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Puente del Topater | 19/08/2025

Bolivia ya decidió: ¡Rodrigo Paz es!

Ronald MacLean-Abaroa
Ronald MacLean-Abaroa

La reciente elección en Bolivia produjo un resultado inesperado. Los dos finalistas, Rodrigo Paz Pereira y Jorge Tuto Quiroga, son candidatos de oposición que recibieron un mandato claro: cambiar el país tras veinte años de un gobierno autoritario y corrupto.

La oposición había buscado presentar un candidato único para enfrentar al MAS. De ahí surgió un entendimiento implícito: apoyar al que obtuviera la mayor votación. Esa diferencia ya se dio en las elecciones recientes. Rodrigo superó a Tuto por casi cinco puntos. Entonces, la pregunta inevitable es: ¿para qué necesitamos una segunda vuelta?

La segunda vuelta electoral (o balotaje) se justifica tradicionalmente por dos razones principales: asegurar que el ganador tenga un mandato amplio, normalmente con mayoría absoluta, y dar la oportunidad de que partidos y votantes reacomoden alianzas. Es un mecanismo pensado para resolver incertidumbres, no para confirmarlas. Pero hoy no hay incertidumbre. Los dos finalistas no se presentaron como adversarios irreconciliables, sino como aliados, con un pacto implícito, en la tarea de cerrar un ciclo político que dejó al país en ruinas.

Tuto Quiroga, al integrarse en el bloque de unidad, expresó públicamente su voluntad de respaldar al primero. Después rechazó el mecanismo de las encuestas, pero hoy ya no se trata de sondeos: las urnas ya hablaron, el pueblo se expresó. Y el resultado no admite pretextos. Rodrigo Paz quedó primero y ese desenlace cambia las reglas del juego.

No es solo una diferencia estadística. El triunfo de Rodrigo adquiere un peso político y simbólico mayor porque activa el compromiso previo de Tuto. Lo que era competencia se convierte en un traspaso responsable de legitimidad.

En este sentido, los resultados de la primera vuelta son la “encuesta definitiva”. Ningún sondeo puede ser más claro que una elección nacional. El margen de Rodrigo sobre Tuto es significativo. La propia elección se convierte en la prueba suprema de popularidad y voluntad pública, desactivando la lógica de una segunda vuelta: ya sabemos cuál es la opción mayoritaria de la oposición.

Insistir en la idea de una segunda vuelta en estas condiciones tan claras (¡y a un costo de 100 millones de bolivianos!) carece de sentido político y representa un gasto innecesario. Supone semanas adicionales de campaña, desgaste logístico y la fatiga de una ciudadanía nuevamente llamada a votar, solo para confirmar lo que ya está definido. En un país con tantas necesidades, destinar recursos a esa formalidad sería irresponsable.

También existe un riesgo institucional ya que obligar a la gente a volver a votar cuando el panorama ya es claro puede generar desconfianza y desconexión entre ciudadanía e instituciones.

Aceptar el resultado y el acuerdo implícito entre finalistas no debilita la democracia, más bien la fortalece. Es un gesto de madurez política y respeto a la voluntad popular. Además, permitiría una transferencia de gobierno más rápida, que incluso podría darse en treinta días, lo que daría tiempo para instalar el parlamento y designar a los mejores profesionales en los ministerios.

¡La resolución de nuestra crisis actual no puede esperar hasta el 8 de noviembre!

Seguramente algunos dirán que omitir la segunda vuelta siente un precedente riesgoso, pero más bien abriría una puerta interesante. Nos muestra que la democracia no solo se mide en procedimientos, sino también en actitudes políticas. Si dos candidatos rivales son capaces de cumplir su palabra y anteponer el interés nacional sobre la ambición personal, es un acto voluntario en sí mismo democrático. Sería un ejemplo.

Bolivia pocas veces ha vivido momentos de grandeza política. Su historia reciente está marcada por la confrontación y la desconfianza más que por la cooperación. Por eso lo ocurrido ahora no debe minimizarse. Un pacto cumplido, una competencia resuelta en primera vuelta y una oposición unida son un capital político demasiado valioso como para dilapidarlo en angustiosos dos meses de campaña.

El país necesita mirar hacia adelante. La transición no debería demorarse en una segunda vuelta innecesaria, sino enfocarse en gobernar de inmediato. Rodrigo Paz tiene hoy la oportunidad de encabezar ese proceso con el respaldo explícito de su rival más cercano. Eso le da no solo la victoria electoral, sino también un mandato amplio y consensuado.

En conclusión, Bolivia ya decidió. La voz de las urnas fue clara y el compromiso de los candidatos despejó cualquier duda. Insistir en una segunda votación sería redundante, costoso y contraproducente. Lo que corresponde es reconocer el resultado y avanzar hacia un gobierno que represente la unidad y la madurez que el país necesita. Y, cuanto antes, mejor.

Ronald MacLean Abaroa enseñó en Harvard; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.



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