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23/11/2019
Cartuchos de Harina

Intelectuales chic, coros polpotianos y religión evista

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

A diferencia de los rectísimos intelectuales de pedigrí que son la voz de Evo en el mundo, mi escala de valores es retorcida y medieval. Por el lado retorcido, me horrorizan los muertos, pero sin exculpar a Evo de su responsabilidad mayor en este trance. Por el lado medieval, la Biblia sola no me inquieta, pero sí los cánticos polpotianos de “guerra civil”.

Porque es curioso que, entre tanta prevención contra la fe en política, las religiones cívicas pasen inadvertidas, eludiendo toda crítica y autocrítica. Es el caso del evismo, una religión cívica que inspira a esa intelectualidad de pedigrí que carga el ícono de Evita y el de Evo; incluso, notablemente, con una debilidad nada popular por la pretensión y el refinamiento (las citas apropiadas, el aire chic de rectoría moral, etc.). Son los feligreses de una religión cívica que, entre otros rasgos, observan el tabú de jamás criticar en público a ídolos como Evo, o lo hacen sólo genéricamente. Rascando un poco a esos fieles se constata, además, cuánto opinan ahora de Bolivia para subrayar su propia superioridad moral.

Raymond Aron, el pensador francés, reprendía a los intelectuales que, típicamente, se atribuyen el papel de confidentes de la Providencia, apóstoles de la buena sociedad del futuro. Esos que no sacan cuentas de cada hecho para ponderarlo políticamente, sino que, de una vez, adjudican a un bando la justicia y a otro la injusticia.

Al asociar el bien con una corriente, toda dificultad se esfuma, y sin biblias. Aunque pasa por racionalista, ésa es una postura providencialista, como la moral que imperaba en la Conquista. Para ésta, como para la facción del MAS que predica vietnamizar Bolivia, es justa la guerra para convertir o someter al infiel.

Otra característica de esta religión cívica es la fe en el “lado correcto de la historia”. Aunque aquélla sea, en buenas cuentas, una manera de adorar el éxito, como quien invierte allí donde cree que habrá ganancias. Porque al ir del “lado correcto de la historia” se abandona la lucha por el opaco presente, por blanduras como la paz o una mejor vida común, aquí y ahora. Es hasta irónicamente utilitario acomodarse a favor de lo que se prevé reinará con el tiempo y garantizarse allí un sitial de honor.

Este prurito por el “lado correcto de la historia” se verifica, por ejemplo, en el evismo que equipara la caída de Evo con la de Villarroel. Así, es preferible estar con Evo, apañándole lo que fuere, porque “la historia enseña” que gobiernos así prevalecerán en la memoria, pese a todo. Y si se asimila la caída de Evo con la Revolución Libertadora argentina de 1955, mejor apoyar al alicaído Perón, para evitar mancharse con las “malignas” clases antiperonistas en el Juicio Final.

Religión cívica, sí, por la cual se niega toda responsabilidad en el presente a cambio del diestro sentido de ubicarse bien en el mañana. Por eso los validos de Evo creen tanto en la guerra de narrativas. De ese modo las basuritas se barrerán bajo la alfombra y la responsabilidad sólo alcanzará a sus enemigos.

El caso es que el verticalismo de esa religión cívica provocó que nadie advirtiera en el MAS, en voz alta, el grueso yerro de la reelección. Y su amor al éxito ha inducido, además, a que nadie en el MAS exhiba aún el carácter para distanciarse de la ignominiosa sandez de jugar a gusto con los resultados electorales. Como si hurgar el corazón de la legitimidad no implicara altísimos riesgos y no pudiera detonar la violencia.

Menos fe en el “lado correcto de la historia” alcanzaría para ver que la opción dura de Evo, de acoso bélico, empieza a alienar a parte de su audiencia. Por ejemplo, en El Alto, donde temen la quema y saqueo de sus casas, como me consta, aunque los indignen las muertes y seguramente no las olviden ni a este Gobierno por ellas. Al grado que, como la clase media sindicada por el evismo de todos los pecados, tal vez esos sectores acaben por clamar seguridad a los cuarteles.

Pero que sigan los coros polpotianos. Quizá sean la banda sonora ideal para por fin quedarnos sin país.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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