Un popular conjunto argentino (Los enanitos verdes), en una de sus canciones más conocidas, hace alusión al “lamento boliviano”. Y es cierto, los bolivianos nos lamentamos mucho, nos sentimos víctimas. ¿Por qué?
En primer lugar, porque desde primaria nos enseñan que nos quitaron el mar y perdimos todas las guerras. Pero esta es una conclusión simplista de relatos derrotistas. La costa sobre el Pacífico se perdió porque un golpista boliviano no respetó un tratado acordado en 1866, y aprobado por legislativos de ambos países, según el cual el límite entre ambos estaba al sur de Antofagasta.
Ese tratado se había logrado gracias a que Bolivia había ofrecido un sólido apoyo a Chile frente a los intentos de “reconquista española” a partir de ese país. Pero su incumplimiento dio lugar a que quienes en Chile se habían opuesto al mismo lograran que se tome el rico Litoral boliviano y se forzara una redefinición de límites. El territorio más valioso se perdió porque no se respetaron reglas del juego internacionales.
En general, los problemas con los vecinos se originaron en que, durante la Colonia, los límites interjurisdiccionales no estaban bien definidos –menos aún si había desiertos o chacos entre territorios habitados– y cuando se creó Bolivia, en medio del continente, se debió definir esos límites a través de tratados, a veces después de enfrentamientos y guerras. Y en la del Chaco se logró conservar los yacimientos de hidrocarburos y consolidar una salida hacia el Atlántico.
En segundo lugar, se enseña que nuestros ascendientes indígenas fueron explotados por los invasores españoles. Eso es verdad, pero en esa época, que los vencedores cobraran tributos a los vencidos en trabajo y/o en dinero era normal en todo el mundo, y también aquí: lo habían hecho los Incas y lo hacían entre sí las tribus que habitaban el país desde mucho antes de la invasión Inca. Y, durante la ocupación castellana, para evitar pagar a la Corona un oneroso tributo en plata y someterse a la mita minera, muchos de los descendientes de los originarios preferían entregar su tributo en trabajo a españoles o criollos, lo que dio lugar al trabajo servil, que persistió hasta la Revolución Nacional de 1952.
En la invasión castellana no todo fue negativo: trajeron la rueda, el trigo, las vacas, las ovejas, el hierro… y nuevas tecnologías, como el uso del arado y la fuerza animal en la agricultura, que aumentaron asombrosamente la productividad. También nuevos instrumentos y ritmos musicales, que contribuyeron a nuestro hermoso folklore. En el oriente no hubo una invasión forzada sino pacífica, por los jesuitas. Y en el occidente la Corona española instauró los “Cabildos de Indios” para que éstos se defendieran de los abusos de las autoridades extranjeras y nativas, incluyendo en su base a la comunidad campesina, conformada a partir del funcionamiento interno de las pachakas.
Ahora bien, lo ocurrido en la Colonia y después en la República, es el pasado: ahora todos somos mestizos e hijos de nuestra historia, y por fin estamos en proceso de unificación desde la base del Estado, el municipio.
Bolivia no ha progresado por no haberse unificado con instituciones -reglas de convivencia- inclusivas, que garanticen igualdad de oportunidades para todos. Cuando fue fundada, en vez de desarrollarlas a partir de la realidad, sus gobernantes, desde Bolívar y Santa Cruz, y también David Toro, copiaron las de otra realidad. Bolívar, cuando quiso que tuviéramos “la constitución más moderna del mundo”; Santa Cruz, cuando fueron copiados los Códigos Napoleónicos desarrolladas en Europa occidental, y Toro al copiar la legislación del trabajo de esos lugares del mundo.
Y algo similar ocurre con el modelo del MAS, que se inspira en Marx, quien en el siglo XIX creía que en Europa el capitalismo, así como había surgido gracias al desarrollo de nuevas tecnologías (les llamaba “fuerzas productivas”), estaba llegando a su fin al constituirse en un freno para su desarrollo y daría paso a un nuevo “modo de producción” sin derecho de propiedad: el socialismo.
La historia se ha encargado de demostrar lo contrario: no sólo el capitalismo no está en crisis sino la tecnología se desarrolla más aceleradamente que nunca gracias al derecho de propiedad, particularmente de la intelectual. Sin embargo, el modelo del MAS se inspira en esa ideología del siglo XIX y para avanzar hacia el socialismo que postula ha logrado hasta cambiar en esa dirección nuestras reglas de juego fundamentales: la Constitución.
Y tampoco funcionan… Lo que en realidad ha funcionado siempre han sido las reglas del juego que los bolivianos han ido desarrollando informalmente: el denominado “sector informal” de la economía genera actualmente el 85% del empleo.
Para poder progresar debemos mirar mejor nuestra historia, dejar de sentirnos víctimas esperando soluciones de fuera, terminar de unificarnos. Y revisar toda nuestra institucionalidad y reformularla a partir de lo que funciona. “Favorabilia amplianda et odiosa restringenda”: hacer que se cumpla efectivamente lo que favorece la unificación y el progreso, y restringir, también efectivamente, lo que lo frena.
Iván Finot es magíster en economía, especializado en descentralización y en desarrollo.