Hace 10 días, Rolando Morales publicó un artículo sobre las acciones de Israel en Gaza (Tenemos vergüenza y rabia, BD, 8/7/25). Al día siguiente, Marcos Iberkleid le respondió (BD, 9/7/25). En lugar de proponer un debate a tres, voy a resumir ciertos hechos y opiniones relevantes que cualquier lectura coherente debe reconocer.
En esta reflexión ofrezco enlaces como sustento de las afirmaciones de terceros y he priorizado hechos apoyados por opiniones de intelectuales judíos o de fuentes israelíes para evitar la estéril discusión sobre la existencia o el sesgo de las fuentes
El primer dato importante es que el conflicto tiene un giro dramático con la masacre del 7 de octubre de 2023, pero esta no marca su inicio. Sin tomar en cuenta elementos de su origen, no es posible tener una visión equilibrada del conflicto.
Iberkleid señala que “El pueblo judío tiene una presencia continua y documentada en la tierra de Israel desde hace más de 3.000 años” y que “El movimiento sionista (es) un esfuerzo legítimo por parte de un pueblo perseguido (…) para recuperar su soberanía en su tierra ancestral”.
Estas son medias verdades. Es cierto que en esa región ha existido población judía hace miles de años y que ella gobernó reinos independientes, como ha sucedido en muchas partes del planeta a lo largo de la historia. Haber ejercido una soberanía hace 1.000 o 3.000 o haber dejado atrás personas integradas a sus respectivas sociedades, no da un derecho hoy. De validarse semejantes derechos a recuperar soberanías perdidas, tendríamos que redibujar el mapa del planeta.
Esa tesis confunde religión, raza, nación, territorio, tierra y terrenos, pero la confusión no es inocente, pues basados en ella, los israelíes han despojado y siguen despojando de sus tierras a miles de familias palestinas asentadas ahí por también miles de años. Con la creación sui generis de un Estado en un territorio legítimamente ocupado venía la obligación de respetar los derechos de los propietarios de esas tierras, quienes nada tenían que ver con la ancestral huida de los judíos de esa región ni con las atrocidades cometidas en Europa.
En una entrevista, el profesor Avi Shlaim, un judío iraquí, ciudadano israelí y uno de los historiadores más importantes del judaísmo, afirma que “La creación del Estado de Israel conllevó una injusticia monumental contra el pueblo palestino”.
Al respecto es relevante notar que los actuales ciudadanos del Estado de Israel son en su mayoría judíos askenazis, venidos de muchas partes del mundo, pero racialmente distintos de los varios pueblos judíos que un día ejercieron soberanía en ciertos territorios de la región palestina. El propio Shlaim dice que “Israel fue creado por los judíos askenazis para resolver un problema de los judíos europeos” y que él como judío árabe no se sintió bienvenido en esa sociedad que lo despreciaba. Similar sentimiento expresan los judíos etíopes en Israel.
No sorprende. La pensadora judía Hannah Arendt describe cómo los judíos alemanes aristócratas despreciaban a los judíos ropavejeros venidos de Europa del Este. Hay en estos gobernantes israelitas, que desprecian a otros judíos y dicen que los palestinos son animales, un eco de supremacía racial de muy mala asociación.
Si se quiere fijar un momento para el inicio del actual conflicto, este es 1948, año de la creación ab novo de Israel. A partir de ahí se da un complejo proceso de ocupación, expansión y rechazo; en el que los países árabes mostraron escasa habilidad diplomática y poca predisposición para recibir al nuevo vecino y este hizo poco o nada para ser bien recibido.
Árabes e israelíes acudieron en este período a actos de violencia donde nadie queda bien parado. Israel incluso ha financiado a Hamás a través de Qatar para sabotear la implementación de la solución de los dos Estados palestinos.
Sin embargo, como la acusación de terrorismo tiende a caer solo sobre los grupos árabes, es necesario recordar lo hecho por judíos sionistas armados y soldados israelíes que impusieron su presencia en Palestina, cometiendo atrocidades contra población civil inocente comparables con las cometidas por Hamás el 7 de octubre:
“En 1948 la villa de Deir Yassin fue atacada por guerrilleros israelíes de los grupos Haganah e Irgún, mataron a entre 100 y 200 hombres, mujeres y niños, cuyos cuerpos mutilados fueron echados a los pozos”. “En su libro, La revuelta, Menahen Begin, describe sus actos de terrorismo, incluyendo esta masacre” (Edward Said, La cuestión palestina).
“El 6 de junio de 1981, 80 mil soldados israelíes ingresaron al Líbano, desafiando la Resolución 509 de la ONU, que ordenaba su retirada. Los soldados entraron con tanques y artillería y apoyo aéreo. En la primera semana de la incursión murieron miles de civiles palestinos y libaneses” (Harms and Ferry, The Palestine-Israel Conflict).
“El 16 de septiembre de 1981, tropas de la falange libanesa, en coordinación con Ariel Sharon, ministro de Defensa israelí, ingresaron a los campos de refugiados de Sabra y Shatila, (y dejaron) a su partida entre 800 y 2.000 muertos, incluyendo mujeres y niños; todos civiles desarmados” (Harms and Ferry, op.cit.).
Como se puede ver, las de Hamás no son ni las primeras ni las únicas manos manchadas con sangre inocente.
Ilan Pappé, historiador judío nacido en Israel y hoy catedrático en Exeter, pone el ataque de Hamás en la siguiente perspectiva:
“(…) se quiere impedir que se entienda el contexto en el que se produjo el acto de Hamás, olvidar los 15 años de asedio inhumano a Gaza, los 56 años de una ocupación despiadada y de limpieza étnica en Cisjordania, y los 75 años en que no se permite a los refugiados volver a sus hogares. (…) para autorizar las políticas israelíes que no tienen ninguna consideración por el derecho internacional o los derechos humanos, y desviarnos de la verdadera cuestión: no es Hamás ni sus acciones del 7 de octubre, sino la situación previa lo que dio inicio a la violencia”.
Y complementa: “En lugar de hablar del síntoma de la violencia, deberíamos hablar de la causa de la violencia. Tenemos a millones de palestinos que llevan años siendo oprimidos, gobernados y controlados por Israel, y luchan con los medios que tienen”.
Al respecto, Judith Butler, distinguida filósofa judía, dice: “Es honesto e históricamente correcto decir que el ataque de 7 de octubre es un acto de resistencia armada, que resulta de una situación de subyugación impuesta por un aparato estatal violento” (Jerusalem Post, 14/3/2024).
La subyugación a la que se refiere Butler es la continua violación de los derechos de la población palestina por parte de Israel en sus esfuerzos de expandir su Lebensraum. En 1948, el plan de la ONU para la partición del nuevo Estado estableció 14.000 km² para el Estado de Israel. Hoy el área total bajo control militar israelí varía entre 22.000 y 27.000 km².
Solo se pueden entender los terribles actos del 7 de octubre tomando en cuenta estos antecedentes.
Son 1.200 los muertos israelíes el 7 de octubre, y de entonces a la fecha, 60.000 palestinos muertos (o más según algunas estimaciones bien informadas), 115 mil heridos y más de 60% de Gaza está reducida a escombros. El objetivo declarado es la eliminación de Hamás y la justificación alegada por la cantidad de muertos y heridos es que Hamás usa escudos humanos para defenderse, por lo que el Ejército de Israel se ha visto obligado a bombardear escuelas y hospitales, y racionar comida hasta el límite de la hambruna. En Gaza más de diez niños pierden una o las dos piernas cada día, según Save the Children.
Las leyes de guerra ponen límites a la violencia contra la población civil; límites que están siendo ignorados en nombre de una supuesta autodefensa. Cito ejemplos:
“Oficiales y soldados del Ejército de Israel dijeron a Haaretz (periódico israelí) que se les ordenó disparar contra multitudes desarmadas cerca de los sitios de distribución de alimentos en Gaza, incluso cuando no había ninguna amenaza presente” (Haaretz, 27/6/25).
“Ocho niños se encuentran entre los al menos 15 palestinos que murieron en un ataque israelí mientras hacían cola para comprar suplementos nutricionales fuera de una clínica en Gaza. (…) el ataque fue una violación flagrante del derecho internacional que vio a “familias inocentes... atacadas sin piedad”. El Ejército israelí dijo que atacó a un “terrorista de Hamás y lamentó cualquier daño a los civiles” (BBC, 10/7/25).
“Al menos 43 palestinos murieron este domingo en ataques israelíes en la Franja de Gaza. (...) En uno de ellos, un misil alcanzó un punto de distribución de agua potable (...) y mató a 20 personas, entre ellas diez niños. Los militares israelitas dijeron que el misil apuntaba a un terrorista y que una falla técnica hizo que cayera a decenas de metros de su objetivo y lamentan cualquier daño a la población civil” (Folha de São Paulo, 13/7/25).
El Ejército israelí dice que lamenta, pero estos hechos se suceden con regularidad, justificados por la autodefensa de Israel.
“Acusar falsamente a Israel de genocidio (…) es una injusticia histórica, moral y política”, reclama Iberkleid, pero R. Morales no está solo en esa acusación. Entre quienes lo precedieron están: el exprimer ministro israelí Ehud Olmert, que afirma que Israel está cometiendo crímenes de guerra. (Haaretz, 27/5/2025). Amnistía Internacional, Human Rights Watch y varios organismos de las Naciones Unidas.
Francesca Albanese, relatora especial de la ONU sobre los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, ha dicho al Consejo de Derechos Humanos en Ginebra que Israel es responsable de “uno de los genocidios más crueles de la historia moderna”.
El historiador judío Avi Shlaim, citado arriba dice, “genocidio es una palabra muy grande. Pero la evidencia es abrumadora y cada vez mayor. Este es el primer genocidio que se transmite en vivo” (Novamedia, 25/3/25).
Omer Bartov, profesor de estudios del Holocausto y genocidio en la Universidad de Brown y ex oficial del Ejército de Israel, dice “el objetivo (de Israel) es obligar a la población a abandonar la Franja por completo o (…) debilitar el enclave mediante bombardeos y la grave privación de alimentos, agua potable, saneamiento y asistencia médica hasta tal punto de que sea imposible para los palestinos de Gaza mantener su existencia como grupo. Mi conclusión inevitable es que Israel está cometiendo un genocidio contra la población palestina” (NYT, 15/7/25).
Sin embargo, más significativo para el futuro de la comunidad judía en el mundo, que los hechos u opiniones citadas, es el giro que se está dando en la percepción mundial sobre ella. Son cada vez más numerosas las manifestaciones de apoyo a Palestina, llamados a boicotear a Israel y a empresas que financian a su Ejército y muestras de hostilidad contra turistas israelíes.
En EEUU, “según Gallup, el 59% de los demócratas ahora simpatizan más con los palestinos que con los israelíes (21%). Se trata de un gran cambio con respecto a 2013, cuando los demócratas simpatizaban con los israelíes por encima de los palestinos. […] El Partido Demócrata iba en una dirección menos sionista, menos partidaria de Israel, pero parece que esa tendencia se ha acelerado. El Partido Republicano sigue siendo pro-Israel, pero eso también puede cambiar, especialmente entre los más jóvenes” (Douthat, NYT, 10.7.25).
Podemos ver en FB memes que comparan a Netanyahu con Hitler y la estrella de David con la esvástica. Por tendenciosas que sean estas asociaciones, están recogiendo expresiones que eran impensables antes del 7 de octubre. Para los jóvenes de hoy, el Holocausto es un hecho histórico distante y, en el nuevo imaginario, los judíos ya no son las víctimas de un episodio atroz de la historia, sino los verdugos de otro igualmente atroz; este transmitido por la televisión y las redes sociales.
Hay miles de judíos en todo el mundo que están indignados por lo que Israel está haciendo en su nombre. Organizaciones judías –como Jewish Voices for Peace–, muchos pensadores judíos de prestigio, como los citados, e incluso rabinos reconocen y apoyan la causa palestina, participando en las marchas de apoyo a su causa. En todo el mundo, los propios israelitas admiten que su país ya no es respetado en el mundo -58% contra 39% que sí- según una encuesta en 24 países (Pew Research, 3/6/25).
El actor judío Wallace Shawn expresa su desazón sobre lo que está haciendo Israel diciendo que “la maldad no podría ser mayor (…) es una maldad mayor que la que cometieron los nazis (y) si otro judío no ve las cosas como yo, pertenece a otro universo” (K. Harper Show).
El historiador Pappé, citado arriba, se refiere a esta disonancia cognitiva en términos más duros: "Cuando se trata de Israel, algunos académicos, periodistas y políticos bien informados, sofisticados y elocuentes en otras cuestiones repiten como loros el guion israelí (…) y están dispuestos a degradarse como pensadores para satisfacer a un Estado que comete genocidio a diario".
Es difícil imaginar una contradicción mayor a que los propios judíos lleguen a decir que lo que está haciendo Israel es peor que lo que hicieron los nazis. Estas no son meras diferencias de opinión; es una fractura que corta hasta el corazón mismo de la identidad judía. Que la tierra prometida se haya convertido en un Estado genocida comparable a la Alemania nazi es una pesadilla surrealista convertida en realidad.
Ante el daño de esa fractura, son los propios judíos sensatos los que deberían encabezar el esfuerzo de evitar que se asocie a los judíos del mundo con lo que comete el Estado de Israel, pero defensas cerradas como las de Iberkleid o las alegaciones de que cualquier crítica a Israel es expresión de antisemitismo van en sentido contrario.
Me parece que se equivocan quienes creen que su obligación como judíos es defender a Netanyahu a como dé lugar. Como dice Avi Shlaim en la entrevista citada, “como judío, siento el deber moral de apoyar y hablar por el pueblo palestino y todos los judíos tienen el deber moral de estar con los palestinos”. El deber moral al que se refiere este eminente historiador es estar con la verdad, la humanidad y la justicia.
Jorge Patiño es escritor.