Si usted sostiene la infalibilidad papal en materias terrenales, no lea este artículo. Tampoco si cree que nada bueno sale del Vaticano, de Buenos Aires o de los jesuitas. Internet le proveerá copiosa literatura para reafirmarse.
En cambio, esta reseña le sabrá jugosa si al menos acepta que el Vaticano es actor de la diplomacia universal o que el Papa es el principal latinoamericano que juega en la liga mundial, cuya posición –admirada o no– interesa al mundo político.
En 2018 se publicó el libro de Massimo Borghesi, profesor de la Universidad de Perugia, La mente del papa Francisco, El viaje intelectual de Jorge Mario Bergoglio, citado aquí de su edición inglesa. Está escrito con rigor y profundidad, pero desde la simpatía, rastreando los textos y posturas del Papa en Argentina. Es un libro que ayuda a responder si Bergoglio es o no fruto de la doctrina peronista.
Para no guardarme mis impresiones, este libro transpira también la intención de vigorizar la faceta intelectual de Bergoglio. Es una respuesta a quienes lo comparan con Ratzinger, su predecesor filósofo. Borghesi no puede tratar la obra de Francisco, pero sí las ideas que lo definen. Entregado a ese fin, el autor esgrime por ejemplo, contrariando a los “ratzingerianos”, la continuidad entre el Benedicto XVI de Caritas in Veritate y Francisco.
Evo y el crucifijo de la hoz y el martillo
En pro del atractivo local del libro, Borghesi recuerda cuando Evo le entregó al Papa el crucifijo de la hoz y el martillo. Y cita a quien sostiene que, lejos de incomodar, “en realidad, con ese gesto Morales le reconocía al Papa una clase de liderazgo nunca antes atribuido a la Iglesia, y que él (Evo) lo hacía con un gesto de subordinación y sumisión que hubiera sido impensable una década atrás”.
Me concentro pues en cuatro líneas intelectuales de Francisco, usando citas, alusiones o síntesis de ideas que no son mías, con mis comentarios. Esas líneas son la reflexión por oposiciones o contradicciones (desde fuentes no necesariamente hegelianas); su visión de la política moderna, la teología cultural nacionalista (Teología del Pueblo) y la modernidad.
Pensar a través de oposiciones
Francisco “ama las oposiciones”. Ellas no se destruyen; se resuelven en un estado superior, en el cual la tensión de polos se mantiene. Las oposiciones ayudan, pues la vida se desarrolla así. Para los pensadores de los que el Papa bebió, las oposiciones no se eliminan, pero pueden superar sus límites, dialogar, en una alternativa al modelo amigo-enemigo de Carl Schmitt.
Las oposiciones, piensa el Papa, no deben esconderse en nombre de una armonía superficial, pero tampoco absolutizarse, pues no se puede “de modo simplista dividir el pueblo entre los buenos y los malos, los justos y los corruptos, los patriotas y los enemigos del Estado” (como para que oigan los seguidores de Ernesto Laclau).
Las peores soluciones, decía uno de los amigos intelectuales de Bergoglio, son aquellas que “aplanan” las oposiciones, diluyéndolas en una falsa unidad. O las que “hacen explosionar la unidad, degradándolas en desagregadas, puramente antinómicas oposiciones. “Es una dialéctica que no significa siempre lucha, como en el marxismo, sino posibilidades de “amistad”. Las que nacen de los lazos de una nación o de la experiencia de la pareja humana, por ejemplo.
En esa perspectiva, un polo prevalece ahora y otro después, sin que uno elimine al otro. Aplicándolo al caso concreto de Venezuela, puede inferirse que el Papa acepte que no es tiempo ya del polo chavista, menos en su versión degradada, pero que le sería impasable una victoria aplastante de sus contrarios, peor si implicase una hegemonía cultural y política del norte.
La opción suya es un catolicismo como coincidencia de opuestos, para evitar las “formas contradictorias en las que los polos, si son dejados a sí mismos tienden a degenerar”. “Una paridad dialéctica cuyos extremos mutuos deben ser vigilados”, a decir de otro jesuita. Una unidad eternamente agonista, pariente de Unamuno, no de Chantal Mouffe.
La realidad es superior a las ideas
Como jesuita, Bergoglio prefiere la realidad a las ideas. Y se pronuncia así contra el elitismo y la fascinación por las ideologías abstractas (una vena de realismo político, pues descarta lo que choca con la realidad, así coincida con sus deseos).
Bergoglio no considera que sólo hay que conservar la paz y la armonía. Para el Papa vale la utopía, siempre que evite plantear lo imposible o acabar en un “más feroz e intransigente autoritarismo que el que quiso superar”. De ahí infiero que, para él, la izquierda latinoamericana simplemente debe reconducirse, pues, a tono con San Agustín, estima que “ningún proyecto humano es inmaculado”. Esto explica su mirada indulgente con la izquierda que ha gobernado en el continente, porque para él quizá es vehículo del mito histórico-político “pueblo”, la grey que le concierne.
La política moderna y la teología cultural
Para el Papa la política no debe reducirse a un mero cálculo de ventajas y desventajas. Urge restaurar la “habilidad de tener poder sobre el propio poder” y no, como ocurre, que sea el poder el que dirija a los políticos. “Hay una desproporción entre el poder técnico y la madurez ética de los que lo ejercen”.
Bajo influencia de las ideas de Amalia Podetti, cercana al grupo peronista Guardia de Hierro, Bergoglio prevé para Latinoamérica, la Patria Grande, un papel influyente que jugar en el mundo (coincidentemente, Juan Grabois, cercano discípulo del Papa, bautizó como Frente Patria Grande al que busca llevar a Cristina K como candidata, exculpándola a ella, no a su entorno –¿convenientemente?–, de los latrocinios de su Gobierno, pues ella afianza el sello popular peronista). Como el nacionalismo de izquierda y el conservadurismo de antaño, Bergoglio resiente el liberalismo. Lo lee como homogeneización cultural y amenaza la personalidad cultural latinoamericana.
A Francisco le importan la religiosidad popular y el pasado latinoamericano, a diferencia de los cosmopolitas y modernizantes, incluso marxistas, que los vieron con desdén. Para el Papa se ha de valorar tanto la tecnología moderna como los gauchos y caudillos, contra los que no predica, tal vez porque los supone un producto popular genuino. Me pregunto por eso si los críticos del Papa algo aciertan cuando aducen que él ha llevado al gobierno del Vaticano el paradigma del hombre fuerte latinoamericano.
Para el Papa, lo nacional popular es hijo del culturalismo de los años 20 y 30. Mientras las élites se encandilan con el primer mundo, la base de la sociedad porta aún un modo de vivir, sentir y hacer que se debe cuidar. El fin es recuperar los valores del barroco, de la modernidad católica, de los que desciende América Latina.
Y aunque comparto algunas de esas premisas, es válida la duda de si aquél es un esencialismo cultural a gusto papal, como también la espinosa interrogante de si el Papa procura un “antídoto” contra los del polo opuesto, desapegado de aquel legado cultural, como los votantes liberales de Macri.
Iglesia y modernidad
En lugar de una Iglesia contra la modernidad, resistiendo, Bergoglio prefiere proponer modelos para este tiempo. Como decía uno de sus amigos, para eso se requiere “penetrar la lógica de los modelos actuales (modernos), de adentrarse en ellos para superarlos”. Entender al “enemigo” moderno y “redimirlo y salvarlo”, sin considerarse abanderado de la verdad ni perderse en el proselitismo. Menos en un mundo que ya no sabe bien qué es el cristianismo y satisface sus necesidades espirituales en el budismo, la palabrería New Age o en las batallas culturales.
Para Bergoglio, la Iglesia debe seguir el Concilio Vaticano II, asumiendo tanto la Reforma, para dar un papel significativo a los laicos, como la Ilustración, aceptando la autonomía de lo secular, sin que la razón niegue las dimensiones espirituales e intuitivas.
Globalización poliédrica y modernidad
Para Francisco, la globalización benigna será poliédrica. Cada lado del poliedro expresaría una cultura peculiar sin homogeneizarse para estar en contacto con otras. En sus palabras, se ha de intentar, como los jesuitas, “capturar lo concreto y lo particular hasta el último detalle cultural”.
Para el Papa, las modernidades son “un territorio a ser ganado”, con el que hallar puntos de encuentro, superando el hedonismo dominante. En el mundo moderno, Marx fue derrotado (quizá también para alegría papal, por sus diferencias con la Teología de la Liberación), pero triunfó el materialismo industrial de Comte y “el calvinismo que separó la razón de la emoción”.
Según Borghesi, Francisco es un Papa intelectualmente complejo. Para éste, la verdad es sinfónica, no el producto de un piano ni de un charango solitario.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.