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Con los pies en la tierra | 23/06/2025

Al César lo que es del César

Enrique Velazco R.
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Acabo de leer la nota de Gonzalo Chávez en Brújula Digital (“Emprendedor boliviano: el toldo y el cowork”). Rara vez una nota de opinión me empuja a responder cuestionando “el fondo y la forma” porque creo en la libertad de pensamiento y de opinión. Pero, en este caso, Gonzalo toca algunos “nervios sensibles” que tenemos en la Fundación INASET respecto a los temas que aborda, porque estamos cerca de cumplir 40 años pregonando –a la academia y a los gobiernos– las verdades que Gonzalo parece recién descubrir con su nota.

Partamos por las bases. Desde 1988, FEBOPI, la extinta (¿asesinada?) Federación Boliviana de la Pequeña Industria e INASET, expresamos en foros y encuentros sobre el desarrollo nacional y latinoamericano, tanto en entornos políticos como en los académicos, que, bajo el eufemismo de “emprendedorismo”, el Banco Mundial ocultaba el cuentapropismo y la autoexplotación laboral forzada de núcleos familiares completos, a los que además se los ilusionaba con las bondades del microcrédito.

Nuestra consigna de cierre en presentaciones era “el crédito no hace al emprendedor, pero seguro que endeuda a su familia; el financiamiento productivo sigue al emprendedor”.

Con la misma tónica, refutamos la propaganda con la que se apoyaba al microcrédito y se justificaban las altas tasas de interés. Pagar intereses superiores al 20% o 30% (llegaron a superar el 50%) era imposible para toda actividad productiva legal, por lo que anticipamos que sólo serviría para fortalecer el micro comercio, que terminaría siendo el macro canal de distribución del contrabando corporativizado, por un lado, y elevaría a muchas “piadosas ONG” a exitosos y lucrativos bancos: menos de una década después, dicho y hecho.

Respecto a la “tipología del emprendedor” a la que recurre Gonzalo, debo recordarle que la idea básica de distinguir entre “cuentapropistas” y “emprendedores” fue planteada por INASET en su programa ATIEMPO (Asistencia técnica integral a empresas con potencial de oferta) iniciado en 1990 con el siguiente esquema gráfico de la realidad productiva:

Por supuesto, “cuentapropista”, no implica ninguna connotación despectiva o peyorativa. Al contrario, son los castigados por el sistema que, desde 1970, se ha impuesto en el mundo con el mantra que “el capital es el factor escaso” y la fuerza de trabajo, al ser abundante, debe ser remunerada “con su (decreciente) valor de mercado”.

Volviendo al tema, el Global Entrepreneurship Monitor (GEM) se creó una década después, en 1999, de manera que no se le puede otorgar la paternidad del esquema. De hecho, fui autor de uno de los estudios anuales que la “cato” realizaba anualmente por encargo de GEM. En todo caso, en más de una oportunidad hice presentaciones sobre estos temas en la Universidad Católica, así que hay constancia de nuestros aportes.

Al margen de estas precisiones –que bien podrían quedarse en el anecdotario, como aporte a los temas de fondo, decir que la productividad de los cuentapropistas “es baja” es una enorme subestimación del problema. En mi columna de hace unos meses, muestro que la productividad de los cuentapropistas en manufactura –unas 410.000 personas, es de 1.320 dólares al año, lo que representa apenas el 3,6% de la productividad de los trabajadores en la manufactura “formal”.

Con un ingreso de 100 dólares mensuales (¡aunque tuvieran un aguinaldo!), este casi medio millón de personas (y sus dependientes) están prácticamente excluidos de la demanda agregada, lo que no son buenas noticias para quienes emprenden con mejores capacidades, pero no van a encontrar la demanda mínima necesaria para poder permanecer en el mercado.

En gran medida, esta situación se reproduce y acentúa porque desde la academia se insiste en forzar la realidad para que se ajuste a las teorías: “el gobierno debe financiar sus gastos con los impuestos que recauda”, pero esos impuestos están confiscando a los hogares casi 6.000 millones de dólares en capacidad de consumo, a lo que se suman los intereses y comisiones al sistema financiero –otros 3.500 millones. ¿Cuántos nuevos emprendimientos podrían probar suerte y tener éxito si los hogares tuvieran 10.000 millones de dólares (20% del PIB) como capacidad adicional de consumo?

Finalmente, en una conferencia sobre reforma educativa en 1995, presidida por el entonces Vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas, presenté una evaluación sobre la reforma del sistema educativo desarrollando la idea que, la educación, no modela el desempeño económico, sino que las necesidades de la economía dominante, marcan el tipo de educación que la sociedad adopta. Cerré con la siguiente observación: “dentro de 30 años, al cumplir Bolivia su Bi-Centenario como república, sabremos si el sistema educativo, desde la educación inicial hasta los grados universitarios superiores, ha cumplido con el país: la calidad del gobierno que entonces tengamos y los valores que la sociedad profese, serán la prueba irrefutable de éxito o fracaso”.

Estamos en 2025: ¿cuál es el veredicto? En mi opinión, la educación, en general, retrocedió porque ni el Estado ni la economía requirieron ni premiaron la excelencia académica. Pero la mayor carga de culpa recae en la educación superior: las universidades han producido la mayor cantidad de “profesionales chutos”, no tanto quizás en lo técnico, pero si duda en la ética, la moral, y la responsabilidad de muchos de los profesionalizados en el Siglo XXI. De hecho, por esa decadencia, muchas universidades se han aliado abiertamente con el poder político y se han puesto a su servicio.

Cierro. Francamente, viendo lo que miles de sobrevivientes hacen todos los días –con y sin una App, dudo que la Universidad actual pueda darles “herramientas para hacerlo mejor, más rentable, y más sostenible”. Poner 100 profesores de universidad en condiciones de cuentapropistas de verdad, y evaluar la pertinencia de sus teorías ante la realidad cotidiana, sería un buen tema de investigación para una tesis de grado. Pero el desafío de la academia, hoy, es romper con el paradigma que define como un resultado económico aceptable la realidad de seis millones de cuentapropistas en una PEA de siete millones.

Enrique Velazco Reckling, PhD, es investigador en desarrollo productivo.



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