El evento Bolivia 360 llevado a cabo en Harvard hace algunos días ha despertado susceptibilidad, curiosidad y toda clase de reacciones esperables de nuestra sociedad siempre alerta a las formas y no al fondo. Yo estuve allí con el buen ánimo de escuchar las voces del autor de “Cómo mueren las democracias” (Steven Levitsky) y de otros especialistas reconocidos. En efecto, se desarrollaron paneles con muchos datos que tomaban en cuenta las diferentes aristas económicas del país: balanza de pagos, inflación, agroindustria, energéticos, etc. etc., muy ilustrativos de la penosa realidad económica nacional que vivimos. Tampoco la información fue totalmente novedosa ya que en Bolivia economistas como Daniel Agramont, de la FES en La Paz, o Carlos Aranda, de POPULI en Santa Cruz, han llevado a cabo el mismo trabajo con iguales resultados alarmantes.
Después de la intervención de los expertos de Harvard se armaba un panel con expertos bolivianos que expresaban su conformidad u oposición con respecto a los datos y añadían también sus puntos de vista e impresiones a partir de sus investigaciones. Dos de ellos, a quienes sigo desde hace tiempo son Gonzalo Chávez y Álvaro Ríos, que expusieron las ideas que suelen presentar en entrevistas, columnas y textos. La cabeza del equipo Ricardo Haussman escuchaba con atención los aportes de los especialistas bolivianos.
Intervinieron dos expresidentes de la región, Iván Duque, de Colombia y Mauricio Macri, de Argentina, además de la líder venezolana Corina Machado; los tres contaron sus experiencias como parte del ejercicio que se dio para comparar el modo en que se habían manejado las crisis en Latinoamérica en lo que va del siglo. En paralelo, los candidatos bolivianos asistentes expusieron pequeños programas de gobierno a lo largo de los dos días del evento.
En medio de ello, se presentaron unos jóvenes aymaras de Oruro, que mostraron un documental, hablaron de su trabajo limpiando el lago Uru Uru y denunciando la contaminación del Poopó a causa del trabajo de la mina Inti Raymi; en la sala estaba el gerente de la mina y hubo un pequeño debate al respecto; para mí fue lo más dinámico del evento porque vimos un careo entre unos y otros, que nos recordó que Bolivia tiene muchos rostros.
En los intermedios se podía charlar un poco más holgadamente; fue divertido ver a los candidatos pelear por sentarse al lado de Claure y sacarse fotos con él esperando que apoye a alguno. En la cena del primer día se sentaron todos en la misma mesa, donde reinó una tensa calma y risas fingidas como de campaña (en ese momento entendí un poco por qué la gente bebe alcohol). No hubo alianzas ni unidad, cada quien comió su plato y se retiró a dormir.
El panel en el que participé fue el último y debía responder si existe viabilidad social y política que le permita al gobierno que asuma el mando en noviembre próximo asumir las medidas estructurales necesarias salir de la crisis, la opinión unánime fue que no. Mendieta, Andrés Gómez y yo ofrecimos un contexto social y político mostrando disensos no sólo entre oposición y oficialismo, sino al interior de los mismos. Así, las pugnas entre Evo, Arce y Andrónico y aquellas entre Tuto, Samuel y Manfred pueden permear la futura asamblea, haciéndola un espacio de bloqueo por vendetta. Coincidimos en que la sociedad tampoco está preparada pues aunque consciente de la crisis, no asume todavía su gravedad ni el tiempo que tomará salir de ella: es como un enfermo a quien le han dicho que le tienen que amputar la pierna y acepta esa posibilidad porque cree que ésta le volverá a crecer.
La expectativa de la reunión de Harvard fue grande en Bolivia. Al terminar el evento, se me ocurrió hacer un live en TikTok para contar los pormenores y tuve una audiencia impresionante, con muchas preguntas y como suele pasar, también con acusaciones de estar vendiendo el país y cosas por el estilo. Parece que nadie quedó indiferente al evento. Con el enfoque pesimista de nuestro último panel, comenté las proyecciones de los expertos y la idea de que no parece haber una salida rápida o fácil a la crisis; sentí la pena y la preocupación de la gente que quizás esperaba buenas noticias, eso me dolió profundamente y me generó una sensación de impotencia que está conmigo hasta ahora.
Hay dos cosas que no me gustaron: la primera, la escasa diversidad de los invitados, no puede ser que a estas alturas sigamos con las corbatas a un lado y los ponchos al otro, pero más allá de eso, faltaron activistas, representantes de la así llamada burguesía chola, mujeres, transportistas, comerciantes y un largo abanico de actores socioeconómicos que además de haber nutrido el debate, habrían tenido ésta como la gran oportunidad para tender los puentes que tanta falta hacen en el país. Es lo mismo con el rango de edades, ¡éramos casi todos viejos arriba de los 40! Y habiendo jóvenes tan interesantes como Natalia Aparicio, que hace poco se ganó los reflectores, es una lástima no contar con sus ideas refrescantes que bien pueden aportar a mirar mejor el país.
Un error que se cometió fue no transmitir en tiempo real el evento, esto llevó a la gente –y con razón– a la susceptibilidad; no puedes encerrarte en una habitación a discutir problemas que atañen a todo un país sin siquiera decirle de qué se trata. Por fortuna, la cobertura de Brújula Digital redujo esa sensación de secretismo. En esta era en la que hasta lo más irrelevante se transmite en vivo, creo que de haberlo hecho y haber accedido a preguntas del público en Bolivia, el evento habría sido más exitoso.
Sé que el evento tendrá una periodicidad anual y confío en que estas falencias pueden subsanarse, ha sido un ejercicio interesante que se ha visto afectado por la polarización que está generando la cercanía de las elecciones (como todo últimamente). Ojalá esto sirva para abrir nuevos espacios de discusión, pero más que todo de consenso, que es lo primero que necesitamos para salir de esta crisis.
Empero, me encuentro terriblemente pesimista y aunque deseo con todas mis fuerzas equivocarme, mucho me temo que no podremos evitar tocar fondo. Prepárense pues para la inmersión.