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29/01/2023
La madriguera del tlacuache

Las chicas sí lloran

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

El reciente sencillo de Shakira, “BZRP Music Sessions, Vol. 53” es una alerta de que la música de calidad se nos muere y del último chance que tenemos para reunir y poner a buen recaudo nuestros discos adquiridos antes de esta debacle (aquí entran unos cuantos de la cantautora barranquillera de cuando su desamor se transformaba en una “Antología” y no en un recibo de pago). Conviene también mantener algún reproductor de esos discos pues las plataformas digitales no parecen ser un almacén confiable (sin dar razón, AC/DC sacó y luego repuso gran parte de su discografía de Spotify, causando desolación en media humanidad y en el más pequeño de mi hogar). 

Esa canción de la colombiana más reconocida de la historia, aun siendo un adefesio (la canción, no ella) ha logrado un tanto más de audiencia que cualquier otra previa. Pasa que las letras “ardidas” calan más hondo, incluso si son elementales. Las rupturas son, pues, las mejores musas.

Lo de Shakira, sin embargo, no solo quebranta una norma estética; rompe la principal regla de preservación de la entereza en estos casos: no tomar el altoparlante en la plaza pública para develar el dolor personal, la causa y su autor. La gente -más allá del núcleo afectivo- experimenta frente a los rompimientos ajenos o una compasión morbosa o placer (ambas, emociones poco edificantes para el doliente). 

Pienso en otras féminas (hombres también los hay, y muchos) que convierten sus frustraciones amorosas en joyitas musicales. Algunas llevan consigo expresiones encubiertas de un despecho sin dueño visible. Annie Lennox compuso la hermosa Why al poco tiempo de su sonada ruptura con Dave Stewart y no hay una sola mención a él; Alanis Morissette se manda su osada You Oughta Know en la que le recuerda, sin que hasta ahora tengamos certeza de ello, a su ex, Dave Coulier (el tío bueno de la serie infantil Full House) el desastre que dejó al irse y que sintió como "una bofetada en la cara" que la hubiera reemplazado tan pronto; y con exquisito sarcasmo, Carly Simon le reprocha su engreimiento (y todo lo que eso conlleva) a quien se cree es Warren Beatty, su expareja, con un Eres tan vanidoso/Probablemente pienses que esta canción es sobre ti…

A Shakira no le faltan inteligencia ni ambición, pero sí sensatez. No hay que ser terapeuta para saber que la solista (tal vez igual que las otras) creó el pegajoso tema desde el duelo mismo. Con el corazón aún sangrante. Y que pudiendo optar por la introspección y la dosificación pública de su desengaño -que habrían servido más a su sanación y la de sus hijos- elige el megáfono y transa su dignidad por unos millones de suscriptores en YouTube que solo la ayudarán a pagar alguna multa a la Hacienda española. No se me ocurre a qué más.

Cuando la colombiana enciende las redes sociales con su máxima: “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan” da un mensaje erróneo. Y es que no, facturar no cura el dolor. Llorar sí. El llanto es una manifestación natural, humana, noble y reparadora. Que los chicos no lloren y las chicas sí dice bien de nosotras.  

Aunque para esos que pretenden anular cualquier sentimiento femenino que aparente debilidad y que intentan el empoderamiento de la mujer a partir de la venganza y la violencia verbal, el enunciado de Shakira -como el resto de su canción- ha supuesto el summum del proceso. Una famosa traicionada desagravia a todas las féminas engañadas (como si solo los hombres mintieran y solo ellos fueran infieles), haciéndose de tres enunciados frívolos y ¡zas! la causa alcanzó su propósito.

Algunos celebraron la letra porque probablemente anden escasos de modelos vivos que representen, con honestidad, a todas las mujeres (ya no hallamos a una Simone de Beauvoir ni a una Virginia Woolf, cuyo móvil no hubiese sido la sola obtención de likes en Twitter o Facebook). De ahí que exalten cualquier acto que parezca emancipación femenina y no adviertan, por ejemplo, que con la frase “cambiaste un Rolex por un Casio” (que es una obvia alusión a ella misma y a la actual novia de su expareja, el futbolista Gerard Piqué) la artista “cosifica” a la mujer además de mostrar una actitud clasista. Para no hablar de la carencia de sororidad... Sucede que la sororidad no es un valor universal: se practica solo con damas con las que hay afinidad ideológica. Y con las que no roban novios.

Dentro de las discordancias que no parecen ver algunos en la mentada “pieza” del hyperpop está el aullido de una loba herida culpando a su expareja de haber terminado una relación basada (¡ay!) en el amor romántico. Ese tan defenestrado que en su definición clásica es “el sentimiento expresivo y generalmente placentero de una atracción emocional hacia otra persona”.

No sé si la sobreexposición de la vida personal sirva en algún caso. Pero sí creo que en ocasiones como esta la catarsis debería ir por otro lado (aunque no sea rentable). El impacto de la ruptura en la cantante fue muy fuerte y ya había suficiente trauma que procesar. Con la “tiradera” que se despachó, aumentaron sus tareas. Ahora no solo debe recomponer sus sentimientos, sino también tratar el daño a sus hijos (en México la mención degradante que hace un padre a sus hijos acerca del otro progenitor es considerada violencia sicológica) y replantear su discurso, pues la ostentación de su dependencia emocional –que no económica- y de sus inseguridades (que el resto administramos en el anonimato) solo logró empoderar más a la persona equivocada: él.  

Daniela Murialdo es abogada y escritora 



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