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31/08/2024
Quien calla, otorga

Llevarlos bien puestos

Alfonso Gumucio Dagron
Alfonso Gumucio Dagron

Los pantalones, como los cojones (o los ovarios) hay que llevarlos bien puestos, como los tenía Víctor Paz Estenssoro cuando en su alocución televisiva del jueves 29 de agosto de 1985 le habló con entera franqueza y valentía al pueblo de Bolivia: “Bolivia se nos muere…”, una frase que marca un antes y un después no solamente en la economía contemporánea de Bolivia, sino en la política y el arte de gobernar.

Han pasado 39 años. El actual presidente de Bolivia, derivado a ese cargo por una suma de factores favorables (designado por Evo Morales como su sucesor, y heredero de una economía que estaba todavía en pie), sería incapaz de hablarle al país con la franqueza con que lo hizo Paz Estenssoro, precisamente porque le falta lo que al doctor Paz le sobraba: capacidad de liderazgo, solidez como hombre de Estado y cojones bien puestos.

Muchos nos opusimos en aquel momento, participamos en manifestaciones en contra del despido de miles de mineros de las minas estatales improductivas, hicimos documentales sobre la larga marcha de los mineros y otras acciones de repudio. El tiempo demostró que sin las medidas drásticas que se tomaron, no había salida “gradual” del profundo pozo. No era tiempo para medias tintas.

Bolivia ha tenido regímenes autoritarios de varias modelos: por una parte 18 tediosos años de dictaduras militares (Barrientos, Ovando, Torres, Banzer, García Meza…) entre 1964 y 1982, y por otra, casualmente, otros 18 años de autoritarismo del “Proceso de Cambio” (Evo Morales y Arce Catacora), entre 2006 y 2024, una impostura monumental para encubrir la corrupción y la estrategia de aferrarse al poder sea como fuere, por vías ilegales, fraudes y otras artimañas.

De dos mediocres no se hace uno. En este caso la suma resta.

Evo Morales llegó con la prepotencia del apoyo popular y pudo mantenerse en el poder distribuyendo billetes con ventilador para corromper a los “movimientos sociales” creados por su gobierno para quebrar la espina dorsal de nuestras (otrora) gloriosas organizaciones sindicales: la Central Obrera Boliviana, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia.

El prebendalismo que destruyó a la COB, a la FSTMB y a la CSUTCB permitió la reelección de Arce Catacora, el “cajero” de Evo Morales, que continuó con la política del despilfarro, pero esta vez sin el respaldo del “boom” de las exportaciones de gas y minerales. Dilapidó su suerte y los últimos dólares aparentemente sin darse cuenta, lo que indica que como ministro de economía durante 15 años no supo cuál era el tema que tenía entre manos. En el ministerio se dedicaba a “pinchar” los teléfonos de sus enemigos, a ese extremo era desde entonces un personaje tan oscuro como inseguro.

Entonces, un demagogo y autoritario cocalero ignorante de los asuntos del Estado, y un pusilánime aprendiz de cajero igualmente ignorante de la cosa pública, sumieron a Bolivia en la espiral de un sumidero de alcantarilla, que es donde nos encontramos actualmente, aferrándonos a la rejilla para no ser arrastrados definitivamente por el turbión que lleva a las aguas fétidas de nuestros ríos contaminados.

Ni Evo Morales ni Arce Catacora le hablaron jamás al país con la verdad, sino con promesas (“seremos como Suiza…”) y con mentiras (“nuestra economía está blindada contra las fluctuaciones internacionales…”). Obviamente no los llevan bien puestos. Creo que el último presidente que le habló con sinceridad al país (y le costó muy caro hablar claro), fue Carlos D. Mesa, tratando de seguir la escuela de Paz Estenssoro.

Discursos similares no siempre calan de igual forma en la población. Paz Estenssoro nos dijo que estábamos en coma y que la sala UTI de recuperación tenía en la puerta el número 21060. Morales y Arce Catacora hablaron pestes del neoliberalismo, pero siguieron sirviéndose del 21060 como una biblia que no entendían porque ya no correspondía a este siglo. En cambio, nos regalaron propaganda abundante, pagada por nosotros mismos para que nos engañen a nosotros mismos, como si estuvieran en permanente campaña electoral para no perder acólitos. El presupuesto del ministerio o viceministerio de Propaganda (decir que hacen “comunicación” me parece un insulto), se multiplicó por diez desde 2006, al mismo tiempo que la burocracia estatal se multiplicaba por cuatro sin otro motivo que el de colocar a militantes obsecuentes en puestos para los que no estaban preparados profesionalmente.

En el borde del abismo en el que estamos, las mentiras son como resortes que en cualquier momento se rompen de tanto estirarlos. No pasa un día sin que nos mientan en grande, convencidos de que todos somos imbéciles o serviles funcionarios.

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 



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