“Deseo”, movimiento afectivo hacia algo, conforme señala el diccionario de la RAE. Ese “algo” abarca todos los objetos imaginables, no siempre asociados al bien. Desde un caramelo hasta un paraíso, pasando por riqueza, juventud, sexo y/o amor.
Desear es propio de los humanos. Impulsa a la acción para satisfacerlos provoca sueños y obsesiones. Satisfacerlos da placer. De allí que tienda a hacer hábito, a provocar adicción.
Los deseos pueden llevar a grandes empresas y hazañas; también a grandes desatinos y atrocidades.
Sienten deseos los individuos y los grupos. Pueden convertirse en consignas y objetivos movilizadores de acciones para alcanzarlos. Desde una perspectiva democrática, con acción política en los términos propuestos por Hanna Arendt, basada en la comunicación que lleva al acuerdo entre diferentes. Al contrario, desde un enfoque autoritario, con la imposición de un pensamiento único, lo cual lleva a la represión. Al abuso.
El límite de los deseos es la realidad, el muro donde se estrellan y, de no mediar sensatez y fortaleza interna, sobrevienen frustraciones.
Siendo así, es clave definir la realidad para luego comprenderla. Antonio Escohotado identifica la realidad y la verdad de las cosas: “la realidad es la verdad”, dice. Amplía y profundiza tal definición al afirmar que la realidad se distingue en el infinito pormenor que la rodea. En su complejidad. “Toda cosa real es interminable en el espacio, en el tiempo, en los detalles…”, señala, para después contraponer realidad y fantasía. Él anota que los sueños –la fantasía–, son finitos y simples. Irreales.
Esta comprensión de la realidad en su complejidad lleva a establecer el punto medio entre ella y los deseos. Ese punto es lo posible, crucial para la política. Por eso mismo son muchos quienes, desde la reflexión y la acción, definen a la política como “el arte de lo posible”, premisa de una gestión responsable de la autoridad en función de sus resultados para el bien común. Enfrente de otros, muchos también, que creen que la política es el arte de lo imposible. En buen castellano: la acción de adecuar la realidad a sus deseos. A la fuerza.
La historia demuestra las consecuencias de la confusión de los deseos con la realidad, fuente de estrategias propagandísticas para engañar y convencer a los incautos de manera que apoyen con fanatismo experimentos, cuyo fin oculto siempre ha sido el favorecimiento de los privilegios de los miembros de aquellos círculos estrechos que se hacen del poder para beneficio propio. Bolivia lo sufrió, ¿no? Apenas hace una semana que se libró del régimen que durante dos décadas la asoló.
Sin embargo, pronto se han comenzado a manifestar señales de que esa experiencia no ha sido debidamente procesada y aflora la resistencia a comprender la diferencia entre los deseos y la realidad. En primer lugar, en aquellos traficantes de las causas sociales y sus deformadas organizaciones, desinformados y atragantados de consignas vinculadas a sus intereses mezquinos.
No sólo en ellos. También en quienes, siendo informados y formados, según sus antecedentes, parecen predicadores de sectas religiosas, repetidores de fórmulas teóricas convertidas en dogmas, provenientes todos de las metrópolis que dicen detestar por añadidura. Confunden deseos con realidad.
Aunque hace un tiempo dejaron de aplaudir al masismo, unos más que otros, antes de cumplirse una semana de la posesión presidencial, han vuelto al inicio de los años 2000 para acusar al nuevo gobierno de subordinarse a la estrategia de Trump en busca de apoyo financiero y de pactar con el agronegocio.
Volvieron sin rubor a las andadas, como entonces, cuando se encargaron de poner alfombra roja al IPSP en su ruta al gobierno. Tal vez vayan más lejos e intenten exculpar al masismo del estropicio sistémico que provocó.
Por mi parte, aplaudo la decisión del nuevo Presidente de conectar a Bolivia con el mundo, de relacionarla con todos los Estados con los cuales sea posible llevar adelante proyectos de beneficio común. También su posición de poner en el centro a los ciudadanos y terminar los obstáculos que un Estado centralista, burocrático y corrupto ha puesto contra ellos. Igual que su llamado a las FFAA para que recuperen las regiones sin soberanía en Bolivia. Como su voluntad de hacer lo que el país necesita para salir de la crisis. Le sugiero que ponga en pie su estructura de poder y en orden a sus acompañantes.
Y… mis deseos son que las guerras terminen y el mundo vivía en paz. Que se acabe el terrorismo y el crimen organizado transnacional. Que todos los países sean prósperos y ninguno se aproveche de otros. Que la igualdad ante la ley y los derechos humanos prevalezcan. Que no haya crimen ni violencia. Que no se necesite policías ni cárceles. Que todos vivamos seguros. Que la ciencia y la tecnología sirvan sólo para el bien. Que la educación sea de calidad y los servicios para la salud, también. Que no haya pobres y desamparados. Que el mundo sea un paraíso. De paso, volver a mi juventud y que nunca más me salgan canas y arrugas.
Gisela Derpic es abogada.
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