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01/10/2019
Vuelta

Reacción y revolución

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.
El título de este análisis posiblemente sea algo presuntuoso, pero sirve para establecer algunas diferencias de “época” que, con certeza, ubican a los revolucionarios de antes en la reacción de hoy.
En un mundo de nuevas banderas, donde los viejos símbolos del cambio han sido definitivamente sustituidos, también los liderazgos anclados en la tradición del discurso de izquierda están en la cornisa del olvido.

No es necesario realizar estudios muy profundos para advertir, por ejemplo, un viraje en la orientación política de los más jóvenes, motivado sobre todo por la aparición de causas que han comenzado a echar raíces firmes, como el cuidado del medioambiente, la defensa de los animales y el respeto a los derechos de subculturas que proliferan como islas dentro del tejido social.

En ese marco, la antigua disyuntiva entre las derechas y las izquierdas, además de simplista, solo es funcional al interés de quienes apuestan por la polarización entre esos extremos como la vía para aspirar o sostenerse en el poder, pero ya no ejerce ninguna seducción sobre la piel de quienes tienen nuevas preocupaciones, muy distantes y distintas de aquellas que marcaron legítimamente otras agendas generacionales.

Cuando el cambio llega, alentado por esos y otros temas de enorme relevancia, como la radical influencia de la creciente conectividad y el acceso a las nuevas tecnologías de información y comunicación, es muy difícil que las consignas del pasado prevalezcan y mantengan su efecto político.

En el paisaje que define las elecciones del próximo 20 de octubre se observa que las fuerzas en pugna no representan del todo la emergencia de las aspiraciones de la generación que nació a fines del siglo pasado y principios del nuevo milenio.

Para quienes tienen hoy tienen entre 18 y 22 años, los nuevos votantes, la iconografía política tiene nuevos protagonistas, que van desde emprendedores exitosos, en rubros diversos y no relacionados con la gran empresa tradicional, expertos en tecnología y desarrolladores de aplicaciones e incluso aquellos que han descubierto en la gastronomía un espacio de futuro. 

Lo anterior, sumado, claro, a los que representan la lucha mundial contra el cambio climático. Líderes generaciones, casi adolescentes, que desafían al mundo con posturas que ponen en entredicho el futuro de cualquier modelo o sistema en un mundo amenazado por el calentamiento global y sus secuelas dramáticas.

Ese nuevo discurso, salpicado de temas que no son abordados por las organizaciones políticas de cara a las próximas elecciones, es el que posiblemente nutre la posición de los jóvenes que, en su mayoría, parecen refugiarse todavía en el casillero de los indecisos.

Frente a la “insurgencia” de los nuevos temas y preocupaciones regionales, 14 años después, el MAS ha dejado de representar la posibilidad del cambio. Por el contrario, su absoluto divorcio de las inquietudes ambientales y su apuesta por un modelo de “mercantilización” de los bosques, ha determinado que se presenten situaciones de devastación como la que afecta hoy a la Chiquitania.

Lo mismo ocurrió hace pocos años con la insistencia gubernamental por atravesar con una carretera el TIPNIS, sin otro argumento evidente que no sea el de extender las áreas de cultivo de coca hacia los parques nacionales.

La situación que enfrenta el partido de gobierno, suma de movimientos que hace 14 años sustentaban posiciones “progresistas”, es la misma que enfrentaron los partidos del sistema tradicional que, entre 1985 y 2002, solo 17 años, defendieron el mercado, un ciclo que comenzó a agonizar en abril del 2000 y que se agotó hacia fines del año 2003.

La realidad no es muy distinta para una oposición que es un reflejo, desde la vereda crítica, del propio gobierno, lo que de alguna manera impide que su discurso sea verdaderamente de renovación y cambio, por temor quizás a representar una ruptura con un esquema que todavía goza de algún respaldo.

Más allá de cuál sea el resultado de las elecciones del 20 de octubre, incluso si es favorable a Evo Morales, la presión por el cambio frente al agotamiento del modelo impuesto por el gobierno hace 14 años, seguirá creciendo en medio de otros síntomas de desbalance económico que comenzarán a marcar la transición obligada hacia una inevitable gestión de crisis.

Entre la reacción y una revolución cuyos nuevos protagonistas no necesariamente han saltado al escenario de las definiciones políticas, Bolivia ingresa a un momento histórico diferente. La sorprendente apatía que ha sido característica del proceso electoral es tal vez la señal para descifrar y aproximarse mejor a la comprensión de lo que viene.



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