La semana pasada, Potosí estuvo de fiesta porque la Unesco comunicó oficialmente que aceptó incluir a la festividad de Ch’utillos en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Se trata de la segunda inscripción para la Villa Imperial; la figura central de la celebración fue la ministra de culturas, Sabina Orellana.
Muchos trabajaron para ese logro, pero Orellana no estuvo entre ellos. El personal de su Ministerio, encabezado por el director general de patrimonio cultural, Gonzalo Vargas, encabezó el grupo ministerial que realizó los trámites finales y guió a los potosinos en el llenado de formularios y cumplimiento de normas.
El trabajo para esta nueva inscripción comenzó hace muchos años, cuando numerosos potosinos nos dedicamos a investigar los orígenes de la festividad y a inventariar sus componentes. En la fase final se organizó un comité con un centenar de instituciones integrantes, de las que trabajaron menos de cinco.
Esta semana crucé la frontera junto a una delegación de la Alcaldía de Potosí para dar a conocer, en Puno y Juliaca, el origen de la empanada llamada “salteña”. Se cumplió con esta gestión en virtud a que la Ley Municipal No. 155 de Potosí impone la defensa, resguardo y promoción de ese alimento.
Lo que encontramos fue dos ciudades convencidas de que la “salteña” había nacido allí, igual que danzas como la morenada, diablada y tinku, que han estado presentando como propias. En sus calles hay máscaras de diablos y las tiendas de recuerdos ofrecen miniaturas, poleras y variedad de artículos promocionando esas danzas como peruanas. ¿Qué hizo la ministra Orellana para evitar ese evidente robo de nuestro patrimonio? ¡Nada! Es más… cuando se reunió con su par peruana, Gisela Ortiz, en octubre de 2021, acordaron acciones conjuntas, pero no abordaron el tema del robo del patrimonio cultural boliviano.
La ministra boliviana de Culturas solo saltó a la palestra para protestar contra un congresista del Perú, cuando este llamó “mantel de chifa” a la wiphala. Como sabemos, el MAS ha convertido a esa bandera en su símbolo partidario.
Pese al cargo que ocupa, Orellana jamás protestó por la apropiación del patrimonio boliviano. El 12 de diciembre recién pasado, en el despacho del alcalde de la Municipalidad de San Román, Óscar Cáceres Rodríguez, le resumí lo que sabía sobre la diabalada, morenada y el tinku, subrayando su origen boliviano. Se lo dije persona a persona, sin el protocolo fácil de la correspondencia oficial entre altos funcionarios. Tal vez no sirva de nada, pero por lo menos me iré a la tumba sabiendo que hice más que la ministra cuya principal habilidad parece ser aparecer en publicaciones oficiales para adjudicarse logros ajenos.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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