Me he enterado que la justicia ha fallado en favor de la demolición de la casa que albergó a la residencia de la Embajada de Francia durante varias décadas. Obrajes pierde con eso una de las últimas casas que testimoniaban un pasado suburbano bello y feliz. No es la primera casa devorada por culpa del vil metal, y no será la última.
Se unen en esta desgraciada empresas, la necesidad, que tiene muchas veces cara de hereje, y la anguria desmedida de algunos.
La casa en cuestión no es lo suficientemente antigua como para ser considerada automáticamente un bien patrimonial, tiene menos de 100 años, pero tiene otras características, no solo por su calidad arquitectónica, sino por su jardín de dimensiones importantes, que la convierte, inclusive, en un pulmón, en un área verde importante para la otrora bella villa de Obrajes, con tantos jardines y huertas.
Uno puede entender que una familia empobrecida, que ya no pueda costearse la vida dentro de ella, decida vender su gran casa, es parte de las dinámicas urbanas; lo que puede indignar es que cuando no haya esas necesidades de por medio se opte por aprovechar los altos precios de mercado, que significan la destrucción de lo poco que queda de una ciudad que tuvo una estética muy superior a la actual.
En el caso que nos ocupa, el mal comenzó con la construcción innecesaria del triste edificio llamado Mario Mercado. Estoy seguro de que el insigne alcalde y mecenas, hombre conocido por su amor al arte, y en especial al antiguo, no se hubiera sentido feliz con ese homenaje.
La construcción que, dicho sea de paso, estaba tan mal acabada, que en pocos años terminó con la fachada en pésimo estado, porque cayeron varios revestimientos de cerámica de la misma (asunto tremendamente peligroso) condenó a la casa contigua a dejar de ser una residencia de embajada, le quitó privacidad y seguridad.
Es posible que la justicia haya actuado esta vez en consecuencia, pero tiene que haber una condena moral a los destructores de este patrimonio. Aquí no hay una historia que se pueda entender debido a dificultades económicas de una familia venida a menos.
El gobierno francés nunca debió haber vendido esa casa. Pudo, por simpatía a esta maltrecha ciudad, haberla conservado. Ese dinero no significa nada para ese país, y algún uso se le pudo haber dado.
Quienes están detrás de esta demolición y preparándose para construir posiblemente otra inmensa mole también merecen ser señalados. No son buenos vecinos para esta ciudad.
La lista de las casas bellas que se han perdido por culpa de la angurria es enorme. Se une a ésta la lista de las casas destrozadas por la fragilidad económica de nuestra burguesía y por una combinación de ambas causas.
No queda más que suspirar ante la perdida de esas bellas casas, de ese armonioso entorno urbano de la primera mitad del siglo XX.
Quienes están demoliendo la casa de marras están actuando con la misma prepotencia con la que actuó Evo Morales y los canallas que lo rodeaban cuando destrozaron el centro urbano de nuestra ciudad.
Hay días en que creo que la destrucción de nuestro patrimonio urbano no tiene solución. No solo es La Paz, Bolivia se va convirtiendo (con contadas excepciones) cada vez en un país más feo, en un país sin carácter; o con un carácter caricaturesco, como el que proporciona cierta arquitectura grotesca de El Alto.
Es llamativo que esta situación se dé en el último momento del gobierno del MAS, el gobierno que más daño hizo al patrimonio urbano de la ínclita ciudad, y todo en el año del Bicentenario, que debería haber ayudado, siquiera, a dar conciencia sobre la preservación de las huellas de nuestro pasado.
Cada vez que paso por Plaza Murillo les echo una maldición a Evo, a Álvaro, a la Montaño y al Gringo Gonzales. Ahora, cuando pase por la calle 17 de Obrajes, habría que hacer lo propio con los responsables de esa nueva vejación a nuestra querida ciudad.
Agustín Echalar es operador de turismo.
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