Hace 102 años, un martes 24 de octubre de 1922, el Partido Nacional Fascista (PNF) decidió realizar “la marcha sobre Roma”, en una reunión en Nápoles, Italia. “¡O nos dan el Gobierno o iremos a Roma a tomarlo!”, arengó ese día Benito Mussolini a sus seguidores. La “marcha” se desarrolló entre el 27 y 29 de octubre de aquel año.
El profesor italiano Antonio Scurati narra, en su libro “M. El hijo del siglo” que este evento no sólo marcó el ascenso de Mussolini al poder, sino que también simbolizó el fin del sistema parlamentario en Italia y el inicio del régimen fascista. El texto es una biografía novelada que retrata a Mussolini –hijo de un herrero, bohemio y ambicioso–, como un hombre que se creía el mismo pueblo.
Benito comenzó su vida política como ferviente militante del Partido Socialista Italiano (PSI). En esa faceta, fue editor del periódico del partido, “¡Avanti!”, desde donde promovió ideas socialistas y marxistas. Como socialista era pacifista. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se convirtió en belicista.
Al ver el cambio, el Partido Socialista expulsó a Mussolini en 1914. Tras la ruptura, éste fundó “Il Popolo d'Italia”, un periódico con una línea nacionalista y pro-bélica, que empujó a Italia a entrar en la Guerra. Desde ese medio, difundió sus ideas fascistas.
Finalizada la Guerra, la inestabilidad política, social y económica tomó Italia. La gente quedó descontenta porque los vencedores no cumplieron plenamente sus promesas de recompensa y expansión territorial por la participación de los italianos en la Guerra. Mussolini olfateó el malestar y lo capitalizó.
Las coaliciones débiles del sistema parlamentario italiano jugaron en favor de Benito. El desempleo, la inflación, la falta de dinero y el caos devoraron la credibilidad de los gobernantes. Ninguno resolvía los problemas mencionados. La gente se desesperaba. Paralelamente, había una grave polarización ideológica. El movimiento obrero y campesino, inspirado por la Revolución Rusa, estaba en ascenso.
Entre 1919 y 1920, una serie de huelgas, ocupaciones de fábricas y revueltas campesinas alimentaron el miedo entre las élites y la clase media. Una posible llegada de la revolución comunista les asustaba. Para evitarlo, recibieron con simpatía la “Marcha sobre Roma”. No imaginaron que estaban incubando algo igual o peor: el fascismo.
La Marcha comenzó caótica y desorganizada. Los militantes fascistas, conocidos como “camisas negras”, lograron cortar líneas de comunicación y ocupar varias ciudades sin resistencia del ejército ni del Gobierno. A lo largo de su caminata, huayqueaban, apaleaban, correteaban y golpeaban violentamente a todo aquel que se oponía. Entre ellos creían que su marcha era para salvar Italia.
Al ver tanta violencia, el rey de Italia, Víctor Manuel III, temía una guerra civil. Por miedo, se negó a declarar el estado de sitio y no tomó medidas decisivas para detener a los fascistas. Pese a que sabía que los fachos marchaban sobre Roma a acortar el mandato del Gobierno de entonces, no quiso firmar la ley marcial que propuso el primer ministro italiano en ese momento, Luigi Facta, para detener la marcha.
El monarca italiano pensaba, además, que una posible represión a los fachos iba a abrir las puertas a la revolución comunista. Entonces, por evitar el comunismo se jugó por el fascismo. Creyó que al permitir a Mussolini tomar el poder podría controlar mejor la situación y preservar la monarquía. Huérfano, el Gobierno de Facta dimitió.
El 29 de octubre de 1922, los marchistas entraban a Roma desde los cuatro puntos cardinales. Ese día, el rey ofreció a Mussolini el cargo de primer ministro. Mussolini no estaba en la Marcha. Monitoreaba todo desde Milán. Viajó en tren a Roma y llegó el 30 de octubre para asumir el cargo.
Benito usó la intimidación y el miedo de la gente para derrocar al Gobierno. Luego, se presentó como el salvador de Italia.
Ya en el poder, Mussolini simuló gobernar dentro de los límites constitucionales. Pero usando el disfraz de demócrata erosionó sistemáticamente la democracia parlamentaria. Para consolidar su control, eliminó poco a poco a sus oponentes políticos. Paralelamente, restringió la libertad de prensa y acabó con las instituciones democráticas. En 1925, se declaró el “Duce” (líder supremo). Irremplazable y único.
Te estarás preguntando, ¿por qué el Andrés nos cuenta el nacimiento del fascismo? Te lo cuento para que descubras las similitudes de lo que está pasando en Bolivia. En este momento, la sociedad boliviana está como la italiana en 1922: polarizada, con Gobierno débil, en crisis económica, desempleo, escasez de dólares, escasez de combustibles y escasez de esperanzas. Para su mala suerte, está en medio de una colisión de marchas dirigidas por dos políticos autoritarios. Cualquiera de los dos bandos que gane, igual perderá. Para que gane, aquellos tendrían que perder.
Andrés Gómez Vela
es periodista y abogado.