Melgarejo tiene mal nombre en parte también por el libro de O’Connor D’Arlach, pero no es suya sino del siglo XX la leyenda de la carrera de autos entre gobernantes, en la recién pavimentada carretera Cochabamba-La Paz.
Cuenta Cecilia Lanza en su libro Mayo y después, que dos miembros del triunvirato militar en 1981 (en el gobierno de García Meza) decidieron repasar el asfalto, a toda velo, de la carretera La Paz-Cochabamba, en una muy exclusiva competencia, cada uno con su BMW de vidrios ahumados. Aún recuerdo esos autos idénticos, medio plomos, importados en ese tiempo a ritmos de contratación directa (lo pongo en términos actuales para que se entienda) para cumplir fielmente con las jerarquías de una dictadura de más de una “cabeza” (es sólo un decir).
García Meza era también un as para el juego del sapo, todo hay que decirlo. No ser apto para presidir es una cosa, pero no por eso se van a negar los méritos de la gente en el sapo. Y ya en sus tiempos de enjuiciado en Sucre, García Meza le hacía también a la pelota-paleta, aunque no fuera igual de ducho para los juegos mnemotécnicos, si se juzga por sus declaraciones en el juicio de responsabilidades. En aquéllas remplazaba sistemáticamente un más ordinario “no recuerdo” o “lo ignoro”, por un parco “desconozco”, menos apropiado y preciso, pero dicho con el aire tirante de quien sabe, o sabe que no debe saber, reclinado en la silla de declarante, con la cabeza (no es un decir, aquí) recogida atrás.
En un ciclo político previo nos regodeábamos con los vicios de los regímenes militares, pero vistos a la distancia, con el agua que uno ha visto transcurrir, tal vez no detentaran el monopolio de la liviandad en el Estado.
Por ejemplo, por un caso más bien enternecedor y benigno -a diferencia del de los BMV-, pero que no sé si mancilla el honor patrio o el de mi apellido, sigo intrigado por las últimas líneas de una carta del Mariscal Sucre a un amigo chuquisaqueño. Fueron escritas en nuestro puerto de La Mar el 27 de agosto de 1828, ya renunciado Antonio José a la Presidencia. Espero que no por mojigatería, pero su despedida me suena un tris sugerente de ciertos recuerdos que acaso guardó el Mariscal de su paso por el mando de estas tierras: “Saludos para Fortunata, las Aranas, Mendietas (…) y doña Joaquina”.
Por algo ese corolario contrasta con el usual en sus cartas formales, culminadas en un “Dios guarde a V.V.S.S.” o un “Dios etc.”. Al menos admitan conmigo que las añoranzas del Mariscal Sucre, alusivas a Fortunata, las Mendieta y las Arana, no suenan acordes a esa centuria de aparente recato en el trato entre sexos.
Una historia de similar tono, pero esta vez para divertimento de los espectadores del poder, es la que cita el Mago Baptista de un texto de Roberto Prudencio. Éste narra que el padre de Franz Tamayo, Issac, colaborador de Melgarejo, revisaba con él el despacho presidencial. Tamayo entonces le sugirió que emitiera un decreto y Melgarejo se avino a dictárselo, con aquél con la pluma lista. “Considerando…”, enunció Melgarejo; y acto seguido preguntó, con dejo marcial: “¿Ha puesto usted “Considerando”? Sí, Excelencia, respondió Tamayo. ¡Considerando!, repitió Melgarejo, sin atinar a más.
El tirano luego le ordenó a su joven secretario: “¡Levántese!, tiene usted una letra imposible; y, ahora… dicte”. Melgarejo suplió así sus carencias de borrachín, con su letra redonda bellísima y con los contenidos de la cabeza (tampoco es un decir) de su secretario, a falta de una propia afín a la elusiva tarea de reinar.
Es pues una regia paradoja que el poder sirva para la juerga de sus detentadores, pero también de los que lo observan o, más taimados, dejan testimonio, a lo mejor sesgándolo. Siempre hay materia, benigna o no tanto, para que en el futuro rían, como nosotros hoy.
Es que, como escribía el hijo de Issac Tamayo, Franz, toda altura es funesta y, si no es pedestal de gloria, es tarima de suplicio. Las bajuras aseguran mejor, en cambio, la perspectiva del regocijo, quién sabe envidioso, pero más duradero y socarrón.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.