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Oveja Negra | 02/07/2025

Elecciones, ¿otro momento constitutivo?

Eduardo Leaño
Eduardo Leaño

El insigne sociólogo boliviano René Zavaleta Mercado (1937-1984) llevó la "crisis" a un sitial de honor, elevándola a la categoría de herramienta epistemológica y método de conocimiento esencial. En su aguda perspectiva, la genuina comprensión de lo social no se logra en esos placenteros periodos de estabilidad o “normalidad”.

 En esos momentos, tan convenientes para la inercia, las verdaderas estructuras de poder, las inherentes contradicciones y la mismísima naturaleza de las relaciones sociales se ocultan. Permanecen celosamente veladas por la anestesia de la rutina, el dulce engaño de la ideología dominante y, cómo no, por la impecable escenografía del "Estado aparente": esa fachada institucional que, con notable éxito, logra simular un control y una unidad que, en realidad, rara vez posee.

En esta columna, nos aventuramos a "adaptar" algunas de las herramientas teóricas que nos legó Zavaleta. Nuestro ambicioso fin será, nada menos, que el de "comprender" las elecciones de 2025 en Bolivia como un flamante “momento constitutivo”.

La crisis como telón de fondo. Las elecciones de 2025 no ocurren en un plácido jardín de la institucionalidad, sino, más bien, sobre un terreno que recuerda a un campo minado tras años de acumulación de tensiones. Desde aquel ya lejano –pero nunca olvidado– 21 de febrero de 2016, pasando por la tormenta perfecta de 2019, una pandemia de por medio, polarización crónica y las crecientes fracturas en el otrora monolítico bloque oficialista.

Esta crisis tiene al menos tres expresiones reconocibles. La primera es la crisis de hegemonía: el MAS, antes dueño del relato y de las masas, hoy apenas consigue hilvanar un discurso sin que se le deshilache la moral o la autoridad intelectual. Las elecciones, ese rito democrático tan sobrecargado de simbolismo, funcionan esta vez como un electrocardiograma político. El latido del masismo ya no es firme ni constante, y sus bases sociales muestran signos evidentes de dispersión.

La segunda es la crisis de representación. Aquí la ironía se vuelve casi trágica. Un partido que se proclamó la encarnación del pueblo, hoy no logra siquiera representar a sus sombras. Las encuestas –esas que a veces se equivocan, pero no tanto como algunos quisieran – muestran un MAS fatigado, deslucido, que apenas suscita entusiasmo; mientras proyectos liberales (¡oh, los liberales!) empiezan a levantar cabeza.

Finalmente, crisis económica. Ésta se encarga de recordarnos que las teorías políticas no se comen. Inflación, escasez de divisas, devaluación sigilosa, combustible esquivo, desempleo creciente y una ciudadanía que ya no se contenta con promesas recicladas. En este contexto, las elecciones se han convertido en algo más que una jornada cívica: son una válvula de escape, un grito de hartazgo y una súplica –o amenaza– por soluciones más drásticas.

El "Estado aparente" bajo escrutinio. Zavaleta definió el Estado aparente como aquel que, a pesar de su existencia formal y su "fachada" constitucional, es in capaz de integrar plenamente la "sociedad abigarrada" boliviana. En 2025, las elecciones son un catalizador para "desenmascarar" esta apariencia. Veamos algunos indicadores del “Estado aparente”:

La plurinacionalidad en juicio. En los comicios se definirá si el "Estado Plurinacional" ha logrado superar su propia aparente integración de las diversas naciones y culturas. Al parecer, en las elecciones se votará en contra de la profundización de lo plurinacional y a favor del retorno a formas más tradicionales de Estado-nación.

Ruptura entre forma legal e identidad real del poder. El Órgano Electoral Plurinacional (OEP) hoy aparece capturado por lógicas partidarias, sobre todo por el enfrentamiento entre las facciones del MAS. Dominado por las pugnas internas del MAS, el OEP ha pasado de ser institución confiable a pieza de ajedrez en una partida jugada a varias manos. El resultado: un órgano que ya no representa a todos, sino a quien logre gritar más fuerte o impugnar más rápido.

Judicialización política, síntoma del poder sin hegemonía. Las elecciones han dejado de ser una competencia por votos para convertirse en un torneo de litigios. El Tribunal Constitucional y el organismo electoral, en vez de impartir certeza, se han convertido en productores de ambigüedades a medida. Inhabilitaciones, recursos, contrarecursos y fallos que parecen salidos de una tragicomedia legalista. En vez de arbitrar los conflictos, el Estado los reproduce con admirable eficiencia burocrática.

Invisibilización del sujeto plurinacional. Pese a que la Constitución reconoce 36 naciones indígenas, en los hechos éstas brillan por su ausencia en las decisiones de fondo. Sus estructuras políticas propias han sido reducidas a extras de reparto. Aparecen cuando hay que marchar, cantar o bendecir con hoja de coca, pero no cuando se redactan listas, se definen alianzas o se reparten cuotas de poder. La plurinacionalidad existe sólo en el papel membretado.

Fragmentación del sujeto histórico popular. La idea de un bloque histórico popular –esa unidad transformadora que soñó Zavaleta– hoy se ha convertido en una sopa de facciones. El MAS se desangra entre “evistas”, “arcistas” y “androniquistas”. Las organizaciones sociales ya no saben a qué caudillo obedecer y la clase media urbana, fiel a su tradición, sigue buscando un proyecto que no incomode demasiado. El resultado: un Estado con forma, pero sin fuerza; con instituciones, pero sin hegemonía; con discurso, pero sin dirección. O, dicho de otra manera: un Estado en mal estado que actúa sin un guion propio.

Momento constitutivo. El llamado "momento constitutivo" no es simplemente una fecha para memorizar en los libros de historia o un cambio de mando con banda presidencial incluida. No. Es mucho más dramático –y duradero– es ese punto de inflexión en el que una sociedad decide, de una vez por todas (o al menos por unas cuantas décadas), cómo quiere ser o cómo va a tener que ser.

Es el instante en que se rompe con lo anterior y se reorganiza el tablero: poder, relaciones sociales, imaginarios colectivos y hasta los héroes que colgamos en las oficinas públicas. Zavaleta, que de momentos críticos sabía bastante, identificaba tres de esos grandes actos fundacionales en la historia boliviana: la Conquista, la Guerra del Chaco y la Revolución de 1952.

Las elecciones generales de 2025 en Bolivia no son un simple trámite más en el ritual institucional. Esta vez, el país no solo elige autoridades, se enfrenta a una decisión crucial sobre qué tipo de Estado quiere –o al menos– puede seguir siendo. Estamos ante un momento constitutivo, un posible punto de quiebre con el orden político e institucional que el MAS instauró desde 2005, y que por casi dos décadas combinó hegemonía, pragmatismo y narrativa redentora. Hoy, ese orden muestra señales claras de desgaste: instituciones deslegitimadas, símbolos agotados y una lógica de poder que ha pasado de la cohesión a la fragmentación interna. Ya no se discute solo el cambio de actores, sino las reglas del juego, los lenguajes de legitimidad y quién tiene derecho a representar al país.

Así, las elecciones de 2025 son un espejo de la profunda crisis del país, una prueba de fuego para el Estado aparente. Pero, fundamentalmente, un momento constitutivo donde la ciudadanía, con su voto, definirá el futuro político del país, abriendo un nuevo ciclo en su historia política.

Eduardo Leaño Román es sociólogo.



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