Cuánta razón tenía la candidata Kamala Harris, perdedora en las elecciones del año pasado, en pronosticar caos con el gobierno de Donald Trump y en hacer notar su personalidad inestable. Con sus políticas está desarmando la arquitectura internacional que tomó décadas en construir. Regresar al aislacionismo y alejarse de la globalización no son las medidas más apropiadas, en opinión de muchos prestigiosos expertos norteamericanos y europeos.
El recorte de gastos, empleos y regulaciones del sector público, a cargo del alfil de Trump, el multimillonario Elon Musk, se efectúa no solamente con motosierra, como preconiza Milei, sino con chaqueos, “cortando y quemando”, como dice Diana Coyle, profesora de la Universidad de Cambridge, R.U., en Project Syndicate (05|03||25).
Musk se ha deshecho de USAID, porque es cierto que en esta agencia había muchos desperdicios, pero ha botado el bebé con el agua del bañador. Es así que ha cortado la ayuda a los programas de salud con los que se beneficiaban los países pobres, especialmente de África, ignorando la vieja máxima médica de que mientras haya enfermedades contagiosas en una parte del mundo, el resto no estará libre de contraerlas, riesgo agravado por el achicamiento de las instituciones de salud pública en su propio país.
Trump lleva adelante una feroz campaña contra la DEI, Diversidad, Equidad, Inclusión, es decir contra el progreso social. Sé que para los llamados libertarios en los países de economía avanzada y aún en nuestros países, equidad e inclusión son anatemas. Lamentable.
El recorte del gasto público y la lucha contra la DEI son ciertamente recomendaciones (ultra) liberales. En cambio, no lo es erigir barreras arancelarias. Un principio básico del liberalismo, desde que en 1846 se abrogaron las leyes de granos en Inglaterra (corn laws, en inglés), es el del libre comercio. La falta de movilidad internacional del trabajo (el capital casi siempre lo tiene) puede compensarse con la libre circulación de bienes. Aún en nuestro país, que estaba bastante aislado del debate internacional en el siglo XIX, se tenía una vigorosa discusión entre los liberales librecambistas, como se los llamaba entonces, y los proteccionistas.
Las bolsas de valores han caído fuertemente ante la tozudez de Trump y su política insensata, y errática, de gravar con altos aranceles a las importaciones provenientes de sus principales socios comerciales. Con Canadá y México tenía además tratados de libre comercio, que los está incumpliendo. La destrucción de la economía mexicana, debido a estos aranceles punitivos, puede ser muy significativa y dar lugar a una gran emigración ilegal hacia su vecino del norte, como bien lo hace notar Anne Krueger en Project Syndicate (03|03|25). La caída de la bolsa en Wall Street ha contagiado a las bolsas europeas.
Entre los valores afectados han estado las criptomonedas, con las que muchos grandes inversionistas se hacían agua la boca. También les producían un gran placer a los ultraliberales porque esas criptomonedas, de distintos emisores privados, hacían regresar a la “banca libre” del siglo XIX, sin tener el fastidio de un banco central. Ignoran que los bancos centrales surgieron generalmente para remediar, en tanto que prestamistas de última instancia, las crisis financieras de la banca libre. Las criptomonedas, que encandilan tanto a Trump, tendrían como sostén un “oro digital” de bitcoins. ¿Será suficiente para asegurar su estabilidad?
Las políticas de Trump están también dañando a las fuentes de crecimiento. La destrucción de su administración pública, que era de calidad, el recorte del financiamiento a las universidades para investigaciones y el debilitamiento de su sistema educativo preuniversitario con una política de vouchers, tendrá consecuencias indeseables.
Poco les importa el resto del mundo a Trump y a los trumpistas. Están obsesionados con la idea de devolverle su grandeza a Estados Unidos (MAGA), a costa de los países menos opulentos. Manejan falsedades como la que los inmigrantes sin papeles son todos criminales o salidos de manicomios y se deleitan con las deportaciones masivas. Una vez más, lamentable.
Juan Antonio Morales es PhD en economía.