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07/09/2024
Quien calla, otorga

Invasión de cuatro ruedas

Alfonso Gumucio Dagron
Alfonso Gumucio Dagron

Qué maravilla despertar en silencio un domingo, por lo menos un día al año, sin el estruendo de alguna volqueta destartalada y ruidosa que pasa por la calle, sin las bocinas estridentes de los enfermos del volante que siempre salen tarde a algún lado y se ponen histéricos como si estuvieran a punto de parir. La mañana del 1 de septiembre se escuchaba incluso el canto de los pájaros y la música de la flauta de pan del afilador. Paz y tranquilidad, finalmente, alguna vez.

Recordé los días silenciosos y las calles tranquilas de la pandemia de la que por desgracia no hemos aprendido nada, retornando a nuestros hábitos ensordecedores y alienados. Vivimos en una sociedad extraviada y hemos olvidado que la vida cotidiana podría ser menos fea. Hans Magnus Eszenberger escribió en 1997 que uno de los “lujos del futuro” sería la tranquilidad: “La quietud y la falta de ruido son valores en alza, pero suelen pagarse caros”. Tal cual.

Deberíamos conmemorar con más frecuencia los derechos de los peatones, todos los domingos como se hace en ciudades civilizadas. En Bolivia sucede una vez al año, pero aun eso provoca la indignación de los adictos al volante que deberían inyectarse por vía intravenosa una dosis de gasolina para no sufrir tremenda crisis de abstinencia.

Durante la administración municipal de Luis Revilla, se cerraba todos los domingos el tráfico de motorizados en la avenida Costanera de La Paz, y la gente aprovechaba para caminar, trotar o andar en bicicleta. No entiendo por qué la alcaldía ha suspendido esa posibilidad de esparcimiento en una ciudad tan amarga.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció el Día Mundial del Peatón cada 17 de agosto, pero muchas ciudades ponen en práctica de manera continua esa fecha simbólica, ya incorporada a la vida cotidiana.

Uno de los mayores atractivos de Ámsterdam es que la ciudad de los canales es en gran parte peatonal y ciclista. Y no es la única en el mundo: Helsinki, Oslo, Vancouver, Canberra, San Francisco, Berlín, Múnich, Milán, Varsovia y otras urbes amplían cada vez más los espacios destinados a peatones y ciclistas. La calle Strøget, en Copenhague, es la peatonal urbana más larga del mundo, con 3,2 kilómetros de largo.

Más cerca de nosotros, en Bogotá se han habilitado de manera permanente 392 kilómetros de ciclovías y además todos los domingos se cierran a los motorizados varias avenidas troncales para que la gente salga a pasear con tranquilidad y sin contaminación. Según los datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), le sigue Rio de Janeiro con 307 km de ciclovías y Santiago de Chile con 236 km.

En Bolivia algunos intolerantes están lloriqueando porque en la zona de San Miguel, en La Paz, se van a habilitar 10 km de ciclovía…  Una bicoca, por comparación.

“No hay espacio para estacionar” dicen los incapaces de caminar cuatro o cinco cuadras, y los comerciantes que también nos invaden se quejan de que los autos no pueden estacionar delante de sus puertas. Qué alquilen pues estacionamientos para sus clientes, como hacen las tiendas en todas partes. Las calles no deberían ser propiedad de los comerciantes.

Es para no creer la resistencia de cierta gente a vivir una vida menos saturada de ruidos y de contaminación atmosférica. Una ciudad pequeña como La Paz, atiborrada de motorizados. En la avenida Ballivián de Calacoto hay más de 12 concesionarias de vehículos (¿de dónde sacan la plata para comprar tantos?) Es una aberración en una ciudad que además de ser pequeña, es un embudo atravesado por ríos malolientes. Los mismos intransigentes que se quejan del tráfico insoportable y se ponen histéricos detrás del volante, pegados a sus bocinas (como si eso sirviera para avanzar), luego se quejan de los planes para reducir el número de vehículos y peatonalizar algunos sectores.

Quienes afirman que no hay suficientes bicicletas para las ciclovías, se equivocan. Lo que no hay es suficientes ciclovías. El Día del Peatón demostró con creces que cuando tiene la oportunidad, la gente saca sus bicicletas a la calle. Había miles de bicicletas ese día, fue muy estimulante ver la zona sur de la ciudad repleta de ciclistas y peatones, familias enteras, y al final de la tarde largas colas de ciclistas en el teleférico verde para regresar a sus casas. Bastaba salir a la calle para constatar el éxito de esa jornada sin autos, pero muchos maniáticos del volante ni siquiera se tomaron la molestia de salir a caminar y algunos carcamanes llegaron a decir que prohibir la circulación de autos un día al año es “autoritarismo” (una sandez de campeonato), y que ejercer el derecho de tener calles libres de autos debería ser un acto “voluntario”. Es decir: yo voluntariamente salgo a caminar y tú voluntariamente me lo impides con tu auto.  De necedades está hecha el alma conservadora.

Lo que sorprende es la hipocresía de quienes se dicen defensores del medio ambiente, pero están bien instalados en sus autos. Con frecuencia hay una sola persona por auto, lo cual debería ser considerado un crimen contra la sociedad. En ciudades civilizadas los vehículos con más de dos pasajeros pueden beneficiarse de las vías rápidas. En otras, como Londres, el ingreso a la ciudad se paga: hay cámaras que registran los números de placas y cobran por el derecho de invadir la ciudad. (Aquí no se podría, con tantos autos chutos, placas clonadas y policías corruptos).

Mientras en el mundo entero la tendencia es que las ciudades se tornen amables, con más bicicletas y peatones y menos automóviles, en Bolivia la resistencia al cambio y la voracidad de los consumidores de gasolina es estremecedora.

No sólo necesitamos más ciclovías para alentar el uso de bicicletas, sino un servicio público y de bajo costo de alquiler de bicicletas compartidas, como los que he podido disfrutar cuando vivía en Ciudad de México (EcoBici), pero también en París (Vélib), Copenhague (Bycyklen), en Sevilla (Sevici), en Montreal (Bixi), No hay ciudad ordenada en el mundo que no tenga un servicio público o privado de bicicletas compartidas con un costo de utilización asequible. No estamos hablando de 20 0 30 ciudades sino de varios centenares. En América Latina hay 9 ciudades argentinas, 3 chilenas, 6 mexicanas, 4 colombianas y varias capitales más que ofrecen ese servicio público municipal. Nosotros, como en todo, somos los últimos.

La organización europea Bable ha realizado estudios en profundidad sobre los costos, funciones, requisitos legales, administración, modelos operativos y perspectivas de desarrollo de estos sistemas de fomento del transporte público sostenible, con una mirada de futuro que pretende resolver seis problemas: congestión vehicular, calidad del aire, cambio climático, colisión, espacio de aparcamiento y actividad física insuficiente.

Recuerdo con mucho placer Brisbane (Australia) con más de dos millones de habitantes, donde por diseño y voluntad estratégica se privilegia a los peatones y a los ciclistas: la circulación de vehículos es por debajo mientras arriba la gente camina en espacios peatonales hermosos llenos de parques y ciclovías. En Guanajuato (México) no es por diseño sino por herencia histórica: se han aprovechado los amplios socavones que dejó la minería, por donde ahora circulan los vehículos motorizados, mientras en la superficie el centro de la ciudad es totalmente peatonal y sumamente agradable.

La tendencia en el mundo civilizado es darle prioridad a los peatones y ciclistas y extender cada vez más los espacios sin vehículos, pero en Bolivia existe la enfermedad del cemento y vamos a contracorriente. En ciudades que son amables con sus habitantes se retira el pavimento para colocar adoquines, ciclovías y parques. Cada vez hay más calles peatonales, sobre todo en el casco antiguo de las ciudades inteligentes.

Mientras tanto en nuestra ciudad, La Paz, se cubre el histórico adoquinado de piedra de Comanche con una capa de pavimento. Para las mentes obtusas, eso es “progreso” (las momias de Guanajuato son menos retrógradas). La plaza Murillo, en el centro histórico de La Paz, se ha convertido en un estacionamiento público de vehículos oficiales de todos los burócratas de ministerios, diputados y senadores incapaces de caminar hasta un parqueo donde estén sus lujosos vehículos todo terreno (que sólo usan en la ciudad con sirenas y luces para darse importancia). Todo el cuadrante histórico de la sede de gobierno debería ser exclusivamente peatonal (aunque lo hayan ya arruinado con edificios tan feos como el fálico palacio de Evo o la oscura Kaaba del nuevo congreso).

Cada 7 de septiembre (como hoy) se celebra el Día Internacional del Aire Limpio por un Cielo Azul, para alentar “la investigación, desarrollo, mejora y la puesta en marcha de nuevas prácticas que permitan mejorar la calidad del aire y que a la larga, esto contribuya con el bienestar de la población mundial, así como erradicar los altos índices de contaminación atmosférica”.

Obviamente que la calidad del aire no depende solamente de los vehículos motorizados sino de la ganadería, los chaqueos incontrolados porque son parte de la estrategia criminal del gobierno del MAS, para expandir la frontera agrícola y beneficiar a las grandes empresas productoras de carne, de soya o de palma africana para biodiesel.

Estamos así, caminando hacia atrás en la historia, con una mentalidad cerrada, egoísta y retrógrada. Cada vez menos ciudadanos del futuro y cada vez más anclados en la resistencia al cambio positivo.

Cuando las ciudades del mundo civilizado hayan conquistado las cosas elementales que permiten que nuestra vida cotidiana sea agradable y llevadera, en Bolivia estaremos en el polo opuesto: rodeados de autos, de basura, de cloacas abiertas, de aceras rotas y manchadas de grasa, de comercio informal invadiendo todas las esquinas. Seremos oscuros habitantes de ciudades envenenadas.

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 



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