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Oveja Negra | 21/05/2025

Andrónico: El heredero que incomoda

Eduardo Leaño
Eduardo Leaño

Gianfranco Pasquino, el reconocido politólogo italiano, en Liderazgo y comunicación política, reflexionó sobre el liderazgo carismático en la política contemporánea y desarrolló la teoría del carisma situacional en la emergencia de un líder. Según Pasquino, las características que distinguen a este carisma son las siguientes: a) El carisma es atribuido, no poseído (como lo planteó Weber originalmente): el contexto es el que “necesita” un líder carismático, y las masas proyectan en ese líder cualidades extraordinarias. b) Relación emocional con las masas: El líder se convierte en símbolo de redención, cambio o resistencia frente a un sistema desacreditado. c) Capacidad de narración: El carisma también se construye a través del discurso político. El carisma situacional de un líder construye una narrativa que responde eficazmente a los anhelos colectivos. d) Carácter efímero: Una vez resuelta la crisis o frustradas las expectativas, el carisma puede erosionarse rápidamente.

En esta columna nos proponemos explorar las condiciones políticas, sociales y simbólicas que han dado forma al carisma situacional de Evo Morales y al carisma de Andrónico Rodríguez.

Carisma atribuido por el contexto. El ascenso de Evo Morales no se explica por una iluminación divina ni por una genialidad política sin par –aunque a veces así lo cuente la biografía oficial–, sino por una poderosa necesidad colectiva: la de encontrar a alguien que pudiera encarnar el hartazgo social frente al fracaso neoliberal y el desprestigio de la clase política tradicional. En el escenario desordenado de principios del 2000, Evo apareció como el receptor perfecto de las proyecciones populares, especialmente de los sectores indígenas y campesinos históricamente marginados. No era el héroe predestinado por las estrellas, pero sí el líder funcional en el momento en que el país necesitaba creer.

Ahora bien, lo que no imaginaba Evo Morales es que, dos décadas después, tendría que compartir el escenario con un heredero joven de voz pausada y mirada paciente: Andrónico Rodríguez, el dirigente cocalero que representa lo que Morales menos desea admitir: que el tiempo pasa. Andrónico cumple con una condición clave para empezar a construir carisma: no ser Evo.

Para una parte del MAS, especialmente la juventud y algunas organizaciones cocaleras, Rodríguez encarna la necesidad de renovación. No es una revelación mesiánica, sino un plan B con rostro amable, un líder de recambio que incomoda precisamente, porque empieza a ser tomado en serio. En este escenario, Andrónico no llega para reemplazar al mito, sino para recordarle que incluso los líderes carismáticos no están exentos de fecha de vencimiento.

Relación emocional con las masas. Durante sus años dorados en el poder, Evo Morales no solo cosechó votos, sino que tejió una relación afectiva tan intensa con su base social que bien podría figurar en un manual de psicología política. Fue más que un presidente: fue el hijo del pueblo. Su biografía de lucha sindical, origen humilde y retórica de resistencia calzaban como anillo al dedo con el relato de una nación que quería sanar viejas heridas coloniales y abrazar, por fin, su dignidad postergada. Evo no necesitaba convencer con argumentos: bastaba con su sola presencia para movilizar afectos, esperanzas y, por supuesto, fidelidades incondicionales.

Sin embargo, Morales enfrenta hoy una situación incómoda: la emergencia de un heredero incómodo: Andrónico Rodríguez, joven, disciplinado y cuidadosamente prudente, avanza con cautela por el escenario político. Aún no arranca suspiros ni provoca ovaciones espontáneas, pero algunos ya empiezan a mirarlo como el rostro de un relevo necesario, ese cambio que muchos sospechan que ya no se puede postergar.

Rodríguez no ha logrado aún una conexión emocional masiva, pero empieza a incomodar, sobre todo porque su sola existencia recuerda que el carisma también caduca. Muchos militantes no ven con el mismo fervor al líder eterno; en cambio, Andrónico empieza a encarnar algo más peligroso que el entusiasmo: la posibilidad de pasar la página.

Narrativa eficaz. Evo Morales no solo gobernó, también relató su gobierno. Su discurso sobre la “revolución democrática y cultural”, la recuperación de la soberanía nacional y la dignidad indígena no fue un simple repertorio de consignas: fue un relato fundacional que penetró el imaginario colectivo con la fuerza de un mito refundador. Morales no solo hablaba: proclamaba, con tono ceremonial, el nacimiento de una nueva Bolivia. Y por un tiempo, muchos lo creyeron con fervor casi religioso.

Andrónico Rodríguez, en cambio, parece más consciente de que ya no se trata de fundar una era, sino de intentar no tropezar con los escombros de la anterior. Su narrativa se mueve entre llamados a la unidad, promesas de renovación interna y un respeto a la institucionalidad. Lo cierto es que su discurso, por ahora, no tiene ni la fuerza simbólica ni la carga emocional que alguna vez catapultó a Morales. Le falta épica, pero también libertad para construirla.

Carácter efímero del carisma. Como bien advierte Pasquino, el carisma situacional tiene una fecha de vencimiento. En el caso de Morales, ese desgaste ha sido progresivo, pero visible: lo que alguna vez fue una energía simbólica arrolladora, hoy suena a eco insistente de un relato que ya no todos están dispuestos a seguir aplaudiendo. Tras su controvertido intento de reelección indefinida y su accidentado regreso al país luego de la crisis de 2019, el carisma de Morales ha pasado de ser un recurso movilizador a convertirse, en una insistencia grosera.

En ese contexto, el carisma emergente de Andrónico Rodríguez tiene más de promesa que de certeza. Es frágil, sí, pero no por falta de méritos individuales sino porque crece a la sombra de un líder que aún se cree indispensable. Su figura todavía no ha roto del todo con el molde, y eso lo convierte en el aspirante que camina sobre cristales, intentando construir legitimidad sin pisar los callos del jefe. Si no logra articular una identidad política propia, ni establecer un vínculo emocional genuino con una base social más amplia, su carisma corre el riesgo de extinguirse.

Así, mientras Evo sigue hablándole al país como si el 2006 nunca hubiera terminado, Andrónico intenta ensayar un nuevo libreto. Al final, el carisma no se hereda ni se aprueba en un congreso arreglado: se construye.

Eduardo Leaño Román es sociólogo



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