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11/10/2019
Vuelta

Cabildo: a mí no me trajo nadie

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.
Las clases medias de los grandes centros urbanos del país, como lo hicieron a fines de los años 70 o principios de los 80 del siglo pasado, tomaron la plaza pública para reivindicar su derecho a ser escuchadas sin la mediación de nadie.


La nueva militancia masiva en torno a una causa determinada tiene que ver, quizá, con el enraizado desprecio por la representación política tradicional. No es un gesto anárquico, en la medida en que no apela al caos como alternativa, pero sí es desordenado en la proclamación de su razón de ser.

No son los líderes políticos los que tienen la palabra. Es más, si los hay están sumidos en el anonimato de la masa, que tolera su presencia con señas de forzado reconocimiento.

Es el imperio de la gente, de la que no acude por obligación, pero que asume el compromiso como una suerte de imperativo moral: ¿si no estoy aquí, qué derecho tengo a reclamar?

La voz del Cabildo es la suma de las voces y su propuesta articula los intereses de todos. No importa la vertiente de origen, sino el desemboque en la causa común.

En Santa Cruz, La Paz o Cochabamba la gente fue protagonista. Sobraron los discursos, mera referencia débil de alguna forma de organización, de un orden resistido. Lo  que prevaleció fue un sentido compartido de hartazgo frente a la intolerancia y de renovada fe  democrática: a mí no me trajo nadie.

La oposición boliviana, si en algún momento la hubo en la ultima década, no estuvo hecha de voces individuales, mucho menos de cabezas visibles, sino de expresiones colectivas. El mensaje no es de uno, sino de todos.

Una ciudadanía sin líder parecía en principio una osadía, algo que tarde o temprano podría llevar a una profunda frustración, pero que ahora está muy cerca de lograr su principal objetivo.

Más que nunca la democracia reside en la gente y no en los predestinados. Nadie es portador del mensaje de salvación. Nos salvamos todos.

Del 21 “F” al 20 “O”, el impulso de la historia tiene mucho que ver con las voces dispersas, pero que van en busca de un desenlace armónico. Orquesta sin director, que construye su propio devenir rítmico.

Los cabildos fueron el masivo acto de campaña que faltaba, escenario sin roles protagónicos, con la sociedad como personaje central y la bandera de todos como símbolo de unidad.

Se verá en pocos días si esa intensa y pacifica expresión de rebeldía servirá para que el país supere el extravío democrático en el que lo ha sumido la ambición.



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