La Universidad Pública de El Alto (UPEA) cumple 22 años de autonomía plena con grandes logros; sin embargo, en las últimas semanas, la UPEA ha vuelto a ser protagonista de una vieja función: la del escándalo fabricado.
Una serie de injurias en las redes, tan absurdas como previsibles, se ha propagado con sorprendente entusiasmo por parte de tres curiosos grupos: estudiantes que no estudian, egresados que no logran titularse y un supuesto exrector que jamás ocupó el cargo. En otras palabras, un tribunal de autoproclamados jueces académicos que, sin expediente ni méritos, dictan sentencias desde el cómodo podio de la desinformación.
Lo verdaderamente llamativo es que los más indignados con los logros de la UPEA son precisamente quienes menos han contribuido a él. Tal parece que su sueño dorado es regresar a los años de la inestabilidad romántica, cuando las autoridades eran interinas, el caos era la norma y la improvisación se disfrazaba de participación. Aquellos tiempos en que los cargos duraban tres meses y las decisiones tres días, parecen haber dejado en algunos una nostalgia entrañable por el desorden. Quizás porque en el ruido todos podían fingir ser importantes.
Los que llevamos más de una década respirando el aire de esta institución sabemos de dónde venimos, qué batallas dimos y qué transformaciones hemos visto nacer. Los avances recientes no son materia de discurso ni de propaganda: son hechos verificables, visibles y, para quien quiera ver, innegables.
Considerando los criterios más habituales con los que se mide el desempeño universitario –calidad académica, pertinencia y actualización de los programas de estudio, impulso a la investigación e innovación, solidez en infraestructura y recursos educativos, y esa siempre invocada “vinculación con el mercado laboral”– , la Universidad Pública de El Alto ha protagonizado un ascenso tan sorprendente en el ranking de universidades del país.
En 2020 ocupaba el puesto 43 a nivel nacional; hoy, en 2025, figura entre las 15 mejores universidades del país, y no en cualquier lugar: en el puesto 12, nada menos. Se trata de un salto cuantitativo y cualitativo que difícilmente puede atribuirse a la suerte o al azar estadístico.
Detrás de esa mejora hay una combinación poco frecuente: trabajo sostenido, autocrítica institucional y una obstinada voluntad de superación. Este logro tiene un mérito indiscutible: demostrar que incluso en un país donde los presupuestos flaquean y la educación pública suele sobrevivir más por fe que por financiamiento, todavía hay universidades capaces de convertir la esperanza en política institucional. Porque si algo ha probado la UPEA, es que los milagros educativos existen, siempre que haya alguien dispuesto a trabajar por ellos, aunque sea sin aureola.
En lo que respecta a infraestructura, la transformación de la UPEA es tan visible que ya no requiere discursos para ser notada. Cada carrera cuenta hoy con su propio edificio, equipado con aulas espaciosas, laboratorios modernos y ambientes diseñados para el aprendizaje, no para la supervivencia. Aquello que hace apenas unos años parecía un sueño plasmado en planos y promesas, hoy se levanta en concreto, acero y convicción académica: un campus que respira conocimiento y ya no polvo de construcción.
Las condiciones actuales permiten que los estudiantes aprendan, investiguen y produzcan saber en entornos dignos de una universidad del siglo XXI. Sin embargo –porque siempre hay un “sin embargo” en toda historia boliviana– todavía quedan quienes se resisten a dejar atrás sus viejas costumbres formativas: esos nostálgicos de la protesta perpetua que dominan el arte de la pancarta con más soltura que el manejo del microscopio o la bibliografía. Pero no hay que ser duros con ellos; en toda institución moderna hay quienes prefieren especializarse en consignas antes que en contenidos, y la UPEA, democrática como es, también les da espacio… aunque ya no tanto protagonismo.
En materia de formación profesional, las cifras resultan mucho más elocuentes que cualquier tertulia de pasillo. En 2008, apenas 125 estudiantes lograron titularse; y, para 2011, la cifra ascendió a 541. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión se dio en 2024, cuando nada menos que 4.754 nuevos profesionales recibieron su título, un récord que no solo marca un antes y un después en la historia de la UPEA, sino que también demuestra que la perseverancia institucional puede ser más productiva que la crítica ociosa.
Este crecimiento exponencial no es fruto del azar ni del rumor, sino del trabajo sostenido de autoridades, docentes, estudiantes y administrativos que, contra viento y prejuicio, decidieron que la excelencia no debía ser patrimonio exclusivo de unos cuantos. Aunque, claro, siempre quedarán aquellos espíritus nostálgicos que prefieren criticar sin fundamento, especialidad muy boliviana donde abundan los egos y escasean los argumentos.
El progreso en materia de acreditaciones académicas merece, sin duda, un reconocimiento especial. Desde 2023, un total de 24 carreras de la UPEA cuentan con la acreditación del Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana (CEUB), y las proyecciones para 2026 anuncian un logro aún mayor: la acreditación plena de todas sus carreras.
No es un detalle menor si se considera el esfuerzo institucional, administrativo y humano que ello implica. Aún más relevante es el caso de la Carrera de Medicina, que ha obtenido el codiciado reconocimiento internacional del MERCOSUR, elevando el nombre de la universidad alteña más allá de las fronteras nacionales y demostrando que la excelencia no siempre necesita código postal privilegiado.
Claro está, no todos celebran estos avances. Hay quienes encuentran en la descalificación una forma más económica –y menos trabajosa– de participar en el debate académico. Para ellos, desacreditar parece ser una vocación más firme que la de acreditar: un deporte nacional practicado con esmero por aquellos que confunden la crítica con el resentimiento ilustrado.
En materia de democracia universitaria, la UPEA ha logrado avances que vale la pena destacar. Las elecciones periódicas aseguran que las autoridades surjan de la voluntad explícita de la comunidad académica, y no de la fuerza de los rumores ni de la romántica nostalgia por el caos que tanto se confunde con participación. Lo que antes se percibía como un lujo lejano –la estabilidad institucional– hoy se ha convertido en una práctica casi rutinaria, un hábito saludable que permite que la universidad funcione más con proyectos y menos con escándalos.
Por supuesto, siempre habrá quienes extrañen los viejos tiempos, esos gloriosos días de intrigas y comités fantasma, cuando cualquier decisión parecía depender más de la opinión del pasillo que del voto formal. Pero para la UPEA, la lección es clara: la democracia no solo se ejerce con boletas y urnas, sino también con constancia, reglas claras y un mínimo de sentido común. Y mientras algunos se aferran al mito del desorden creativo, la universidad demuestra, con elegante firmeza, que el orden puede ser mucho más productivo.
Y frente a este panorama, casi podría entenderse la incomodidad de algunos. No todos saben qué hacer cuando las cosas empiezan a funcionar. Los estudiantes que no estudian, los egresados que no se titulan y el falso rector que nunca fue rector, parecen sentirse desorientados ante una universidad que avanza sin pedirles permiso. Acaso teman que una institución ordenada les deje sin escenario para su drama favorito: el del conflicto perpetuo.
La UPEA no es perfecta –ninguna universidad que crece lo es–, pero su rumbo es firme y sus logros son concretos. Mientras algunos insisten en reciclar viejos discursos de victimismo y desinformación, la institución sigue avanzando en el ranking de universidades, construyendo aulas, titulando profesionales, acreditando carreras y demostrando que el trabajo constante vence siempre al ruido pasajero.
Porque si algo ha demostrado la UPEA en estos 22 años de autonomía plena es que puede resistir tempestades por las redes, egos inflados y nostalgias tóxicas. Lo que no puede –ni debe– es retroceder. La historia lo ha dejado claro: los grandes logros incomodan a quienes viven mejor en el pasado.
Eduardo Leaño Román es director de Ciencias Políticas de la UPEA.
05/11/2025
22/10/2025
08/10/2025
24/09/2025
10/09/2025
27/08/2025