Me produce desazón pasar delante de algún puesto de venta de periódicos y ver que no hay más de tres o cuatro diarios, alguno de los cuales ni siquiera se imprime todos los días. Los pocos quioscos que quedan están llenos de revistas frívolas o sensacionalistas, cuadernos con crucigramas o sudoku, y algún pasquín financiado por el gobierno y dirigido por un vividor que luego de ser furibundo seguidor de Evo, se convirtió en el infaltable fantasma de los pasillos de la cancillería.
Hubo épocas en que leer la prensa diaria en Bolivia era un disfrute. Contábamos con Presencia, el mejor periódico durante muchos años, sobre todo mientras lo dirigía don Huáscar Cajías Kauffmann. Teníamos Ultima Hora, el vespertino que pasó por muchas manos, etapas y directores ilustres. Hoy, que fundó y dirigió Carlos Serrate, era otro diario respetable con una buena planta de periodistas y colaboradores. El decano El Diario sobrevivió (gracias a sus columnas de avisos), a disputas familiares y a una toma por los periodistas, y aunque apoyó a la dictadura de García Meza, sigue siendo hoy un referente de nuestra prensa diaria, y uno de los pocos que sigue circulando en papel. Jornada, El Nacional, tuvieron sus momentos, y más tarde llegaron Prensa y La Razón.
En Cochabamba siempre destacaron Los Tiempos y Opinión, como en Santa Cruz El Deber, que sigue siendo el más importante, pero también El Mundo (del que fui el primer corresponsal en La Paz), El Día, y varios otros más. Es ejemplar el caso del Correo del Sur, que se publica en Sucre, todavía en papel. En Oruro destacó siempre La Patria, y en Tarija El País. Muchos de esos diarios tuvieron su mejor época en las décadas de 1960 a 1990, coincidiendo con mis primeras armas en el periodismo, hasta que me convertí en colaborador regular en alguno de ellos. De los mencionados, llegué a publicar en casi todos algunas colaboraciones. Guardo los recortes ya amarillentos pero llenos de buenos recuerdos.
Colaboré en Presencia, a veces en la página editorial y muchas más en los suplementos, particularmente en Presencia Literaria que dirigía Monseñor Quirós y luego Jesús Urzagasti. Mis páginas sobre cine y literatura en el suplemento Semana de Ultima Hora darían para varios libros, pues se trataba de largos análisis en profundidad sobre cine o literatura. De hecho, mi primer libro, Provocaciones, es el resultado de largas conversaciones con 14 escritores bolivianos con quienes cultivé amistad. Se publicaron primero en ese suplemento.
En El Nacional, a pesar de su corta historia durante el gobierno del general Juan José Torres, publiqué todos los días una plana completa sobre temas culturales. Desde que me contrató Ted Córdova Claure, su director, le puse como “condición” que quería una página entera, sin publicidad. En lugar de mandarme de paseo, accedió a mi petición y eso significaba que cada día comentaba un libro o una película, hacía una entrevista o una crítica sobre una exposición de arte. Nunca faltó mi página cultural, donde me ocupaba hasta de crear los logos de mis columnas y un suplemento cultural dominical que me empeñé en sacar. Esa fue la primera experiencia como periodista de planta, en 1970-1971, y luego vendría otra en la sección internacional del diario Excelsior, cuando el exilio me expulsó a México en 1980.
No obstante, mi colaboración más prolongada y prolífica con un diario, fue la que establecí con Página Siete desde el año 2013 hasta el cierre del periódico. Mi amigo y colega Juan Carlos “Gato” Salazar dirigía este gran diario independiente cuando regresé a Bolivia y comencé a colaborar con una página de cine los domingos, pero además mantenía sábado de por medio una columna sobre temas políticos: “Quien calla otorga”. No tengo la cifra exacta, pero creo haber publicado en diez años más de 500 artículos bajo la dirección del “Gato” Salazar, y luego de Isabel Mercado y de Mery Vaca, que lo sucedieron en la dirección. Página Siete fue mi experiencia más prolongada y me permitió mantener flexible el músculo de la columna semanal, un buen ejercicio para cualquiera que pretende hacer de la escritura un oficio.
Todo lo anterior para recordar que hace exactamente dos años, el 29 de junio de 2023, cerca del mediodía, los colaboradores regulares de Página Siete recibimos un correo electrónico donde el dueño avisaba que ese mismo día se acababa la vida del diario. La misma carta se publicó en línea a las 15:01 h para que todos los lectores lo supieran.
Aunque se había comentado muchas veces que Página Siete atravesaba momentos difíciles y que el gobierno del MAS lo hostigaba de diferentes maneras, no suponíamos que acabaría tan pronto y de manera tan torpe y artera.
Todas las razones que se expusieron para el cierre son legítimas, pero no era la manera de hacerlo. No cabe duda de que el MAS “bloqueó sistemáticamente la pauta publicitaria”, “presionó a empresas privadas del sistema financiero para que no publiquen sus avisos”, “puso en marcha una estructura de hostigamiento público por redes sociales”, “auditorías y multas recurrentes de una diversidad de instituciones del Estado se ensañaron año tras año contra Página Siete”… además del Covid, el alza en el precio del papel, la falta de suscriptores, etc. Todo eso no justifica el maltrato a los trabajadores que había puesto su parte trabajando durante varios meses sin recibir compensación.
Si lo colaboradores regulares nos enteramos al medio día, los periodistas de planta recibieron la noticia a primera hora de la mañana, como un desayuno envenenando y sin anestesia. Fue aún más duro para ellos, que dependían económicamente del diario, quedarse sin trabajo de un día para otro. Los colaboradores escribíamos (y seguimos haciéndolos en otros medios) “por amor al arte”, pues no nos pagaban (como es usual en todos los países del mundo), ni nos agradecían siquiera con un canastón de Navidad o una tarjeta a fin de año. Pero la manera como dejaron en el aire a los periodistas de planta, no tiene nombre: el dueño y presidente del directorio huyó inmediatamente del país (según parece, por varios temas dolosos además de Página Siete), y dejó colgados a más de 70 trabajadores a los que 908 días más tarde, hoy, no les ha pagado ni beneficios ni sueldos (devengados incluso antes del cierre del diario).
Fue una puñalada trapera, sin que se abriera la posibilidad de dialogar en busca de una solución conjunta o de un cierre gradual, dando tiempo a los periodistas para ubicarse en otros espacios de trabajo. Muchas publicaciones periódicas con problemas económicos han suspendido sus versiones impresas pero manteniendo su presencia en plataformas digitales. Con Página Siete se ejercitó una ejecución sumaria, la forma más despótica de la cesantía, y por ello los extrabajadores continúan reclamando lo que les corresponde por derecho.
Algo que agrava aún más la forma como se produjo la clausura de Página Siete es que todo el archivo de las ediciones anteriores se desvaneció y no es accesible para consulta. Ni siquiera los columnistas regulares tienen acceso a sus propios artículos. Toda la memoria de 13 años del diario está bajo candado en algún lugar de “la nube”. Eso se llama mezquindad, pues no representa un costo muy alto mantener abierto el acceso público a un archivo digital.
Los diarios impresos seguirán desapareciendo en este país que no da para ningún proyecto de larga duración. Algún día los historiadores e investigadores se volcarán a revisar las colecciones en papel, que todavía hay en una decena de hemerotecas, aunque incompletas y masacradas por imbéciles que cortan con navaja lo que les interesa. Con navaja también cortaron la línea de vida de Página Siete.
Triste destino de la prensa independiente en Bolivia y mucho más lamentable en el caso de Página Siete, cuya luz fue apagada arbitraria y traicioneramente.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta