En ambos casos gana el intelecto del estatus, aun si la vanidad, ese genuino motor de la historia, deja algún subproducto libresco atractivo. Al menor descuido, se acaba en uno de esos bandos.
Prevenido de esas tentaciones, leí en la Obra Completa de Zavaleta los artículos de su fase movimientista, cuando fue ministro del Paz Estenssoro de los años 60, en gresca con la izquierda. Se comprende que Zavaleta apuntase que Ostria Gutiérrez, el diplomático “rosquero”, fuera un “conocido comerciante de difamaciones”; en el periplo de Zavaleta suena incontinente y desmedido, pero no desafina ideológicamente. Aunque llamar “desertor del MNR” a Walter Guevara encaja en el panfletario, no en el pensador.
Menos armónicas con cómo resultaron las cosas al final son sus afrentas a Marcelo Quiroga: “intelectual rosquero”, “joven intemporal y reaccionario”, “hijo del gerente de Simón I. Patiño” y “a Quiroga le resulta insoportable la existencia de una masa revolucionaria”.
Marcelo aún no se mudaba visiblemente a la izquierda (ni era aún candidato de la Comunidad Demócrata Cristiana que integró FSB), pero incluso cuando lo hizo no dejó de ser hijo de quien era, lo que era una mancha para el sulfuroso Zavaleta.
Quizá un cenáculo zavaletiano podría iluminar, a la luz del Zavaleta comunista, su acre retrato del dirigente minero Irineo Pimentel en 1963, con el pazestenssorismo en guerra contra el sindicalismo minero. Zavaleta dice que Pimentel era “un marxista que tiene la gran desventaja de haber leído poco a Marx” o, peor, “el hombre no es pobre. Pero pesan sobre él graves acusaciones (…) no ha rendido cuentas de millones y millones…” Para rematar, en un sabroso relato de las últimas horas del gobierno en 1964, Zavaleta cuenta que Víctor Paz los dejó a él y a Guillermo Bedregal a cargo del Palacio. Zavaleta se alineaba -sin dudar o con reservas- con los del Plan Triangular hostil a la izquierda y la Federación de Mineros.
Un artículo de 1968 explica algo de dónde venía la vena fustigadora de Zavaleta. Allí declara que su mejor amigo era el “chueco” Céspedes, el corrosivo literato del nacionalismo, quien en los años sesenta todavía polemizaba para que la objetividad en la historia sea abolida por el espíritu partisano. Nada de mojigaterías, la historia está para justificar la línea revolucionaria.
Sería pues poco deportivo reprochar al Zavaleta marxista los escritos de su frenesí movimientista, aunque entre el Paz de los 60 y la Asamblea Popular medien solo siete años, con un Zavaleta ya embalado en el marxismo en boga. Pocos articulistas se salvarían del rubor de aclarar sus tesis o amores del pasado, a veces inmediato, como nos consta variadamente hoy.
A la vez, como escritor de culto, Zavaleta sacó barato su pasaje del furibundo pazestenssorismo al marxismo de academia o acción. Al seguir la vida política de Zavaleta, antes que sus argumentos y su hechicera prosa, luce como si sus juicios persiguieran los hechos, a ratos para interpretarlos, pero otros para justificar nomás sus banderas, según mutaban.
Por supuesto que no excluyo el cambio debuena fe de su tendencia, pero tal vez se trate igualmente del mal de los intelectuales y la política. Los artículos de Zavaleta alertan del riesgo de los ardores y las invectivas. Abundan los que sudan por escrito sus pasiones hoy, para machacar mañana con ideas o fobias opuestas o flamantes, a tono con la nueva circunstancia y, ¡ay!, con el papel central al que aspiran. Leer en esa clave a escritores y publicistas ayudaría a filtrar cuánto hay en su obra de hallazgo intelectual y cuánto de mero proselitismo o coartada.
Gonzalo Mendieta Romero.