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En voz alta | 22/12/2025

35 años de la muerte del poeta y escritor cubano Reinaldo Arenas

Gisela Derpic
Gisela Derpic

Reinaldo Arenas se suicidó en Nueva York, en el exilio que tomó forzado para evadirse del sufrimiento por la soledad a la que condena todo totalitarismo a quienes se resisten a la dominación. Tenía 47 años y pasaba por la dura experiencia del VIH SIDA. 

Rebelde y creativo, además era homosexual. Personificaba en esas condiciones motivos sobreabundantes para ser despreciado, aborrecido y victimizado con saña por el régimen de Castro, fiel réplica del modelo estalinista, negador de la dignidad y los derechos del individuo.

En 1958, antes de cumplir 15 años, se unió a los rebeldes en la Sierra de la Gibara. Allí fue testigo del escaso número de guerrilleros, de las mentiras acerca de los grandiosos combates y de los tempranos fusilamientos a supuestos “traidores”, todos campesinos pobres. “La guerra fue más de palabras” –diría más tarde–, cuando ya se puso en contra del régimen que lo martirizó una y otra vez por artista y por su opción sexual.

Raquel Egea en su artículo “Revolución cubana: la represión castrista vista a través de la persecución y encierro de Reinaldo Arenas en la prisión de El Morro (1969-1976)”, disponible en la red Internet, refiere que la represión en Cuba arreció cuando, “en 1961, Castro emitía,, en la Biblioteca Nacional de Cuba, el discurso en el que pronunciaría la famosa frase de “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”. 

Prosigue recordando que a mediados de los 60 el castrismo tomó durísimas medidas contra homosexuales y artistas. Así, escritores fueron obligados a dejar su obra y homosexuales de “conducta impropia”, motivo de su represión estatal, confinados en las unidades militares de ayuda a la producción, campos de trabajos forzados. 

Arenas se resistió y el régimen lo condenó. Mientras sus obras sacadas clandestinamente eran premiadas en el extranjero, eran negadas en la isla. La existencia de él mismo también fue negada por el régimen. En 1970 lo enviaron a cortar caña en condiciones extremas de explotación. 

No sólo eso. En 1975 fue encerrado en la Cabaña del Morro por dos años, donde sufrió vejámenes y torturas inenarrables hasta verse obligado a firmar una retractación pública de sus ideas, obras y sexualidad. Sus vanos intentos de abandonar la isla complicaron su situación, hasta que en 1980 se marchó a EEUU, durante el éxodo del Mariel. 

En el exilio no dejó la denuncia contra el régimen y sus cómplices; esos iguales los que hoy aún lo justifican.

Él acusa: “El escritor que defienda una dictadura, y sobre todo una dictadura tan minuciosa en su espanto como son las dictaduras totalitarias de izquierda, está defendiendo su sepultura y por lo tanto entre más rápido vaya para ella es mejor para él y para los lectores que tiene, eso es claro, me parece que es así. (…).

Hay una posición muy ventajosa entre los escritores de izquierda que viven en los países capitalistas que disfrutan de todas las ventajas de la democracia, (…) de las rentabilidades que da atacar a la democracia viviendo en un país democrático, ¿no? 

Esos escritores quizás, si vivieran en un país comunista y no pudieran salir de él, entonces cambiarían quizás su manera de pensar… y además de eso, no podrían escribir nada. O sea que, hasta cierto punto, para nosotros que padecimos todo aquello, es indignante que un señor que goza de toda la seguridad que da la democracia, se complazca en atacarla y además, se enriquezca atacándola.”

Su corta vida resume la tragedia cubana proveniente de la impostura revolucionaria y la boba o maliciosa complicidad de sus cabilderos, esos que justifican todos sus males, incluyendo las violaciones de los derechos humanos, en el supuesto “bloqueo” norteamericano. 

En el blog “Cartas en la noche” cursa su carta de despedida escrita el 7 de diciembre de 1990 antes de suicidarse. 

“Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. 

Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esa libertad. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando, Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión.

Solo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país.

Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla le exhorto a que siga luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza.

Cuba será libre. Yo ya lo soy”. 

Y sí, la liberación de la Isla Bella está cerca. Llegará en nombre de Reinaldo también. 

Gisela Derpic es abogada.


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