Encontrándonos por primera vez en los prolegómenos de una segunda vuelta y a pesar de que “el horno no está para bollos”, la pueril discusión política se ha reducido a una situación casi banal: quien es el más MAS. Y claro, entre dimes y diretes, está claro que al existir solo una silla presidencial y unos deseos inconmensurables de ocuparla, los candidatos ya no reparan en nada con tal de coronar el objetivo.
Quizás, ingenuamente, esperábamos algo más de nivel en la confrontación dialéctica, al parecer fue mucho pedir. Pero, a pesar de lo que hacen y dicen los candidatos, la crisis múltiple sigue ahí y empeorando todos los días. Que los ánimos de la población estén reprimidos solo representa una tensa calma; vale decir, es una bomba de tiempo en cuenta regresiva.
Probablemente el electorado se contiene dado que ha “fetichizado” la llegada del nuevo gobierno, de tal manera que, al día siguiente de asumir, independientemente de quien gane, se abrirán las válvulas de escape que ahora mismo están al límite de su resistencia y a punto de colapsar.
Se sobreentiende que el interés colectivo trasciende las nimiedades. De hecho, lo que realmente está pegando fuerte es ver cómo, día a día, nuestro dinero vale menos (crisis), porque en realidad no es que las cosas están subiendo aceleradamente de precio (inflación), lo que sucede en “stricto censu” es que el valor de la moneda se está depreciando escandalosamente. Y como no producimos casi nada e importamos casi todo, por qué debería entonces sorprendernos que muchas cosas se han casi duplicado en sus precios (dado que la divisa en el mercado paralelo está casi al doble del tipo de cambio oficial), amén de la escasez de la gasolina y el diésel.
Pero la disputa se perfila por otro eje: quién es el más funcional al masismo/evismo. En este punto hagamos un parteaguas. Si por alguna razón a alguno de los candidatos se les ocurre pensar que están recibiendo adhesión popular por sus bienintencionados deseos, se están adentrando en una peligrosa vorágine. El MAS fue una estructura de matriz sindical, llamadas cándidamente organizaciones sociales. Son sindicatos cohesionados y funcionan en base a coerción y disciplina; vale decir, son ejércitos con disciplina “cuasi” militar, vida orgánica permanente, altamente eficientes y escasamente democráticos, y, de “yapa”, muy violentos.
No se engañen, la sigla del MAS está casi extinta, pero los sindicatos están intactos. En la vida sindical disentir con la jerarquía dirigencial es tomado como una afrenta; no es un acto de heroísmo, sino una triste inmolación, y el castigo viene en las peores formas, desde la integridad física, afectación patrimonial, destierro y proscripción. Por tanto, la obediencia es casi análoga a la esclavitud. Por eso los dirigentes son muy poderosos. ¿Acaso no vemos cómo se movilizan las bases, aun cuando no están convencidas, ni enteradas del contenido mismo de sus luchas?
Hoy te abrazan en campaña convenientemente, pero, a futuro, lidiar con sindicatos, además acostumbrados a vivir en contubernio con el Estado, es extremadamente complejo y peligroso. El MAS erigió el movimiento popular en matriz sindical; no obstante, su llegada al poder (2005) coincidió con las mejores condiciones económicas nunca antes vistas. De hecho, desde la fundación de la república Bolivia nunca tuvo tanto dinero. Esa situación permitió a los sindicatos vivir en simbiosis con el gobierno que, en realidad, fue el verdadero ente matriz, reduciendo a la COB a una insignificante representación simbólica. La estabilidad, paz social y apropiación corporativa en clave sindical coincidió con un momento de efervescencia popular llamada “proceso de cambio”. Fue sostenible porque había mucha plata, muchísima plata, pero muy poca convicción.
Ahora, las cosas son radicalmente diferentes. Primero, el futuro Presidente, por mucho que tenga el mejor deseo de gobernar en sintonía con lo popular, tiene como punto de partida una limitante: no es uno de ellos (como lo fue Evo Morales) y siempre será visto con celo y desconfianza. Segundo, la dirigencia sindical es prebendal, mientras haya “colque” habrá fidelidad; empero, ahora mismo las arcas están vacías, la plata literalmente se esfumó.
Tercero, el apoyo de los sindicatos es efímero y raquítico, para mantenerlo siempre exigen más, llegando al punto de la extorsión. Cuarto, no les importa en esencia nada vinculado a lo social, de hecho, mientras peor estemos, más se legitiman en las bases, porque engañosamente tienen justificaciones evidentes para mantener en apronte a los desdichados.
En síntesis: tengan cuidado, en campaña es hermoso recibir aluvión de guirnaldas, sonreír y besar, bailar y comer, abrazar y prometer. Cuando acabe la fiesta aparecerá el “monstruo de mil cabezas”. Perdió su sigla, pero está en proceso de metamorfosis. Un sindicalismo democrático por supuesto que es positivo, pero un sindicalismo extorsivo, violento y antidemocrático es un peligro latente. Repito: tengan cuidado.
Franklin Pareja es politólogo.