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Tinku Verbal | 07/12/2025

¿Cómo vamos con la IA en Bolivia?

Andrés Gómez V.
Andrés Gómez V.
El gran escritor romano Plinio el Viejo cuenta una historia tan breve como brutal. Durante el reinado del emperador Tiberio, un artesano presentó un invento prodigioso: un vidrio irrompible. El emperador lo examinó, lo hizo caer al suelo y comprobó su resistencia. Luego preguntó:—¿Se lo enseñaste a alguien más?

—A nadie —respondió el hombre.

Tiberio, temiendo que aquel vidrio derrumbe el valor del oro y de la plata, ordenó que lo ejecutaran. Prefería matar al inventor antes que permitir que una tecnología nueva alterara el orden conocido.

La anécdota —que Daron Acemoglu y James A. Robinson citan en Por qué fracasan los países— condensa un miedo muy antiguo: el miedo del poder a la tecnología. Miedo a perder control. Miedo a que la gente cambie. Miedo, en suma, al futuro. No es casual: pasó en la Revolución Industrial, pasó en la era de las máquinas, pasa cada vez que la humanidad se asoma a un salto.

Y hoy pasa también en Bolivia.

Hace unos días, dos educadores me dijeron con aire de suficiencia que prohíben a sus estudiantes usar inteligencia artificial (IA). ¿Sirve de algo la prohibición? No. La usarán igual. La pregunta correcta no es “¿cómo impido que usen IA?”, sino “¿cómo enseñamos a usarla bien?”.

Yuval Noah Harari advierte en Nexus que la IA no es un invento más, es un agente que toma decisiones, aprende por sí misma e incluso genera ideas nuevas. Hasta ahora, las máquinas no daban un solo paso sin la mano humana. La imprenta no escribía libros; un micrófono no hablaba; una cámara no podía alterar tu rostro. La IA sí. Actúa sola. Por eso está alterando silenciosamente la forma en que estudiamos, trabajamos, conversamos y pensamos.

Y, sin embargo, en las escuelas y universidades bolivianas seguimos discutiendo si debemos permitirla o no. Es como tener una pala mecánica lista para excavar y obligar a que todos sigan cavando con pala manual “para que aprendan qué significa esfuerzo”. La IA es ya una herramienta cotidiana. El estudiante la usará porque le ahorra tiempo. La pregunta es: ¿la usamos para volvernos más capaces o para volvernos más dependientes?

Algunos colegas temen quedar reemplazados. “¿Cómo enseño a escribir —me dijo una docente— si los estudiantes escriben excelente con la IA?” La inquietud es genuina. Pero la conclusión es equivocada.

Yo empecé a enseñar justo lo que la IA no puede reemplazar: la capacidad de pensar.

¿Por qué seguir aprendiendo a escribir en tiempos de ChatGPT? Porque la escritura no es caligrafía, es la fábrica de las ideas.

Para escribir, primero necesitas tener algo que decir. La escritura te obliga a ordenar lo disperso, a enlazar un párrafo con otro, a decidir qué argumento sostiene a cuál, a distinguir lo sólido de la falacia, a entender los sesgos cognitivos que pueden arruinar una buena intención comunicativa. ¡Ah! Olvidaba. Para hacer todo lo anterior, necesitas leer, leer y leer. Las ideas surgen de otras ideas (que generalmente están en los libros), no bajan del cielo.

La IA puede redactar por ti, pero no puede pensar por ti… a menos que tú le entregues ese poder. 

Por eso, los profesores seguimos siendo necesarios, pero en otra clave: enseñar pensamiento crítico, creatividad, criterio, ética, habilidades blandas. Esas son las herramientas que permitirán que un estudiante no solo use IA, sino que la domine. 

La IA ya está aquí. De manera silenciosa, está penetrando la economía, la educación, la política y hasta la intimidad. El mundo será dirigido no por quien más miedo tenga, sino por quien mejor sepa preguntar. Y para preguntar bien, hace falta tener ideas. Y para tener ideas, hace falta saber escribir sin muletas.

En tiempos de Tiberio, el poder mató al inventor para evitar que el futuro llegara.

Hoy el futuro ya llegó. Y no hay emperador que pueda detenerlo. 

La cuestión es otra: ¿vamos a aprender a usar bien la IA… o vamos a esperar pasivamente a que la IA aprenda a usar bien de nosotros?

Andrés Gómez Vela es periodista y abogado.



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