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Sin embargo | 04/07/2025

De la decadencia del humor boliviano

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

A las muchas decadencias que sufre hoy el país se suma la del humor político; fenómeno que no podríamos atribuir al masismo, al menos no directamente. Todo lo contrario, si fuéramos más capaces de reír y hacer reír cuando la realidad nos quiere hacer llorar, deberíamos agradecer a los masistas por darnos tantas oportunidades para la sátira, la ironía y el humor en todos sus colores, pero, al parecer, podemos reír de lo que odiamos, pero el desprecio solo genera sarcasmo.

Tenemos muy buenos columnistas, a quienes no les falta inteligencia ni contenido, pero si hacemos un repaso de sus estilos, no encontraremos ahí humor cultivado. Es casi todo gris, empeñado en ser analítico, erudito o verdadero. Esto no es una crítica, pues me incluyo. Nuestros únicos columnistas en cuyo verbo siento alegría son Sayuri Loza y Gonzalo Chávez.

Ya no tenemos el humor hualaycho (tampoco está en el DRAE) de Paulovich ni el fácilmente venenoso del Ficho, y a la sección entomológica de este medio, que sin duda tuvo sus buenos días, ya le chorrean las alas. Cuando la vena se acaba –¿a quién no le pasa?–, el humor no sale ni con tirabuzón.

No soy de los animalistas que cree que los perros deben tener beneficios sociales por tiempo de servicio, pero algo de insectalista debo tener, pues creo que cuando la probóscide de un anófeles ya no pincha, el bichito debe jubilarse. Hay sabiduría detrás de ese hexápodo, ¿por qué no aprovecharla mejor?

Han desaparecido también, algunos humoristas de palco, como el Tralalá o David Santalla con su tía Engracia, versión boli del humor popular del Chavo del ocho, pero según me dicen, han sido sustituidos por otros grupos que hacen shows y stand ups. Lo poco que he visto en videos me parece facilón, pero mis gustos no tienen por qué ser una medida a tomar en cuenta.

En el ámbito político, solíamos repetir chistes que les colgaban a los personajes del poder. “¿Has oído el último? Dice que reconocen a Jaime Paz porque entra a una ferretería y pide pan”; “que cierto movimientista llega tarde a su casa y, despertado por el ruido, su hijo grita ladrón, ladrón. Será ladrón, contesta su madre, pero es tu padre”; “que Pereda dirige la vista al techo cuando le dicen que para que entre la llave tiene que ser con los dientes hacia arriba”, y otros de jocosa memoria.

En generaciones pasadas, las personas solían recitar poesía en sesiones vespertinas. Las gentes se sabían de memoria largos poemas y solían declamarlos, algunos de manera memorable. Cuando esa costumbre fue muriendo, se pasó a la de contar chistes. Ahora, en lugar de chistes, circulan memes y videos en Tiktok. Contar chistes es una forma de declamación, donde se exhibe un arte histriónico. Había contadores estupendos, de hacer desternillar de risa a toda la concurrencia.

El humor es un género literario creativo que tiene dificultades similares a la poesía, pero mientras la poesía aspira a lo universal, el humor se alimenta de lo particular. Podemos apreciar poemas del Rumi, Rimbaud, Sappho y Basho con poca pérdida, aunque no conozcamos sus lenguas, pero hay chistes que no atraviesan fronteras culturales. Había que haber estado en Bolivia en ese momento para entender el chiste que acabo de recordar sobre Jaime Paz. No es que ese chiste o el de Pereda sean buenos; todo lo contrario.

Se dice que el humor es la revancha del pueblo contra el poder. Pero aquí y ahora, los amargados contra la supuesta dictadura y la innegable corrupción masista no se cobran esa revancha con humor sino con insultos. Tal es el desprecio de los columnistas de este medio por los personajes del MAS, que no se sienten obligados a envolver sus ataques en la sutileza afilada del humor. Es el insulto duro y pelado lo que prima. Bueno, el estupro y la trata no dan para chistes; es cierto.

El humor es algo muy serio; en el que se cruzan sicología, literatura, sociología y antropología. Sobre la cuestión han escrito Freud y Bergson, y todavía lamentamos la pérdida del tratado que le dedicó Aristóteles. Es también un ingrediente esencial de la alegría del buen vivir, y en las fiestas la gente se sigue riendo de todo tipo de ocurrencias, pero para contar un chiste tarijeño hay que hacerlo con tonadita; con acento francés es otro cuento.

El humor es un fenómeno cultural cuyos códigos responden a contextos culturales y esquemas histriónicos que encuentran ecos en varias culturas mostrando sus semejanzas. Hay humor que viaja bien y solemos adaptar los chistes que se les cuelgan a los políticos en otras partes porque hay elementos de resistencia al poder que son universales. Que podamos reírnos de un chiste que se contaba en la época de Sócrates –“Doctor, todas las mañanas me duele la cabeza una hora después de despertar. Bueno, despierte todos los días una hora más tarde”– produce la suave satisfacción de sentir que tenemos más en común con un griego antiguo que con ciertos gringos de hoy.

Me presto otro ejemplo; este de Marruecos: “Arce sobrevolaba una región del oriente afectada por los incendios y le dice a su edecán que quiere tirar su reloj de oro para hacer algo por la gente afectada. Pero con eso solo ayudará a uno, le responde el edecán. Si salta usted, se alegrarán todos”. Este chiste pertenece a una familia de los que crean una situación absurda para darle una salida que, al sorprender en su lógica aparente, causa la risa.

A Milei no le cuelgan chistes porque el payaso es él, aunque sus medidas están por el momento haciendo llorar más que reír. A Stalin nadie se animaba a colgárselos, para no terminar como Mandelstam en Siberia por componerle una oda satírica, que Dzhugashvili nunca perdonó.

Hay chistes de los que solo se ríen los alemanes y chistes gringos y colombianos. Chistes sobre abogados, tarijeños y polacos; humor negro y juegos de palabras; fuente inagotable de elegancia y risa. “¿Vino blanco el señor? No, son los precios”. Están la risa y la sonrisa, la broma, la burla, la chacota y la delicada ironía.

Hay también el humor boliviano del estilo Coco Manto, “Saliendo nomás paras”, y Rocha Monroy nos ha dejado una colección de ese en su Critica de la sazón pura. Sería muy revelador un estudio sistemático de nuestros chistes populares. A veces se ríe por timidez. Lo hacían más las quinceañeras y una cholita cuando le tiran piedritas; no lo entiende una feminista gringa y una antropóloga italiana sonríe.

“Jesusito, Jesusito, tráeme la honda que esa paloma está otra vez rondando a tu madre”, dicen que suena más gracioso en quechua, pero es también una variante de un tema universal, recitada, por ejemplo, en México y antes quizá en Palestina, cuando la cosa estaba para bromas.

La media sonrisa es enigmática, la sonrisa franca embellece, la carcajada afea. La gama del humor es grande, pero es siempre un ingrediente saludable de una cultura cuando no contribuye a perpetuar prejuicios, como los chistes misóginos, racistas y homofóbicos, que poco a poco la gente está aprendiendo a no repetir. Con el tiempo dejarán de ser motivo de risa, incluso entre trogloditas.

La inteligencia artificial no se ríe. Cuéntale a Chat GPT un chiste y quizá reconozca los códigos que hacen que eso que le dices pretende ser jocoso, pero no se reirá. “Como no experimento emociones ni pertenencia cultural, a mí las cosas no me parecen chistosas como a los humanos”, me aclara la máquina cuando se lo pregunto. Si se ríe, está fingiendo.

Un personaje de E la nave va -la película de Fellini-, la princesa ciega Lherimia, decía que oía el color de las palabras. En un ejercicio de similar sinestesia, haga el lector el intento de atribuir color a la voz de los textos de nuestros columnistas y verá cómo dominan los tonos del gris, del gris tedioso al gris nubarrón, del amargado al iracundo, del profesional al desatinado, el gris también tiene su gama de emociones.

Que sean tan pocos nuestros columnistas con humor, dice mucho de nuestra gravedad colla que evita juntar el análisis y la picardía, la seriedad y el humor, creyendo que son inmiscibles. En saberlos combinar hay un arte que cultivamos cada vez menos en estas alturas.

También se dice que el humor es un mecanismo de defensa. No sé si es el más efectivo, pero cuando la ocasión lo pide, es con seguridad el más agradable. Esto ya sería razón para preguntarse por qué no lo usamos más.

Jorge Patiño es matemático.



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