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Sin embargo | 02/05/2025

Los tibios no irán al cielo

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

En las dos últimas semanas han muerto dos grandes latinoamericanos: Mario Vargas Llosa y el Papa Francisco. Ambos habían llegado a la cúspide de las trayectorias que eligieron para sus vidas. Hay otras similitudes entre ellos y hay diferencias. Mientras que la partida del escritor no cambia nada porque sus libros seguirán disponibles y su última producción hacía temer que lo mejor estaba en el pasado, la muerte del Papa tiene un impacto significativo en el futuro de la Iglesia católica.

Aunque son más los católicos en el país que los que han leído a Vargas Llosa, no ha habido entre las notas de prensa —rescato las de Carlos Derpic (23|04|25) y Juancho Soruco (27|04|25)— un igual número de comentarios sobre la vida y obra del Papa, cuyas posiciones han dividido las opiniones del mundo católico más que las de otros recientes. Francisco asumió el papado con un discurso de cambios y esto bastó para polarizar las expectativas entre los que creían que la Iglesia los requería y los que los resistían.

Las opiniones han vuelto a dividirse al final entre los que dicen que Francisco no hizo todo lo que prometió y los que creen que hizo demasiado. Lo cierto es que si no hizo más, además de los escollos institucionales que se lo impidieron, fue porque para él la unidad de la Iglesia estaba por encima de cualquiera de esos cambios. Así lo reconocen los buenos comentarios.

A esos críticos se han sumado los que alegan que Francisco, por priorizar la pobreza, no dio suficiente atención a los católicos europeos, que hizo mal en eliminar los ritos tradicionales, que su modestia era en realidad fingida y que debajo de las actitudes franciscanas seguía latiendo la “soberbia jesuita”, etc.

Francisco era un hombre inspirado en el cielo, pero con los pies en la tierra, con un sentido de urgencia en tareas concretas. Al inicio de su papado, en un sínodo en 2014, dijo: “como se trata de un viaje de seres humanos, con los consuelos hubo también (...) la tentación de ignorar la realidad, usando un lenguaje de suavización para decir tantas cosas y no decir nada!”.

El dedo en la llaga: ignorar la realidad y usar el lenguaje para no decir nada. Él lo llama tentación. Ceder a ella es el peor pecado que puede cometer quien tiene una misión y como única arma la palabra. “Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de poca importancia”, dice en una carta.

Eligió su nombre papal por San Francisco de Asís, el santo que renunció a sus riquezas para vivir en la pobreza. Al conmemorar los 500 años del nacimiento de Santa Teresa, escribió: “¡Cómo desearía unas comunidades cristianas donde se haga el camino de andar en la verdad de la humildad que nos libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a los más pobres!”. En un mundo cada vez más materialista, él soñaba con una Iglesia de otro tiempo.

Un documento publicado bajo su papado, Dignitas Infinita (2024), dice: “Uno de los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad de tantos seres humanos es la pobreza extrema, ligada a la desigual distribución de la riqueza (…). Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada (…). Todos somos responsables (…) de esta flagrante desigualdad”.

Con frases como estas, ¿cómo no iba a incomodar a los católicos ricos, aferrados a sus túnicas? Se lo cobraron, tildándolo de comunista; en ciertos círculos una grave acusación.

La preocupación por social marca no solamente su papado, sino toda su trayectoria sacerdotal, pero no solo de pan y hostias se ha alimentado su carrera. “Cuando era un joven seminarista, se enamoró de una chica y dudó brevemente de su carrera religiosa”, dice Wikipedia.

Borges, quien también fue profesor de literatura en el colegio Inmaculada Concepción en Santa Fe, dijo de su tocayo: “Con el jesuita, que es ingeniero químico y muy buen lector, nos entendemos; él enseña literatura y ha incluido mis textos en sus clases, lo cual me parece un poco exagerado (…). Dejando de lado este detalle, el padre Bergoglio es una persona inteligente y sensata; con él se puede hablar de cualquier tema: de filosofía, de teología, de política. Pero hay algo que me alarma un poco; he observado que tiene tantas dudas como yo (…). Quizá no es tan raro si tenemos en cuenta que se trata de un jesuita (…). Claro, esa gente es históricamente transgresora y hasta tiene sentido del humor…”.

Ahí tenemos pintado al hombre dentro de la sotana: un transgresor inteligente que duda, al que le interesa el mundo y la literatura y tiene sentido del humor. “Un santo triste es un triste santo”, habría comentado Bergoglio, como dijo en una ocasión, pero no era santo (y todavía no se sabe si será).

Su vida sacerdotal, transcurrida en gran parte durante la dictadura argentina, lo enfrentó a situaciones políticas complejas y llegó a ser acusado de no defender tanto como habría podido a dos jesuitas víctimas de la represión; acusación posteriormente retirada.

Dice Wikipedia: “Francisco dijo que la Iglesia católica argentina necesitaba “vestirse de ropajes de penitencia pública por los pecados cometidos durante los años de la dictadura”. Él alentó la paz entre Israel y los palestinos, firmó el primer tratado del Vaticano con el Estado de Palestina, condenó las operaciones militares de Israel en Gaza y pidió que se investigaran crímenes de Guerra”.

No era un hombre de medias tintas. En un sermón (Radio Vaticano |27|10|14) dijo: “Hay un tercer grupo de cristianos (…), son los cristianos grises. Estos cristianos grises una vez están de esta parte, y otra vez de aquella (…). Siempre en el gris. Son los tibios. Y a estos Dios no los ama”.

Si tomamos la definición de Chat GPT, que no es más que la síntesis democrática de su uso, “Una persona woke es alguien profundamente atento a las desigualdades sociales y a las injusticias”, Francisco fue sin duda alguna un Papa woke. No por nada fue resistido por los sectores reaccionarios del catolicismo. “No recuerdo que bajo Juan Pablo II o Benedicto hubiera cardenales y arzobispos que fueran tan elocuentes, llamándolo hereje, apóstata y falso papa”, dice un observador.

A estos piropos podemos añadir los del candidato Javier Milei, quien dijo que el Papa era un “comunista”, un “imbécil” y un “representante del maligno en la tierra”. Sin embargo, después de su muerte fue más amable: “el Papa Francisco ha sido el argentino más importante de la historia”.

De un diálogo entre un columnista católico y un sacerdote cercano a Francisco (NYT|24|04|25) extraigo estas frases:

M: “La Iglesia se opone a mucho del mundo como es ahora. Hablar de los pobres, de los migrantes, de los refugiados y de los enfermos es contracultural. El Papa Francisco, como buen líder eclesiástico, predicó el Evangelio tal como él lo entendía. Y si esto se convirtió en político, que así fuera”.

D: “Hubo mucha resistencia a algunas de sus ideas como ordenar diaconisas y la agenda LGTBQ. Él ha abierto el debate sobre estas cuestiones, pero no ha llegado a ningún lugar”.

M: “Creo que ha habido cambios significativos en la Iglesia con las personas LGBTQ en lo que se refiere a la inmoralidad de las relaciones homosexuales y la bendición a las parejas del mismo sexo”.

D: “¿Qué es lo que el cristianismo enseña sobre el sexo que sea diferente de lo que una persona secular y liberal podría creer?

M: “Yo diría que reverencia por la otra persona. La sexualidad es algo sagrado”.

Basta imaginarse una pareja santiguándose antes de hacer el amor para ver lo absurdo que resulta meter la reverencia y lo sagrado en la vida sexual, por cercanos al éxtasis religioso que puedan ser algunos orgasmos.

Al inicio de su papado, dirigiéndose a un sínodo, el Papa Francisco, pintaba así la Iglesia con la que soñaba:

“Esta es la Iglesia (...) compuesta de pecadores (…), es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con prostitutas y pueblerinos. ¡La Iglesia que tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados, a los penitentes y no solo a los justos o a los que se creen perfectos! La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y finge no verlo, sino que, por el contrario, se siente implicada y obligada a levantarlo.

En su primera aparición como pontífice, Francisco vistió una sotana blanca, en lugar de la mozzetta roja con adornos de armiño utilizada por los papas anteriores. Pidió ser enterrado con sus zapatos viejos, iguales a los que había utilizado en sus años de sacerdocio barrial en Buenos Aires, cuando seguramente comió con gente del pueblo y bebió con prostitutas. El camino que él eligió fue un “andar en la humildad”, con los necesitados y los caídos, abrazándolos sin juzgarlos.

Por los zapatos o las sedas, veremos dentro de poco si la Iglesia ha hecho suyas las lecciones de Francisco o si sigue siendo la de antes, la que vive como los ricos y se arrima a los poderosos, la que evita las agendas difíciles de inclusión e igualdad, la de las muchas “palabras que dicen tantas cosas y no significan nada”.

A diferencia de Vargas Llosa, cuya obra ya pertenece a sus lectores y será inalterable en el tiempo, la de Francisco, cosa viva, precisa ser alimentada día tras día o de él solo quedará el recuerdo de un avis rara que fue por unos años huésped en un palacio al que nunca quiso pertenecer.

En una catequesis dedicada a la “resurrección de la carne”, Francisco dijo: “Nuestra vida no termina con la muerte”. Así sea. Lo verán quienes lleguen al cielo.



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