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01/08/2021
La madriguera del tlacuache

Todos fritos, como cangrejos de Tomatitas

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

Brújula Digital|01|08|21|

Podría estar hablando de la forma errática en la que parecen caminar los cangrejos, pero lo que en verdad me hizo evocarlos, fue la ya manida parábola, que un episodio reciente me obliga a relatar en voz alta. Pido que se concentren en la metáfora y no en la verosimilitud de los personajes, pues tendré que bolivianizar a los crustáceos. Pese a que los únicos cangrejos nacionales que se me vienen a la mente son los de Tomatitas en Tarija, que con harto mote y acompañados de una  cerveza fría, son un manjar (con el perdón de los animalistas). Traigo a colación ese cuento aun sospechando que todos lo conocen. Pero entre más nos veamos al espejo, mejor nos conoceremos.

Un hombre observaba a otro que pescaba cangrejos en la playa, y se dio cuenta de que echaba ciertos cangrejos en un balde con tapa y otros, en un balde al descubierto. No pudo más con su curiosidad y se acercó al pescador a preguntarle por qué hacía eso. El pescador le contestó: “Porque unos son cangrejos japoneses y otros, bolivianos. A los cangrejos japoneses los tapo porque si no, se montan uno encima del otro, uno llega hasta arriba y empieza a ayudar a los demás a salirse del balde.” “¿Y los bolivianos?”, replicó entonces el hombre. “Ah, esos no me preocupan, no es necesario ponerles tapa. Si uno intenta subir, los demás lo jalan hacia abajo y ninguno logra salir del recipiente”.

Hace unos días vimos cómo un fuego intencionado acababa con parte de un complejo turístico en el Salar de Uyuni que, oh paradoja, horas antes había sido incluido por  la revista  Time entre los cien mejores lugares del mundo. Como somos una sociedad que nunca ha pasado por el diván, todas nuestras broncas las resolvemos con amenazas -cuando andamos compasivos-, o con violencia física, cuando los traumas nos exceden.

Un par de años atrás un desquiciado dirigente vecinal, con la ayuda de unos cuantos cuates, quemaba 66 buses municipales de transporte público. Lo que a jueces y fiscales al final, les pareció tan solo un juego de niños sin la menor relevancia. Nada que mereciera castigo alguno. (Siempre he pensado que si alguno de mis hijos optara por ser fiscal del Estado, antes de confesar aquello, a vecinos y amigos les mentiría diciéndoles, con orgullo engañoso, que fue reclutado exitosamente por algún grupo residual de las FARC y que “trabaja” en la selva colombiana). Esos mismos días aciagos de noviembre de 2019 hubo quemas a casas de periodistas, y semanas antes, a tribunales electorales (esa vez por manifestantes de ideología contraria al MAS).

Este tipo de incendios tiene por lo general una motivación política. ¡Que arda el enemigo! parecen gritar opositores rabiosos o expresidentes frustrados. No importa si en la hoguera caen ajenos al conflicto y si los bienes achicharrados le eran de utilidad a su propia comunidad.  De lo que se trata es de acabar con el oponente, aunque las cenizas cieguen a todos.

Sin embargo, tengo la impresión de que esta vez el móvil político fue solo un pretexto. Alegando que se habían instalado ilegalmente en territorio potosino unos domos -que formaban parte de un complejo turístico-, pobladores de la zona incendiaron tales domos (dicho sea de paso, estuve muchos años de mi vida sin conocer esa fantástica palabra).  De haberse tratado de una demanda política o un enfrentamiento netamente limítrofe, habría ardido alguna oficina de la gobernación de Oruro o de la alcaldía más cercana. Como sucedió con lo que para mí ha sido el episodio más infame de los últimos tiempos: la quema de la alcaldía de El Alto. Con gente muerta, inocentes presos y criminales brindando con la policía a pocos metros del cementerio. Pero no, ahora había que escarmentar a esa compañía que osó instalar un hotel de lujo, y encima ecológico, que cobra por noche no sabemos cuántos salarios mínimos juntos. Un emprendimiento privado que daba empleo a varias familias que, gracias a la conmovedora codicia de sus paisanos, han quedado en la calle. Cangrejos poniendo toda la fuerza en sus pinzas para detener a aquellos otros cangrejos que intentan salir.

Aunque nos esforcemos por ocultar nuestra escasa inclinación a alegrarnos por el triunfo del otro, el sabotaje siempre está ahí, listo para bajar a quienes intenten subir. Esta vez los pirómanos no querían retomar su territorio, ni reivindicar derechos comunitarios (aun cuando ese fuera el discurso). Se trataba de amedrentar a una empresa que atraía turistas y reportaba beneficios económicos solo para unos cuantos. Dinero “mal habido” pues.

Y ahí estamos, rigiéndonos siempre por la mentalidad del cangrejo (“si no puedo tenerlo, tú tampoco”). Bajándonos los unos a los otros, asegurando así la miseria colectiva y deteniendo el progreso. Hasta que venga alguien y nos saque del balde a todos para comernos. Bien fritos, como a cangrejos de Tomatitas. 

Abogada y escritora*



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