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19/07/2020
El Tejo

Adiós a un amigo entrañable

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

El pasado domingo hablé, no sabía que sería por última vez, con monseñor Eugenio Scarpellini, Obispo de El Alto, italiano de nacimiento y boliviano por opción. Ya estaba en tratamiento por haberse contagiado el coronavirus. Sentía, me dijo, que mejoraba, aunque lo molestaban las cuerdas vocales.

Como siempre, luego de informarnos de nuestras rutinas nos ocupamos de reflexionar sobre la situación del país y como generalmente nos pasaba, coincidimos en muchos aspectos. No en vano desde que nos conocimos a principios del nuevo siglo, trabajamos juntos en varias oportunidades y con mucha facilidad llegábamos a conclusiones parecidas, lo que facilitaba cumplir las tareas para las que en algunas oportunidades me convocaron desde la Iglesia. Obviamente había algunos temas en los que no coincidíamos, lo que no restaba el afecto fraternal que construimos en estos 20 años de amistad.

Recuerdo particularmente tres eventos en los que consolidamos la amistad que menciono. El primero fue en el proceso de Reencuentro Nacional que la Iglesia propició en 2003 para preservar el sistema democrático y que tuvo un final poco feliz porque complotaron en su contra intereses mezquinos de corto plazo. El segundo, los buenos oficios que interpuso la Iglesia para que la profunda crisis política que se originó con la renuncia del presidente Carlos Mesa tenga una resolución democrática y, sin duda, la participación de los obispos ayudó a evitar, una vez más, escenarios de violencia y encontrar una resolución democrática. El tercero, en la organización de la visita del Papa Francisco al país.

En todos ellos Eugenio combinaba su capacidad de diálogo con diversos interlocutores, cualesquiera fueran, y su disposición al trabajo. Así, Eugenio negociaba, Eugenio elaboraba las ayudas memorias, Eugenio organizaba la logística, Eugenio convocaba y, además, cumplía su misión sacerdotal con alegría en su parroquia, en su colegio, en la secretaría general de la CEB y, posteriormente, en su diócesis y la dirección de varias comisiones, particularmente la de misiones, con un liderazgo que posibilitó, con el apoyo de sus hermanos en el episcopado, realizar en el país el evento internacional de esa secretaría. Eugenio sabía escuchar y debatía con transparencia… y algunos incautos caían en el error de creer que esas cualidades eran una muestra de ingenuidad.

Mientras cumplía todas esas labores, no le faltaba tiempo para momentos de esparcimiento a los que aportaba con limoncello, que lo preparaba, dizque, en sus momentos de descanso.

Con esas cualidades Eugenio se convirtió en un excelente operador de encuentros, convencido de que el país necesita espacios de diálogo y confianza para poder avanzar. Y siempre reconocía en sus interlocutores buena fe, mientras no comprobara lo contrario. Con esa predisposición ayudó a que se evite al país, en varias oportunidades, confrontaciones violentas. Pero esa actitud hizo que se convirtiera en un escollo de quienes buscan, por cualquier medio, conducir al país a soluciones por el desastre.

Ahora Eugenio ya no estará disponible para el país, la Iglesia y la democracia. Quienes profesamos la fe religiosa, tenemos la esperanza de que intercederá por nosotros, y parte de esa intercesión será para que la Iglesia pueda reemplazar a Eugenio no sólo en sus funciones de obispo de una diócesis llena de desafíos y demandas, sino como articulador de acuerdos y generador de alegría y esperanza.

Escribo esta columna en una fecha que recuerda mucho dolor, 17 de julio, y que parece que han olvidado algunos operadores de la vida del país que, en forma muy similar a hace 40 años, quisieran reeditar proyectos autoritarios, tengan su origen en la derecha o izquierda radicales que, como muestra la historia, son tan parecidas.

Sin duda extrañaremos a Eugenio, más todavía cuando sabemos que el país necesita de personas como él, dispuestas a crear espacios de diálogo. Sólo me queda la alegría de haber sido su amigo y que el pasado domingo, como casi siempre que nos comunicábamos, volvimos a estar de acuerdo en nuestras apreciaciones…

Juan Cristóbal Soruco es periodista.



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