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Democracia y derechos humanos | 31/07/2025

No existen violaciones necesarias a los derechos humanos

Waldo Albarracín
Waldo Albarracín

Los derechos humanos constituyen un valor supremo que los Estados deberían hacer prevalecer bajo cualquier circunstancia. Ergo, no debería existir ni es válido cualquier pretexto que se pretenda utilizar para justificar vulneraciones a derechos fundamentales de las personas, tanto como individuos como en comunidad.

Sin embargo, para vergüenza e indignación de todas las generaciones, la historia de la humanidad está marcada por capítulos profundamente dolorosos. Desde la Santa Inquisición, promovida por la Iglesia y responsable de la muerte de millones de personas inocentes, hasta los genocidios más emblemáticos, como los perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial por la Alemania nazi.

 También figuran los protagonizados por las dictaduras militares en América Latina bajo el amparo del Plan Cóndor. No se puede ignorar las masacres en diversos países del continente africano, como el genocidio de más de un millón de personas en el conflicto étnico entre hutus y tutsis, en Ruanda.

Las grandes potencias, en especial Estados Unidos, en ciertos momentos utilizaron el eufemismo de “daños colaterales” para justificar el asesinato de niños y otras personas inocentes, víctimas de misiles supuestamente dirigidos a objetivos militares enemigos, que terminaban violando el derecho humano a la vida de quienes no formaban parte del conflicto bélico.

En este siglo XXI, resulta indignante lo que acontece en la Franja de Gaza, igual que la declaración de un ministro israelí indicando que están borrando del mapa a todos los gazatíes, la actitud cómplice de la comunidad europea que mira hacia otro lado para evitar responder frente al genocidio que se está cometiendo contra el pueblo palestino, sin ignorar las atrocidades cometidas por los integrantes de Hamas, quienes comparten responsabilidad ante la historia y el mundo con el ejército israelí. 

No se entiende cómo hay países que continúan suministrando armamento al citado ejército, y resulta incomprensible e injustificable el bloqueo a la ayuda humanitaria que busca paliar el hambre de niños y mujeres víctimas del conflicto armado.

A pesar de que los mismos países promotores de la violencia y el genocidio fueron impulsores, tanto del Derecho Internacional Humanitario (DIH) como del Derecho Internacional de los Derechos Humanos (DIDH) –un conjunto de normas aprobado precisamente para garantizar la plena vigencia de los derechos fundamentales de las personas en tiempos de guerra y de paz–las Convenciones de Ginebra, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, han sido ostensiblemente vulnerados por sus propios suscriptores.

Existen otros actores con responsabilidad en los problemas actuales. Me refiero a los regímenes totalitarios, especialmente los situados en América Latina, que bajo el argumento de construir el “Socialismo del Siglo XXI” –sistema que solo existe en la mente de sus líderes– han generado miseria y pobreza extrema. Estos regímenes se han convertido en autores de múltiples violaciones a los derechos humanos, entre ellos la libertad de expresión, el derecho a vivir en democracia, el derecho a elegir a sus gobernantes en las urnas y el acceso a los derechos económicos, sociales y culturales, que hoy les son negados sistemáticamente.

Se advierte que todos estos promotores de la violación a los derechos humanos, incluido el principal, el derecho a la vida, recurren al falso argumento de que “el fin justifica los medios”, intentando respaldar crímenes de lesa humanidad cometidos desde el poder político o militar en nombre de una causa superior. 

La Alemania nazi usó la demencial idea de imponer la superioridad de la raza aria para exterminar a más de seis millones de judíos; las dictaduras latinoamericanas que asesinaron, torturaron y desaparecieron a millones de personas utilizaron como bandera la lucha contra el comunismo; los terroristas de Hamás justifican sus crímenes alegando la lucha contra el Estado israelí que, a su vez, mata a personas inocentes en forma masiva e impide la ayuda humanitaria pretextando una lucha contra el terrorismo de Hamas.

Todos los interpelados justifican sus actos genocidas con el afán de convencernos de que no tienen otra alternativa más que incurrir en estos actos para lograr un objetivo superior. Esa premisa es una falacia y una muestra de cinismo injustificable.

¿Qué valor supremo podría ser mayor que el respeto y resguardo del derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a la salud, a la educación, a expresar libremente tus ideas, a la libertad de prensa, a un medioambiente sano, a la autodeterminación de los pueblos o a elegir a tus autoridades mediante las urnas?

Vivimos en un escenario compuesto por países grandes y pequeños, ricos y pobres. En ambos casos, unos pocos, – me refiero a las élites que copan los espacios de poder– hablan en nombre de los demás y toman decisiones que terminan beneficiando sus propios intereses. En ese contexto, terminan violando impunemente los derechos humanos, que no tienen colores políticos, y al ser para todos, bajo el principio de la universalidad, no tienen por qué ser reconocidos para unos y desconocidos para otros. No existen violaciones a los derechos humanos que se tornen necesarios. Es hora de que los pueblos hagan prevalecer lo que el Estado y su sociedad política les viene negando sistemáticamente. 

  Waldo Albarracín fue Defensor del Pueblo de Bolivia y rector de la Universidad Mayor de San Andrés.



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