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Cultura y farándula | 16/12/2025   22:15

Forqué y el gusto cinéfilo

Después de haber visto una o dos veces las 28 películas de la categoría Largometraje Latinoamericano del Año, me queda la certeza del vigor impresionante del cine de nuestra región, con cineastas y propuestas nuevas, erigidas al nivel de cualquier producción destacable de otras regiones.

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Brújula Digital|17|12|2025|

Alfonso Gumucio 

Cada año me toca ejercer como jurado de las películas latinoamericanas finalistas en el Premio de cine José María Forqué, que organiza EGEDA (Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales), una suerte de antesala a los premios Goya de España y a los Platino, que se han convertido en los galardones más importantes de la cinematografía de América Latina y la península ibérica. 

Esta no es la primera vez que el privilegio de ver en mi casa 28 largometrajes latinoamericanos de casi todos los países de la región (dos de Bolivia), me permite reflexionar de manera crítica sobre los mecanismos de preselección y los gustos de los jurados. 

Para quienes no lo saben todavía, esto funciona de la siguiente manera: especialistas en cine de España y de América Latina son invitados a participar como jurados en las diferentes categorías del Premio Forqué, desde sus respectivos países. Esos jurados (creo que entre 20 y 30 en cada categoría), votan por las cuatro o cinco películas que consideran mejores en su respectiva categoría para realizar el proceso de selección de las obras finalistas. En la siguiente etapa, las películas preseleccionadas en cada categoría pasan a manos de otro grupo de jurados que vota según sus preferencias. 

La ventaja de poder ver todas las películas preseleccionadas en todas las categorías (nada menos que 235 largometrajes, 70 cortometrajes y 40 series en 2025), me ha permitido situar mis argumentos en favor de una o de otra en la categoría que me corresponde. Lo que suelo hacer es ver todas las películas latinoamericanas y hacer una lista de mis cuatro o cinco preferidas, antes de contrastarla con las obras finalistas. 

Ya me ha pasado antes: difiero con algunas películas seleccionadas como finalistas, porque considero que hay otras mejores, tal como desarrollaré en este artículo. Pero antes, quiero especular sobre el proceso de preselección de las obras.

Entiendo la intención democrática de elegir a un número importante de jurados de diferentes países, que incluye cineastas, técnicos, críticos de cine, actores, etc. Aunque la selección de jurados pueda ser en alguna medida arbitraria, se compensa con el número (más de 20 en cada categoría), lo cual parece ser una garantía de ecuanimidad. 

El problema es que los jurados no tienen ningún contacto entre sí, simplemente ven las películas y votan. No hay una instancia de discusión, y lo que es peor, no podemos saber si todos los jurados han visto todas las películas de su categoría, o solamente algunas sobre las que ya tenían referencias (y preferencias). 

Tampoco tenemos acceso al mecanismo de verificación de votos: no sabemos a ciencia cierta cuántos votos recibió cada película, cómo se realiza el cómputo ni quién asume la responsabilidad de esa tabulación. 

¿Son realmente las mejores las cuatro películas seleccionadas como finalistas? Por supuesto que allí interviene el factor de los gustos personales, lo cual es legítimo, pero también las vinculaciones de los jurados con algunas de las obras que han decidido apoyar y la “fama” (merecida o no) de películas que han sido presentadas en festivales internacionales como Cannes, y que hace que los jurados las miren con mejores ojos.

Yo no tengo vínculos con empresas productoras latinoamericanas, conozco muy poco a los nuevos cineastas de la región y no me importa si han acumulado premios en otros festivales, pero confieso que en mi lista de intenciones trato siempre de incluir una obra de Bolivia (algo que seguramente hacen otros jurados en sus respectivos países). 

Cuando me llegó el mensaje de las cuatro películas finalistas en la categoría de Película Latinoamericana del Año, no pude sino sentir decepción. Sólo una obra de las que yo habría seleccionado, figuraba entre las finalistas: “Belén” de Dolores Fonzi (Argentina). Las otras tres no figuraban entre mis preferidas, aunque me parecieron interesantes: “La misteriosa mirada del flamenco” de Diego Céspedes (Chile), “La ola” de Sebastián Lelio (Chile) y “Papeles” de Arturo Montenegro (Panamá). Casi todas son coproducciones entre varios países, como se hace ahora con frecuencia, pero para este análisis he tomado en cuenta dónde fueron filmadas y la nacionalidad de los directores. 

Mi lista de películas preferidas, que no llegaron a esta selección que he mencionado, estaba encabezada por una extraordinaria película mexicana filmada en blanco y negro, “Nos nos moverán” de Pierre Saint Martin Castellanos. Esta es la historia, muy bien narrada, de una abogada que a sus 69 años sigue buscando al militar que asesinó a su hermano en la masacre de Tlatelolco en 1968. 

Más allá de la importancia para la memoria por la referencia al episodio histórico, todo en esta obra es extraordinario, y sobre todo las interpretaciones, la fotografía y la edición. La simbología de la paloma blanca y el gato negro parece resumirla de manera magistral, pero es mucho más. 

Dudé bastante, pero puse en el segundo lugar de mi lista a “Zafari” de Mariana Rondón (Venezuela), una fábula distópica que crece a medida que avanza la obra, a partir de un argumento sencillo pero que lleva a una representación de la sociedad en decadencia a partir de una profunda crisis económica y de valores.

No hay aquí una referencia histórica concreta, ni un gobierno al que culpar, porque todo lo importante sucede entre líneas y sin palabras, en torno a un pequeño zoológico de barrio al que ha llegado un hipopótamo. No digo más. 

También hay hipopótamos en “Pepe” de Nelson Carlo De Los Santos Arias (República Dominicana). Más aún, el narrador es un hipopótamo ya muerto, que recuerda su captura en Namibia y su traslado al rio Magdalena, en Colombia. 

Hay claras referencias a la Hacienda Nápoles del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, y a la fuga y reproducción masiva de hipopótamos en los ríos del norte colombiano, pero no es imprescindible conocer esa historia para apreciar esta obra curiosa, extraña por su forma narrativa humorística, con toques mágicos, y sencilla en su producción de bajo costo (aunque incluye filmaciones en Namibia). 

Me gustó también “Lluvia” de Rodrigo García Saiz (México), donde se entrelazan las historias de seis personajes en cuyo vivir cotidiano se produce un evento que cambia sus vidas. No es una narrativa convencional y las historias de los personajes cautivan al espectador por la calidad de las interpretaciones, de la fotografía y de la edición. 

En un registro más clásico de narración están “Belén” de Dolores Fonzi (Argentina) y “La ciénaga entre el mar y la tierra” de Manolo Cruz, Carlos Castillo (Colombia). Ambas son historias guiadas por un profundo sentido de humanidad, la primera directamente política puesto que reconstruye un hecho real que expone de manera crítica: la condena por aborto involuntario de una joven en Tucumán que fue víctima no sólo de un sistema de justicia atrasado e implacable, sino de una sociedad conservadora que permite que esa justicia torcida se haya perpetuado. 

“La ciénaga entre el mar y la tierra” es la historia sobrecogedora de un hombre de 28 años que padece desde niño una enfermedad muscular degenerativa (distonía) y vive permanentemente dependiente de un respirador mecánico, cuidado por una madre empobrecida y envejecida por la responsabilidad de cuidarlo y darle todo el amor y la protección posible. 

Pero todo esto no sucede en un espacio lúgubre, sino en el paisaje lleno de sol de la ciénaga de Santa Marta en la costa norte de Colombia, donde las familias viven en casas de madera montadas sobre soportes de madera y se desplazan en botes.

El mar está a pocos metros, pero la limitación física del personaje (interpretado magníficamente por Manolo Cruz, codirector del filme) le impide llegar. La obra se centra en las relaciones humanas, en el coraje de los personajes y en la aceptación de que en la vida hay situaciones sin solución que hay que vivir con alegría. 

Elegí también “El último blues del croata” de Alejandro Suárez (Bolivia) porque me pareció una obra digna, impecable en su realización, que cuenta la historia de alguien que ya no está allí, a través de las voces de sus amigos cercanos. El muerto no es sino una excusa para desarrollar las relaciones entre personajes que reanudan su amistad luego de muchos años. 

Las interpretaciones de Mariana Bredow y de Pedro Grossman son el eje de esta obra sin grandes pretensiones, pero muy bien narrada. Es también un homenaje póstumo a un músico de origen yugoslavo, Drago Dogan, que realmente existió. 

Añado a la lista de películas interesantes tres documentales muy bien realizados, sobre todo “El extraordinario viaje del dragón” de Kaori Flores Yonekura (Venezuela), donde la realizadora, descendiente de migrantes japoneses, elabora un hermoso relato sobre sus antepasados y su llegada a América del Sur, a través de los álbumes de fotografías de su tío abuelo Yoshitomi, un material de gran valor familiar e histórico 

Más convencionales, “Hijo de tigre y mula” de Annie Canavaggio (Colombia) es un retrato del presidente panameño Omar Torrijos y su empecinada lucha por recuperar los derechos territoriales sobre el Canal de Panamá, finalmente consagrados en los tratados Torrijos-Carter. 

La película incluye imágenes documentales de Torrijos poco conocidas. En mi lista incluyo también como un documental interesante “Bajo las banderas el sol” de Juanjo Pereira (Paraguay), sobre la larga dictadura del general Alfredo Stroessner, también con base a imágenes documentales poco conocidas que el director buscó en archivos de todo el mundo. 

Se me hace que varias de las películas que he mencionado entre mis preferidas no llegaron a la lista final porque son obras que no se beneficiaron del apoyo de grandes productoras o distribuidoras internacionales. Insisto, además: quizás por eso los jurados ni siquiera las vieron, por lo que su preselección fue sesgada. 

En cualquier caso, casi todas las mencionadas me parecen superiores a las chilenas preseleccionadas: “La misteriosa mirada del flamenco” y “La ola” de Sebastián Lelio, la primera bastante inverosímil (una comunidad queer en un aislado campamento minero) y la segunda un pretencioso musical sobre el movimiento feminista en el campus de una universidad elitista. 

Después de haber visto una o dos veces las 28 películas de la categoría Largometraje Latinoamericano del Año, me queda la certeza del vigor impresionante del cine de nuestra región, con cineastas y propuestas nuevas, erigidas al nivel de cualquier producción destacable de otras regiones. 

Colofón: Pues bien, este sábado 13 de diciembre de 2025, después de haber escrito todo lo anterior, fueron entregados los galardones, en todas las categorías, de la Edición 31º de los Premios José María Forqué, en el Palacio Municipal de la Institución Ferial de Madrid (IFEMA). 

En la categoría de Mejor Largometraje de Ficción ganó “Los domingos” de Alauda Ruiz De Azúa, un filme interesante, pero a mi juicio nada extraordinario. En la categoría Mejor Largometraje de Animación ganó “Decorado” de Alberto Vázquez, un filme con contenido social pero tampoco impresionante técnicamente. 

En la categoría de Mejor Película Latinoamericana del Año (de la que soy jurado), eligieron a la argentina “Belén” de Dolores Fonzi, que estaba en quinto lugar en mi lista, pero que me parece superior a la mejor película española premiada. 

En la categoría Mejor Largometraje Documental se premió a “Flores para Antonio” de Elena Molina e Isaki Lacuesta, y en la categoría Mejor Serie de Ficción a “Anatomía de un instante” de Alberto Rodríguez, sobre el golpe de del teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, que pistola en mano entró en las Cortes de España el 23 de febrero de 1981. 

Los misterios de los jurados son insondables, sobre todo –como he señalado antes– porque son raros los que se comprometen con disciplina a visionar con espíritu crítico todas las películas de su categoría (y de otras categorías, como suelo hacer por el puro placer). 

De cualquier modo, la oferta de cine español y latinoamericano es cada año mayor en número y en calidad. No tenemos excusa para no ver tantas obras magníficas. Muy pronto, el 28 de febrero de 2026, diremos más con motivo de los Goya (219 largometrajes españoles y 15 latinoamericanos), y de los Premios Platino (XIII Edición, 9 de mayo de 2026 en la Riviera Maya), que ratificarán (o no) los resultados de los Premios Forqué. La fiesta del cine es continua. 

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta.



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