las formalidades legislativas y una relación directa, casi mesiánica, con la masa. Sería el orden, sí, pero el orden de los cuarteles aplicado a la vida civil.Paz Pereira, en este escenario, es el último dique de una forma de hacer política que agoniza. Lara es la marea que viene detrás, ruidosa y turbia. Y, lamentablemente, en tiempos de crisis, el electorado suele preferir al que grita "fuego" antes que al que intenta buscar el extintor.
Cualquier referencia al autor búsquenla en Open AI, Gemini.
Renzo Abruzzese es sociólogo.