cerrar900x470 LA CASCADA S.A.900x470 LA CASCADA S.A.
BEC_Electro-Recargado-1000x155px
BEC_Electro-Recargado-1000x155px
Brujula Digital BancoSol PDF 1000x155px
Brujula Digital BancoSol PDF 1000x155px
Reino de Redonda | 30/07/2025

Cómo ganar unas elecciones

Mateo Rosales Leygue
Mateo Rosales Leygue

Hace meses que la carrera electoral en Bolivia comenzó. Cuando veas las barbas del oficialismo recortar pon las tuyas (oposición) a remojar. De la chistera emergieron los rostros de la infancia para algunos o de la larga vida para otros. Ahora se está terminando de afinar los programas para la emergencia, con soluciones planificadas por los cuadros de egresados de las universidades bolivianas y alguno que otro consultor con nombre rimbombante. Aunque, eso sí, los grandes eslóganes y las metidas de pata no se han hecho esperar.

Así, la maquinaria por el poder está engrasada para la recta final, aunque realmente nunca se detiene del todo, la conquista del poder supone un ejercicio diario de acción y resistencia, y hasta de supervivencia. A esa maquinaria nunca le ha faltado combustible.

La competencia por captar votos no difiere en gran medida de los hechos que ocurrían hace 20 siglos atrás, tal como lo demuestra el manual Cómo ganar las elecciones (De petitione consulatus o Commentariolum petitionis, según el latín original), atribuido a Quinto, hermano de Marco Tulio Cicerón –famoso orador y político nacido en Arpino–, cuyo contenido es de una modernidad extraordinaria, propio de los tiempos que corren, aunque más convulsos y precipitados parezcan.

Quinto fue un sobresaliente político y militar, culminando su trayectoria como gobernador de Asia el año 58 AC. Si bien carecía de la brillante elocuencia de su hermano, demostró destreza y talento al mando militar, que Marco nunca tuvo. Los consejos que expresa en esta obra manifiestan un profundo conocimiento del alma humana, del modo de manipularla, embelesarla y convencerla.

La vigencia y eficacia de este librito está fuera de toda duda. El lector podrá entrever mientras lo lee que todas las recomendaciones son fácilmente adaptables a la realidad actual, en la competencia que se expresa en la democracia, y constatará que su eficacia cobra sentido independientemente del lugar y el momento en el que se desarrolle la pugna electoral.

En gran medida, gracias al cumplimiento fiel de estos consejos y por su talento nato, Marco Tulio Cicerón cosechó una apabullante victoria en el año 63 AC y fue elegido cónsul de Roma, la máxima magistratura en aquel entonces, antes del tránsito de la República romana al Imperio, cuando Julio César estableció su dictadura y César Augusto –tras el asesinato del primer emperador– diese carácter formal al poder autoritario.

Uno de los primeros consejos que Quinto expresa en el manual es la importancia ineludible de alimentar la imagen como atributo esencial –también entonces– del reflejo público de nosotros mismos: “En una campaña de pocos meses, la imagen puede pesar más que las capacidades personales”, y advirtiéndole meditar esto a diario lanza el primer gran arpegio de todo lo que en ese momento fue la campaña de Cicerón, que de alguna manera, recuerda a la frase latina memento mori, que apela sin paliativos a la esencia humana, en este caso, política: “Soy un hombre nuevo, me presento al Consulado, esto es Roma”.

En la Roma de entonces ser un homo novus tenía una connotación muy importante en una sociedad que identificaba a los representantes públicos del Senado y del Consulado, fundamentalmente, personas con una alta capacidad financiera, relaciones entretejidas por la tradición y el tiempo y pertenecientes a las familias con abolengo bien arraigado y extendido. Por ello, lo normal o aceptado era que los patricios (nobleza) formasen parte de las altas magistraturas políticas de la República.

Se podría caer en la confusión de que un homo novus en nuestra época sería aquella figura que se conoce como el outsider. Cabe advertir que el hombre nuevo romano deseaba formar parte de la élite política y aspiraba a esa estructura confeccionada y estimulada por el propio poder en ejercicio, no pretendía destruirá ni desprestigiarla, en esencia, como suele ocurrir en nuestros días. Quinto perfecciona la cualidad del personaje mirando como impulso a la institución que pretende defender y representar: “no es posible considerar indigno del consulado a quien se tiene por digno defensor de la República”.

Sin embargo, Cicerón, siendo consciente de su condición debía entender el contexto y saberse mover en los devaneos de una sociedad hostil, violenta y conocida por su clasismo particular. De hecho, la política romana estuvo por mucho tiempo identificada por el Senatus Populus Que Romanus (El Senado y el Pueblo Romano). Es decir, una especie de entendimiento entre los patricios y la plebe.

Cicerón no pertenecía a unos ni a otros. Su familia provenía de una clase conocida como ecuestre de tradición militar, que se podría definir en nuestra época, con cierto anacronismo, como una burguesía tradicional.

Ante los ojos de la plebe y la nobleza romana un novus era un advenedizo y eso jugaba en su contra, como sostiene de forma continua Quinto en su manual, así como otros consejos para intentar revertir esta situación a los ojos del electorado: “Conviene que el puesto y la cantidad de gente a la que aspiras llegar sean los que te consideren digno del puesto y de la cantidad de gente que te apoya”.

A ello se sumaba otro óbice aún más difícil para sus pretensiones. Cicerón no había nacido en la ciudad de Roma, por lo que sus adversarios se burlaban de él calificándolo como peregrinus o inmigrante. Este apelativo era una forma de desprestigio en la antigua Roma, que situaba al repudiado incluso por debajo de la plebe, dado que un peregrinus era, por lo general, un forastero carente del derecho a la ciudadanía romana.

Pero no todo era un mar perdido para el candidato. Cicerón tenía una ventaja invaluable frente a los adversarios de su territorio: una buena reputación cosechada desde los primeros años de su juventud y sus manos limpias frente a oponentes que tenían un recorrido ominoso y bien conocido entre los ciudadanos romanos.

El brillante orador competía contra Gayo Antonio Híbrida y Lucio Sergio Catilina. Sobre el primero, Quinto dirá que todo Roma era testigo de la confiscación judicial de sus bienes y de su expulsión del Senado por iniciativa de los más honestos censores. Catilina, por su parte, fue un personaje cuanto menos sospechoso, acusado de corrupción y hasta de haber abusado de menores (cualquier parecido con la actualidad no es mera coincidencia). Éste no reconoció los resultados electorales de su derrota e intentó urdir una trama golpista que detuvo el propio Cicerón con aquel famoso discurso que así comienza: ¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?

Y Roma fue el terreno en el que empezó todo. Bajo el principio Est Roma, Quinto recomienda al Arpinate patearse las calles de la ciudad, tocar las puertas no solo de los amigos, sino también de aquella gente que le debe favores y de aquellos que pueda identificar como benévolos a su causa, porque ven en ella la oportunidad de obtener algún beneficio. Las ‘pegas’ como norma histórica.

Eso sí, casi al concluir le recomienda poner en práctica el exclusivo arte de la astucia y el estilo que muy pocos dominan: “Niégate amablemente a lo que puedas comprometerte o sencillamente no te niegues; lo primero es lo que haría un hombre honesto, lo otro un buen candidato”.

Cicerón fue un político formidable, alcanzó los sitios más altos de la vida pública romana. Su aporte llega hasta nuestros días con obras centrales de filosofía, política y oratoria. Bajo los consejos de su hermano dominó la lucha por el poder, aquella que puede desprender lo mejor y peor de la condición humana, hasta su trágica muerte en manos de los sicarios de Marco Antonio, pasando a ser el último defensor de la Republica romana.

Mateo Rosales Leygue es abogado y fundador de Libres en Movimiento.




BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
Brujula-digital-300x300
Brujula-digital-300x300
200
200