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Librepensamiento | 25/11/2025

El verdadero desafío de Rodrigo Paz

Pedro Portugal
Pedro Portugal
Es interés de todos que el gobierno de Rodrigo Paz resulte exitoso. No solo por expectativas políticas, sino porque Bolivia arrastra un largo periodo de transición que amenaza con eternizarse, y cuya clausura es una necesidad urgente.

Si revisamos los ciclos políticos del país -siguiendo la lectura del profesor Guido Céspedes en El desarrollo en Bolivia y su post nación-, los momentos decisivos no han sido los periodos largos y estables, sino los breves lapsos de tránsito entre uno y otro ciclo. Así ocurrió cuando el liberalismo (1880-1952) dio paso al nacionalismo (1958-1982): una transición de apenas seis años, protagonizada por el primer gobierno del MNR, que logró resolver las tensiones del quiebre histórico.

El contraste es el periodo 1825-1880, quizá el más largo y turbulento de nuestros tiempos fundacionales. Una etapa dominada por caudillos y carente de partidos, ideas y proyectos. Como recuerda Argandoña, en ese medio siglo Bolivia no generó ni gestionó riqueza de manera sostenida; no hubo acumulación de capital, ni humano ni material, capaz de proyectarse al futuro.  Ese prolongado interregno explica -en parte- el estancamiento estructural que aún pesa sobre el país.

Argandoña sostiene que la llegada del MAS y de Evo Morales al poder no abrió un nuevo ciclo, sino otro periodo de transición. Y uno particularmente largo: iniciado en 2003, acumula ya 22 años y podría extenderse aún más, con un costo enorme para la cohesión social. Él pensaba que 2005 marcaría el punto de inflexión hacia un quinto ciclo, sustentado en una “reforma cultural e intelectual” basada en una matriz indígena fortalecida por el mestizaje, capaz de proyectarse hacia un universalismo propio. Lo llamaba la “post nación”.

Nada de eso ocurrió. El MAS no cultivó ningún horizonte universalista. Usó la matriz indígena como herramienta retórica, no como proyecto cultural; convirtió el pachamamismo en un decorado; excluyó al mestizaje en esa mezcolanza plurinacional sin coherencia; y se apoyó en las modas identitarias de Occidente para justificar una política sin ambición transformadora. 

Así, la transición sigue abierta. Y con ella, el riesgo real de agravar el estancamiento y reactivar tensiones étnicas y regionales, como las que en 2009 marcaron la vida cotidiana del país.

Frente a ese panorama, es interés de todos que el gobierno de Paz cierre -al fin- este periodo de indefinición. Pero ese objetivo solo será posible si el propio Presidente reconoce sus límites y posibilidades. 

Algunos pasos iniciales han sido alentadores: no idealiza la informalidad económica como rasgo cultural de los sectores indígenas y populares; sino que la entiende como producto de una exclusión que debe ser corregida. Sin embargo, también ha cometido tropiezos: excluir la wiphala en ciertos actos e incluir el patajú en otros, así reproduce el viejo juego de manipular símbolos sin comprender su significado.

Más delicado aún es el enfrentamiento entre el Presidente Paz y el Vicepresidente Lara. De si Edmand Lara se convierte en un puente hacia una comprensión renovada de lo popular indígena o en una reedición belcista del caudillo golpista, dependerá menos de él mismo que del propio Rodrigo Paz. Ese es, en última instancia, el desafío verdadero de su presidencia.

Pedro Portugal es historiador, especialista en temas de indígenas.


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