Entre atascados y ofuscados, los masistas gobiernistas –ante el gozo mal disimulado de los masistas opositores y los demás– muestran que no tienen pistas sobre que hacer ante el pantano económico que han creado por años y la asfixiante falta de monedas extranjeras, para importar los muchos bienes que demandamos y no producimos.
Presidente, ministros y otros proclaman que un yacimiento por aquí, exportaciones de oleaginosas por allá y, más que nada, créditos de cualquier lado, nos salvarían del desastre. Los préstamos, lejos de resolver algo, solo incrementan la agonía del modelo (se llame “agenda patriótica”, “modelo comunitario”, o lo que quieran) cuyo curso de Devastación, Deuda y Dependencia, ya fue detectado y anunciado hace una década al menos.
Bolivia puede recibir ingresos en divisas, de manera mucho más rápida, eficiente y masiva, realizando inversiones muy pequeñas, comparadas con las cifras, frecuentemente enormes y, a veces, monstruosas, de emprendimientos mineros, petroleros o industriales.
Como contraparte, la atracción de visitantes extranjeros, interesados en la rica y particular combinación de maravillas naturales y culturas que poseemos, requiere una gran y sostenida iniciativa, comunicación y acuerdos de agentes sociales, comunitarios, estatales (en todas las instancias) y un financiamiento reducido. En otros términos, economía plural a pleno funcionamiento. El turismo convencional puede ser uno de sus canales, pero, de ninguna manera el más importante. Y, en cualquier caso, debe ser parte de un amplio abanico de respuestas.
Es posible conseguir ingresos nacionales, haciendo conocer, atrayendo y convocndo visitantes respetuosos del medioambiente e interesados en conocer culturas que descubrieron y preservan enfoques para una coexistencia armoniosa entre sociedad humana y naturaleza. La veloz evolución de visitas al Parque Amboró y la pequeña, pero muy dinámica, ciudad de Samaipata, sugiere que este es un camino posible y rápido.
Según la pesquisa de Carlos Hugo Molina, esa región se habría convertido en el segundo destino turístico del país, superando a otros con larga tradición, durante los dos últimos años. De múltiples explicaciones que se podrían ensayar, en lo que hace a ventajas naturales, destaca que su clima, templado y equilibrado en términos de humedad, adquiere un atractivo muy especial en esta era de desastre climático. Y, en cuanto a culturas, tanto las huellas de pueblos previos a la expansión incaica, cuanto la muy mezclada y dinámica población actual es otra pista valiosa.
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Pero, más allá de cualquier ejemplo, Bolivia tiene en todo su territorio, incluyendo sus mayores ciudades, poderosas posibilidades de atraer visitantes, con una dinámica distinta al turismo tradicional que, en algunos de los países de los que pueden provenir esos visitantes, está creando graves contradicciones, impulsoras de agresivas tendencias antiturísticas.
El primer problema de una estrategia para impulsar esta alternativa, es el egoísmo de grupos (corporativismo, por ejemplo, de mineros piratas, transportistas, traficantes de tierra y muchos más) que presiona y extorsiona cerrando rutas para imponer sus exigencias. La segunda es la ceguera de los políticos profesionales, todos, que están lejos de enterarse de que enfrentar los estrangulamientos y crisis de hoy necesita sin demora ni excusas de un cambio integral de modelo de desarrollo.
Los que imaginan y anhelan ajustes empobrecedores, desvinculados de un proyecto general que necesita abarcar una nueva agricultura (inteligente, precisa, regenerativa, libre de agrotóxicos), ganadería innovadora; cambio de matriz energética; investigación y desarrollo; apertura de nuevos esquemas de comercio y prestación de servicios, acompañados por modificaciones tributarias radicales; etc., etc.
Tan urgente como dejar de desperdiciar fondos públicos en propaganda y puestos burocráticos, es ingresar en una pausa ecológica inmediata, frenando en seco las quemas que se hacen para traficar tierras, por la alianza entre los nuevos colonizadores y grandes capitales del agronegocio internacional; educar y parar las quemas generalizadas de basura en pequeñas y grandes ciudades; detener la contaminación de acuíferos y los asentamientos urbanos en la superficie donde se encuentran nuestras reservas de agua. Entender que la mayor y decisiva reserva estratégica del país está en la biodiversidad, nuestros bosques, parques nacionales, nuestros pueblos.
Las respuestas aisladas, ya sean ajustes estructurales salvajes o una sola actividad productiva opcional, no tienen chance de impedir que retornemos a toda prisa a los índices de pobreza y que estos empeoren sin pausa. Necesitamos acuerdos y esperanzas que superen la codicia y apetitos corporativistas y la desalentadora estupidez y mezquindad de las bandas políticas.