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La curva recta | 09/11/2025

Bicentenario

Agustín Echalar
Agustín Echalar

El 6 de agosto de este año se cumplieron 200 años de la creación de la República de Bolívar que, muy poco después, pasó a llamarse Bolivia.

Más allá del llunkerio implícito en la elección de dar ese nombre a el Alto Perú (o Charcas, para contentar a los que saben más de patrioterismo que de historia), lo cierto es que en ese momento se creó un ente político independiente de Lima y de Buenos Aires.

Respecto a nuestro nombre, para consuelo nuestro, podemos decir que la mayoría de los nombres de países, de regiones y hasta de continentes tienen un origen absurdo y, por lo tanto, su verdadero significado es irrelevante.

Bolívar no es el artífice de la creación de este país, pero, a lo largo de 180 años, con logros importantes y fracasos estruendosos, con historias entrañables y otras llenas de mezquindad, lo cierto es que se creó una identidad que nos une como comunidad. Esto, pese a las enormes diferencias geográficas y, por ende, climáticas y culturales, que tenemos en la patria y nos distancian de los demás, incluso del pueblo al que más nos parecemos, me refiero a quienes viven al otro lado del Titicaca.

El advenimiento del MAS, que fue producto no solo de una elección, sino de una conspiración previa, decidió cambiarlo todo; estructuras gubernamentales con los más intrascendentes y a veces ridículos símbolos, llegando a hacer una ceremonia para enterrar los símbolos que habían dejado de ser gracias a ese movimiento de tinte mesiánico.

Siempre me pareció un contrasentido que fuera la Vicepresidencia del Estado Plurinacional la que planteara el homenaje más sensato a la república, vale decir la publicación de una selección de importantes libros que se vino a llamar rimbombantemente “Biblioteca del Bicentenario”, auspiciada nada menos por el autor intelectual del rechazo más contundente a la república, el que convirtió la palabra “república” en un insulto. Así de contradictorio, así, lleno de imposturas e inconsistente, fue el MAS.

El 6 de agosto de 2025, Bolivia no tenía nada que celebrar. El dólar real, con una diferencia de casi el 100% en relación al oficial, marcaba el empobrecimiento de todos. Las colas interminables para el combustible quitaban horas de descanso, de estar en familia, y de productividad a buena parte de los ciudadanos.  El Presidente, inmerso en un escándalo de dimensiones mayores, a partir del súbito enriquecimiento de sus jóvenes hijos, y de un escándalo sexual, que implicaba tráfico de influencias, había perdido toda popularidad, y él era el actor principal de esos no festejos.

El 17 de ese horrible mes de festejos cambió todo y se acabó con la hegemonía política del partido que había –supuestamente– acabado con la República de Bolivia.

Luego vino la segunda vuelta, demasiado larga y con una campaña innecesariamente sucia, pero ayer todo fue fiesta. Ayer no solo hubo un cambio radical en la política de nuestro país, ayer Bolivia demostró que es una realidad política que puede aguantar los más húmedos sueños de un megalómano del calibre del falso matemático y todo el dinero que, al principio de esa aventura, pudo aventar un Chávez afanado en imponer el mamarracho del socialismo del siglo XXI en toda la región.

Bolivia está de vuelta. Desportillada, envilecida, hasta tullida, porque ha sido arrastrada a una fiesta que se convirtió en una borrachera orgiástica durante 20 largos años; pero está aquí, tomando un buen baño, recuperando sus trajes guardados, algunas de las alhajas que habían quedado en algún lugar, y, a pesar de todo, se la ve muy bien.

Ayer, en el año del Bicentenario, pudo tener una fiesta verdaderamente democrática, porque se ha inaugurado un gobierno cuya principal fuerza es, posiblemente, saber que no es “la reserva moral de la humanidad”.

Bolivia puede estar muy feliz, a diferencia de Venezuela, Nicaragua y Cuba, porque ha podido deshacerse de un gobierno autoritario que no creía en la democracia a través de las urnas.

Aclaremos que este momento que estamos viviendo no solo es producto del pésimo gobierno de Arce, ni resultado de la desastrosa visión de la economía de dos décadas, sino de haber tenido un Tribunal Electoral independiente, un Tribunal establecido, dicho sea de paso, durante el gobierno de la tan maltratada e injustamente encarcelada, pero ahora finalmente liberada, expresidente Jeanine Añez. Vale la pena releer el libro de Salvador Romero que ilustra sobre el fortalecimiento de esa institución en tiempos revueltos.

Sí señores, ahora sí estamos en condiciones de celebrar el Bicentenario. Bolivia ha sobrevivido, aunque la terapia será larga, tediosa y dolorosa. 

Agustín Echalar es operador de turismo.



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