Desde hace años, la humanidad mira al cielo con una mezcla de admiración y ambición tecnológica lanzando satélites en órbita baja para conectar el mundo, vigilar el clima y anticipar desastres. Sin embargo, esta carrera espacial deja algo invisible a simple vista, pero tan real y amenazante como cualquier contaminación en tierra: la basura espacial.
Un reciente artículo del Calgary Herald menciona un problema que crece con rapidez alarmante: la acumulación de satélites muertos y fragmentos de chatarra en la órbita terrestre baja (LEO, por sus siglas en inglés), esa franja situada a menos de 2.000 km sobre la superficie del planeta que alberga miles de satélites usados para comunicaciones, internet y vigilancia.
Según investigaciones, existen más de 27.000 piezas grandes de desechos espaciales rastreadas, pero los expertos advierten que los fragmentos pequeños son más de 170 millones, y estos también representan un gran peligro debido a la velocidad a la que viajan: más de 27.000 km/h.
¿Qué implica esta saturación espacial? Las colisiones entre satélites y fragmentos pueden crear una reacción en cadena conocida como síndrome de Kessler, que convierte la órbita en un campo minado ilegible y peligroso para cualquier nave o misión futura. Sin capacidad de maniobrar, los satélites que pierden propulsión o funcionan mal no pueden evitar estos fragmentos, incrementando el riesgo de choques catastróficos.
Las empresas líderes en la industria espacial, como SpaceX, monitorean activamente riesgos de colisión para mover sus constelaciones de satélites y evitar siniestros, demostrando que la gestión puede funcionar, pero ese esfuerzo no garantiza una solución infalible a largo plazo. Existen normativas para que la mayoría de satélites sean retirados de órbita dentro de un tiempo determinado para evitar congestión, pero ese procedimiento genera otro problema ambiental: la caída de desechos a la atmósfera con contaminación por aerosoles tóxicos.
La comunidad científica está alertando sobre la necesidad de actuar con prudencia y que se investiguen tecnologías para detectar y remover estos desechos antes de que el problema se agrave. Solo así se podrá asegurar la continuidad de los servicios satelitales que ya dan acceso a internet de alta velocidad a zonas rurales y remotas, beneficios sociales evidentes. Sin embargo, el manejo irresponsable o la indiferencia pueden convertir el acceso al espacio en una odisea casi imposible.
Este asunto, aunque parezca distante en la estratósfera, tiene efectos tangibles para Bolivia e Hispanoamérica. La región depende cada vez más de satélites para comunicaciones, agricultura, monitoreo climático y desarrollo tecnológico. Perder o poner en riesgo esos servicios significa una vulnerabilidad mayor en la agenda de desarrollo sostenible y reducción de desigualdades.
El llamado de esta investigación es claro: la órbita baja no puede convertirse en un vertedero sin control. Cada satélite debe diseñarse con criterios de sustentabilidad espacial, y cada país, incluso Bolivia, debe participar en la discusión global sobre cómo proteger ese patrimonio común que es el espacio ultraterrestre. El desafío es grande, pero también la oportunidad de integrarse a una agenda tecnológica global que priorice la cooperación y la responsabilidad para evitar que la basura espacial se convierta en la próxima crisis ambiental planetaria.
Cecilia González Paredes. Ms.C. es biotecnóloga y comunicadora científica.
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