“La tesis central de Nexus es que la función de la información no es representar la realidad sino crear vínculos entre grandes grupos humanos”. Javier Sampedro, El País.
Yuval Noah Harari ha escrito un nuevo libro llamado Nexus, que analiza el desarrollo de las nuevas tecnologías. Aún no lo he leído, pero como una cosa lleva a la otra, he pensado que el tema es interesante y ayuda a reflexionar sobre algo que ocupa la mente de este gran historiador.
Se sabe, aunque todavía no se entiende bien, que uno de los cambios más grandes que ha traído el desarrollo tecnológico es la velocidad y la cercanía con la que se perciben los hechos. Vivimos la guerra en Ucrania, la masacre en Gaza y la marcha de los Ponchos Rojos en Bolivia con la misma simultaneidad que se anuncian los conciertos de rock en lugares tan distantes el uno del otro que resultan irrelevantes para los fanáticos que se las arreglan en llegar real o virtualmente cuando así lo quieren y pueden.
Sin embargo y a pesar de que es posible estar informada de todo a la vez y si uno se esmera, en estar bien informada, lo cierto es que el acceso a la información depende de quienes emiten noticias –falsas o verdaderas– reproduciendo hechos y ocultando otros de acuerdo con sus intereses, visiones y por qué no decirlo hasta ilusiones. ¿A qué viene esta reflexión ? se preguntará mi “amable lector” que suenan a verdades de Perogrullo. Pues al hecho de que si uno mete la nariz –y la mía es grande– descubre que Bolivia es un país casi irrelevante en el ámbito internacional. La suerte del país nos importa a quienes aquí hemos nacido aunque no somos ejemplo, buen ejemplo digo, de mucho.
El 2019 –hoy nos lo recuerdan los arcistas– Evo Morales, promotor del fraude, se escapó en el avión de su amigo mexicano. No soporta la gente en las calles cuando está contra él. Hace unos días quiso repetir la “hazaña” abandonando la marcha que esta vez él convocó (él va en coche) y que pide la renuncia de Arce –hecho golpista si lo hay– erosionando la versión que entonces él decía en 2019. Afirmaba que su vida corría peligro y por ello inventó el relato del “golpe”, esparcido con pasión y probablemente muchos billetes por los voceros del Grupo de Puebla.
Muchos políticos, gobernantes, medios y redes internacionales se empeñaron en negar que Jeanine Añez asumió el Gobierno por sucesión constitucional, la acusaron de golpista y hoy la tenemos purgando una pena a la que la sometieron sin el debido proceso. Más lejos de aquí, pero en el mismo patio trasero, Maduro perpetró un fraude monumental que no puede defenderse y del que no puede huir. Una versión 2.0 del boliviano y que costó la cancelación de muchas personas que salieron a las calles para defender la democracia. El ruido se quedó en casa, aquí le llamaron golpe y en otros lugares “estallido social”.
Venezuela, Nicaragua y Cuba ya figuran en la lista de las dictaduras, pero a Bolivia no se le reconoce como un Gobierno autoritario. No tiene ni la fuerza ni el petróleo suficientes para llamar la atención de las violaciones a los derechos humanos. La propia CIDH fue más lenta y complaciente que con otros países.
Actualmente Bolivia está padeciendo incendios provocados y agravados por las leyes y políticas del MAS, pero en la prensa internacional casi no figura como el lugar donde además de la extensión y gravedad de las quemas. Esto podría servir para mostrar la paradoja de un país que se decía gobernado por representantes de la reserva moral de la humanidad, defensores de la Pachamama y que desde hace muchos años mantiene un pacto con grupos agroempresariales que se benefician del desastre ecológico. Quienes se enamoraron “del indio”, como Lula, estarán rumiando su desilusión. Más viejo y más cauto el brasileño está como muchos masistas moviéndose entre dos aguas y ocupado en negociar una salida para Maduro. “Triste solitario y final” como decía un gran escritor mexicano.
El Estado de derecho preocupa con sesgos, especialmente en estos días de avance de las derechas antiderechos que celebran a Milei y Bukele y miran a un costado cuando eso ocurre entre sus afines. Para los masistas es un gran dilema: ¿criticarán a Evo mientras defienden a Arce por lo mismo? Y viceversa.
Un ejemplo aún más claro es la violencia contra las mujeres que indigna a los derechistas cuando los acusados son de izquierda y a los izquierdistas cuando los perpetradores son de derecha. Ocurre lo mismo con algunas feministas que callan ante los errores, delitos y crímenes de sus caudillos. Es un contrasentido que esto ocurra en el feminismo que por definición es crítico ante el poder. Lo cierto es que esas conductas no tienen relación con el acceso a la información, vivimos bajo un alud de datos que resultan irrelevantes, como Bolivia, a pesar de su contundencia.
Lo que vale es el encuentro entre los prejuicios y las noticias que los reflejan. Por eso no podemos discernir acerca de la importancia, la gravedad y los riesgos de lo que nos pasa y más bien tendemos a soportar las caraduras de quienes hablan del “golpe” contra Arce por parte de Morales, el “golpe” de Jeanine contra Morales y el “golpe” de Zúñiga contra Arce como si todos fueran lo mismo. No importa la evidencia y mucho menos la verdad. Todo está tan lejos y tan cerca que ya no se puede ver.
@brjula.digital.bo