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19/01/2024
La birlocha de aire

Hartazgo, la gran amenaza de la democracia

María José Rodríguez
María José Rodríguez

Reciben vítores, se les ofrece agua y comida. Ellos entran a paso militar (y es que lo son). Dueños de tiendas, restaurantes, fondas. Grandes y chicos aplauden mientras ellos requisan a cuanto sospechoso ven. Contra la pared y no a ritmo de reggaetón, retienen a todos quienes llevan pinta de malandro. El chico con tatuaje, el que tiene el cabello de colores, el que lleva el pantalón a media asta.

Así las cosas en calles de algunos populosos barrios en varias ciudades de Ecuador. El decreto de estado de conflicto armado no internacional –algo así como una profundización, bien honda, del estado de excepción– enmarca la legalidad de las acciones militares.

Las imágenes son duras. Quizá la situación lo amerita, pero no dejan de ser impactantes. Al que miran con sospecha, lo cachean, le obligan a quitarse los zapatos y las medias. Ya cuando una piensa “ay, están exagerando”, la cámara muestra una caja de fósforos con algo de droga. Pillos, malandros. Y la gente lo sabe. Está harta.

Hartazgo, esa es la palabra. Que te roben a cualquier hora, cualquier día, que los sicarios maten en bicicleta y nadie los atrape. Caminar con miedo en la tardecita, ni qué se diga en la noche. Así son las calles de todo Ecuador.

Antes de ayer Javier compró camarón y pescado para retomar el negocio este fin de semana y ayer le saquearon la heladera en menos de 20 minutos. Se encoge de hombros, y dice: “eso más, nos cae todo encima”. Cansado hasta para protestar. ¿Pedir ayuda a las autoridades? De eso también se cansaron, porque los resultados son nulos. Entonces entiendes por qué se aplaude y abraza a los militares en sus requisas por las calles.

El hartazgo impide pensar en el poder en sí y discutir sobre él. Si es demasiado, si atropella derechos o no. La violencia callejera ha abusado tanto a la gente que, ahora, esta otra, desde las fuerzas del Estado, se siente como justicia.

A la voz de “¡ya basta!” se deja de pensar en los límites que no se deben cruzar. Y esa sensación de retaliación termina impulsando preferencias electorales y redibujando el tejido social. El hartazgo le dio el triunfo a Milei y lo hará en otros países de América Latina. Esa sensación que es una mezcla de cansancio y desilusión crónica amenaza con presionar sobre la cultura democrática y crear consensos en torno a su debilitamiento y genera reflejos amorfos de nuevas formas de poder.

La también crónica orfandad de Estado está construyendo sociedades más autoritarias que descreen de la democracia. Se han cansado hasta de ella o quizá justamente de ella. Los nuevos valores sociales son aun “volátiles”, no terminan de anclar en movimientos que tengan visión de país pues no son compartidos por grandes partes de la sociedad. De esa imagen de patria, grande o chica, pero una, también hay fatiga.

La solidaridad, el pensamiento disruptivo, el análisis profundo, está en colectivos y no en movimientos, mucho menos en partidos. Este fraccionamiento cada vez mayor impide que las sociedades se vean en un todo, se ven solo desde sus pedazos. Las feministas, los gays, los de la libre empresa, los trabajadores, los emprendedores. Agrupados alrededor de una mezcla extraña de ideas y demandas.

Esta nueva sociedad del cansancio, como dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, es también fragmentada, con valores volátiles, desilusionada y fácil de ceder los principios por los fines.



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